MEMORIA, VERDAD Y JUSTICIA
¿Quién es Alfredo Astiz?: Un capítulo de la historia de la Infamia
Su figura encarna los ejemplos más atroces e inescrupulosos de la última dictadura, y su encarcelamiento por delitos de lesa humanidad es una bandera de la justicia y los derechos humanos en Argentina. En una semana en la cual legisladores nacionales reivindicaron su figura visitándolo en el penal de Ezeiza, es necesario volver a rescatar su historia para que no sea olvidada nunca más.
Lourdes Arrieta es una de las seis diputadas nacionales que, el pasado 11 de julio, visitó a represores condenados en el penal de Ezeiza. Después de que se difundiera una foto del grupo dentro de la cárcel, en la que posaban juntos como si estuvieran en un viaje de egresados, Arrieta trató de distanciarse del episodio, expresando su “arrepentimiento por haber participado en ese encuentro”. En declaraciones televisivas, afirmó sentirse “avergonzada” por la imagen en la que aparece junto a otros diputados y genocidas. Según Arrieta, en ningún momento les dijeron que visitarían a Alfredo Astiz, sino que Beltrán Benedit, diputado de La Libertad Avanza por Entre Ríos, les había asegurado que se trataba de “presos políticos sin condena” y que la visita tenía un propósito “humanitario”. Sin embargo, queda la duda de si Arrieta habría rechazado la visita de haber sabido que incluía a Astiz y al resto de los represores, o si mantendría su versión inicial que justificó su desconocimiento de quienes estaban allí “por haber nacido en 1993”. Sobre esta declaración, es interesante detenerse y contar quién es Alfredo Astiz y por qué está donde está.
Apodado el “Ángel de la Muerte”, Alfredo Ignacio Astiz es uno de los nombres más infames de la última dictadura (1976-1983). Nació el 8 de noviembre de 1951 en Mar del Plata y se convirtió en un símbolo de los horrores perpetrados por el régimen militar. Oficial de la Armada Argentina, su carrera estuvo marcada por su participación en el Grupo de Tareas 3.3.2 de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA), uno de los principales centros clandestinos de detención, tortura y exterminio.
Con su apariencia angelical y una falsa identidad, se infiltró en grupos de derechos humanos, ganándose la confianza de sus miembros antes de traicionarlos y entregarlos, como el caso de la Asociación Madres de Plaza de Mayo. Allí adoptó el nombre de Gustavo Niño, simuló ser familiar de un detenido-desaparecido y se desempeñó activamente. Solía acompañar a las Madres y otros activistas a la Iglesia Santa Cruz perteneciente a los padres pasionistas, en el barrio porteño de San Cristóbal.
El 8 de diciembre de 1977, cuando terminaban una reunión para organizar una colecta de dinero con el objetivo de publicar una solicitada en los diarios reclamando por la aparición de sus familiares, un grupo de tarea de la ESMA secuestró a las Madres de Plaza de Mayo Esther Ballestrino de Careaga y María Eugenia Ponce de Bianco, la monja francesa Alice Domon y los militantes Ángela Auad, Gabriel Horane, Raquel Bulit y Patricia Oviedo. Ese mismo día, secuestraron a Remo Berardo en su casa y a Horacio Aníbal Elbert y José Julio Fondevila en un bar donde solían encontrarse integrantes del grupo. El plan terminó el 10 de diciembre de 1977 con el secuestro de la fundadora de Madres de Plaza de Mayo Azucena Villaflor y la monja francesa Léonie Duquet.
Durante más de diez días, los 12 detenidos estuvieron secuestrados y expuestos a vejaciones infrahumanas. Luego, fueron arrojados con vida al mar. Muchos de esos cuerpos fueron devueltos por la corriente y enterrados como NN en el cementerio de General Lavalle. Recién en 2005, el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) pudo identificar varios de los restos óseos que allí se hallaron, entre ellos algunos del grupo de los 12 de la Santa Cruz.
En una entrevista realizada por la periodista Gabriela Cerruti para la revista Tres Puntos, en enero de 1998, Astiz mostró una vez más su falta de arrepentimiento y su justificación de las atrocidades cometidas. “No me arrepiento de nada. No soy perfecto, puedo haberme equivocado en algo menor, pero en lo grande no me arrepiento de nada”, declaró fríamente. Esta confesión subraya la mentalidad de un hombre que nunca se distanció de sus actos y que permaneció desafiante incluso frente a las pruebas abrumadoras de su culpabilidad.
El retorno de la democracia en 1983 trajo consigo un clamor por justicia. Astiz fue detenido y juzgado en múltiples ocasiones. En 1985, un tribunal francés lo condenó en ausencia a cadena perpetua por su papel en el asesinato de las monjas francesas. Sin embargo, en Argentina, las leyes de amnistía y los indultos presidenciales de Carlos Menem en 1989 le permitieron evitar la prisión, lo que provocó una profunda indignación tanto a nivel nacional como internacional.
La impunidad de Astiz y otros represores se convirtió en un tema central en la lucha por los Derechos Humanos en el país. En 2003, bajo la presidencia de Néstor Kirchner, se derogaron las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, y dos años más tarde se anularon los indultos, lo que permitió la reapertura de los juicios por crímenes de lesa humanidad. En este contexto, Astiz fue nuevamente arrestado y llevado a juicio.
En 2011, fue finalmente condenado a cadena perpetua por los crímenes cometidos en la ESMA. Durante el juicio, se detallaron las torturas, secuestros y asesinatos en los que participó. Su condena fue un momento histórico para las víctimas y sus familias, que habían luchado durante décadas por justicia. Astiz, sin embargo, se mantuvo desafiante y sin mostrar remordimiento alguno, una actitud que persistió durante todo el proceso judicial.
Su caso es un recordatorio sombrío de los peligros de la impunidad. La condena y su encarcelamiento representan una victoria para la Justicia y los Derechos Humanos en Argentina, pero también subrayan la necesidad de mantener viva la memoria histórica para evitar la repetición de tales atrocidades. Su historia es una lección sobre la importancia de la verdad, la justicia y la reparación.
Encarcelado, Astiz sigue siendo un símbolo de la brutalidad de la dictadura y su historia no sólo es la de un individuo infame, sino también la de un país que ha tenido que enfrentarse a su pasado para construir un futuro en el que nunca más se repitan tales atrocidades.