DE MONET AL PARQUE UNZUÉ
Sabores, vinos y naturaleza: la guía definitiva para un picnic inolvidable
Con la llegada de la primavera vuelve a escena esta costumbre centenaria que adquiere otros matices si la experiencia tiene pinceladas gourmet. Cuando los bocados y los vinos son tan importantes como el entorno o la compañía.
Con la llegada de la primavera se retoma una costumbre que durante años fue cuestión familiar y de amigos, pero que, últimamente, quedó relegada a festejos adolescentes. Sin embargo, la costumbre viene de lejos. Eso de pisar la tierra y convertirla en mesa tiene casi tantos años como la humanidad. Pero claro, la imagen podía sonar bárbara, entonces llegaron los ingleses y sus modos sociales y encarrilaron la ceremonia, incluso hasta poniéndole nombre: picnic, que derivaría de pick, tomar, y nick, instante.
Los franceses, con sus imágenes bucólicas inmortalizadas por el pintor impresionista Claude Monet, no podían tolerar la versión british y aportaron la suya: dicen que picnic proviene de piquer, en el sentido de picotear, y de nique, algo pequeño, sin valor. Lo cierto es que la palabra apareció escrita en inglés por primera vez en 1748, pero en toda Europa y en muchos otros lugares del mundo, ir de picnic es tradición.
Se dice que su origen está algo alejado del verde, más bien tendría que ver con las jornadas de caza medievales, en las que se salía a buscar las presas y luego se daba cuenta, en un festín al aire libre, de lo capturado.
El Renacimiento mantuvo la costumbre sumándole los grandes banquetes a cielo abierto, que tuvieron su época de gloria durante los años victorianos, retratados en la literatura inglesa en pasajes memorables como los de Charles Dickens o Jane Austen, en los que queda claro un detalle que hoy cuesta entender: la electricidad no formaba parte de la vida; cuando se hablaba de luz, se entendía que era la solar. Las velas, la madera y el carbón eran un lujo para muy pocos y la comida, entonces, se regía por los ciclos naturales.
La comida principal de esas familias de cuento (inspiradas en las de carne y hueso) se hacía alrededor de las 3 o 4 de la tarde, en el campo; o a las 5, en la ciudad. La modernidad aportó progresos, barrió costumbres, pero el picnic siguió intacto.
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Claves para el picnic ideal
Primero hay que elegir un lugar donde el entorno invite al relax y al descanso, como un campo alejado de la ciudad o un el Parque Unzué. Como regla general, hay que asegurarse de que el área esté despejada y plana para poder sentarse.
Ya sea con amigos o en pareja, la idea es disfrutar de una experiencia entretenida, conectándose con la naturaleza: ese placer de caminar descalzo sobre el pasto y descubrir nuevos sabores.
Por otro lado, no siempre hay que llevar la comida en una canasta. Aunque aportan un toque sofisticado, mucho mejor y más prácticos son los coolers o las conservadoras. Eso sí, hay que recordar llevar una manta para sentarse, repasadores, vasos, copas y platos, tenedores, cuchillos y cucharas, servilletas de papel, condimentos básicos (sal y pimienta), sacacorchos y bolsas para la basura.
Lo primordial es llevar elaboraciones simples, sabrosas y de temporada: y en el caso de los vinos, lo mejor es optar por los de cuerpo ligero y de menor contenido alcohólico para prolongar el momento. También es bueno llevar algunas botellas de agua mineral.
La mayoría de los bocados son más bien livianos y se sirven a bajas temperaturas (por lo general a nuestra mesa en el piso llegan fríos) por lo tanto no necesita vinos con mucha estructura, ni características especiales ni mucho menos potencial de guarda. No hay que olvidarse de que un picnic es sinónimo de frescura y espontaneidad.
En cuanto a los vinos a llevar dependerán del menú. Si es un sándwich, un clásico de toda comida al aire libre, además de jugar con el tipo de pan (baguette, ciabatta, estilo alemán, de campo, pebete o pita), lo importante son los ingredientes.
Si es de pollo, necesita un blanco fresco, frutal y con notas herbales, como un Sauvignon Blanc o un Torrontés. Si es de salmón ahumado o de algún pescado enlatado (sardinas, caballa o atún), necesita uno con más estructura en el paladar como un Chardonnay expresivo. Si tiene quesos, como un Brie o un Camembert, se disfrutará más con un blanco que haya tenido paso por madera y buena acidez. Si es de jamón cocido, un rosado de Malbec o Syrah. Y si es de carne vacuna (de algún corte magro), ya hay que pensar en un tinto, de cuerpo liviano, como un Pinot Noir o un Merlot.
No obstante, lo ideal es ir por los más versátiles, los que se pueden servir con diversos platos.
El caso emblemático es el espumante ya que regala una frescura muy agradable. Su acidez y las burbujas hacen que sea amable con varios ingredientes y distintos métodos de cocción. Es una buena respuesta para todos los bocados fritos (como croquetas o albóndigas), frutos de mar, piezas de sushi, terrinas, patés, ensaladas, embutidos... Lo que hay que considerar es la temperatura. La informalidad admite algún cubo de hielo, pero si quiere evitarlo será necesario tomar algunas medidas (cobertores térmicos para las botellas, frappera o bloques enfriadores).
La hora del postre hay que tomarla con calma ya que el azúcar tiende a adormecer. Por eso es mejor dejar de lado chocolates y cremas (incluidas las tortas) e ir por opciones más livianas y que mariden con alguno de los vinos. Por ejemplo, un rosado le sienta bien a una tarta de frutillas o con el espumante acompañar la simpleza de una fruta fresca de estación.
Por último, y no menos importante, no hay que olvidarse de dejar todo muy limpio para que otros puedan disfrutar también de la naturaleza. No cuesta nada meter los residuos que se generaron en una bolsa.
El objetivo de cualquier picnic es divertirse y relajarse. Comer fuera de casa, al aire libre, es una fiesta para los sentidos, donde puede conectarse con los sabores más puros de la naturaleza. Llene su canasta con rica comida y sus vinos preferidos y regálese la libertad de disfrutar de un inspirador picnic.