VINOS DE ESTACIÓN
Rosados, amores de primavera
El calor propio de este mes y los venideros hace que adquieran un protagonismo especial los siempre vistosos y efectivos vinos rosados. Ligeros y refrescantes, son ideales para brindar con familiares y amigos en almuerzos, cenas y comidas al aire libre
No hay un vino para todo momento, sino que hay innumerables vinos para diversas ocasiones. Aunque no son tantas las posibilidades: el rosado y la primavera se llevan todos los aplausos porque cuando el sol florece en la ciudad, las ganas de disfrutar al aire libre se multiplican. Y los rosados tienen todo para lucirse en la época más colorida del año: desde sus aspectos, siempre muy atractivos, que van del rosado pálido al rojo cereza brillante e intenso, pasando por los más anaranjados que tiran a los colores piel de cebolla. Pero la mejor noticia es que en septiembre, además, llegan los vinos del año. Se beben fresquitos, como los blancos. Son vinos directos y agradables, y con su simpleza pueden acompañar muy bien una porción de pizza, una ensalada, algunas piezas de sushi, un sándwich o toda una comida hecha en casa. Y lo mejor es que cada vez hay más opciones para disfrutar.
Ya quedaron atrás los rosados que se hacían para aprovechar la sangría de los buenos tintos (escurrir los primeros jugos para lograr una mayor concentración del vino) y también esos ejemplares rústicos que escondían sus aristas detrás del dulzor.
Los rosados nacionales de hoy son señores vinos. Las variedades más aptas han demostrado ser el Malbec y el Pinot Noir, aunque también los hay de Merlot, Cabernet Franc y Syrah, por nombrar algunas alternativas.
En estilos no se puede hablar de sutilezas, salvo en un par de excepciones, sino más bien de dos grandes tipos: los intensos y los suaves. Los primeros son más cargados, ya desde el color se nota que traen más fuerza. Sus aromas suelen ser siempre frutales con algunos dejos de madurez. En boca son francos, frescos y voluptuosos. Están muy bien para empezar el asado, al pie de la parrilla, cuando los amigos se acercan en busca de los primeros bocados y las achuras hacen de lo suyo. Para ese momento tan informal como placentero, no hay mejor compañero que un buen rosado con todas sus intensidades bien puestas.
En el otro grupo se encuentran los suaves, de aspecto pálido y poco intenso. De aromas más delicados, pero no por complejos sino por ordenados. En ellos lo floral suele mezclarse con lo frutal. Todos son refrescantes y de paso más vivaz que sus pares más cargados. Por eso se lucen más en la mesa o acompañando platos livianos, como ensaladas, carnes blancas y frutos de mar.
Son pocos los rosados que duran más de un año en las góndolas y está bien que así sea porque en ese lapso el vino pierde esas fragancias que tanto cautivan y se vuelve apagado y aburrido.
Claro que hay distintas calidades, pero su abanico no se equipara al que despliegan blancos y tintos. Además, son actuales siempre atravesados por las tendencias, que hoy sugieren que los ejemplares sean más frescos y livianos, pero bien logrados. Y para ello fue fundamental pensarlos desde el viñedo.
Los ejemplares de antes partían de los 14 grados de alcohol, porque se elaboraban con uvas para tintos y el rosado era un subproducto. En la actualidad, se eligen las parcelas con las variedades más aptas y se conducen las viñas para poder llegar a la madurez deseada y a un porcentaje de alcohol más equilibrado (cercano a los 12 grados).
La madera casi no tiene cabida en estos vinos porque atentan contra el carácter primario de las expresiones aromáticas (frutas, flores, hierbas y especias, entre otras). Por la misma razón, el azúcar residual perdió protagonismo porque ya no es necesaria su ayuda para que los tragos resulten amables.
Por lo general vienen en botellas transparentes para lucir más sus colores y la gran mayoría con tapa a rosca, mucho más práctica que el corcho natural o el sintético.
El sueño de todo enólogo es que su rosado se agote antes que finalice el verano, algo similar a lo que sucede con el Beaujolais Nuveau, un vino francés jovial que se lanza el tercer jueves de noviembre de cada año en todo el mundo.
La informalidad con la que se sirve un rosado no es una falta de respeto; muy por el contrario, habla de cómo se debe disfrutar. Sus expresiones no precisan ritual alguno, se pueden sentir sus perfumes en una copa grande o en un vaso, con algunos hielos y hasta utilizarlo como columna vertebral de tragos. Y aunque se busca desestacionalizar el consumo de cualquier vino, el rosado indudablemente sigue enamorando más en la primavera.
10 curiosidades sobre los rosados
- En nuestro país un rosado no pasa por madera. No ocurre lo mismo en Francia, donde la mayoría se cría en barricas de roble.
- Los rosados no ganan con la estiba en botella. Es más, lo mejor es beberlos en cuanto salen al mercado.
- Un buen rosado no es un mal tinto, son dos categorías de vino diferentes.
- Se puede hacer un rosado de cualquier cepaje tinto. En la Argentina, lógicamente, la variedad más usada es Malbec.
- La temperatura de consumo es de alrededor de 10ºC.
- Son ideales para beber como aperitivos y se llevan de maravillas con arroces, pizzas, achuras y algunos rolls de sushi.
- El maridaje por excelencia con rosado es la paella, por eso son tan respetados los de Navarra y Valencia.
- Los colores que puede tener van desde el cebolla pálido hasta el rojo guinda fuerte.
- Muchas bodegas denominan mal a sus vinos tales como Borgoña, Chablis, etcétera. A los rosados se los solía llamar Beaujolais; sin embargo, en Francia esa denominación no es de rosados, sino de tintos a base de la cepa Gamay.
- La Apelación de Origen Controlada (A.O.C.) más importante de rosados en Francia es Tavel, en el sur del Ródano; de allí salen los mejores ejemplares y son de las cepas Grenache y Cinsault.