ADIÓS A UN GRANDE
Ojito Giménez, el maestro uruguayo que el Carnaval adoptó y transformó en ídolo
El legendario director de batucadas falleció en la víspera de la Navidad en su Mercedes natal. Fue un ícono del Carnaval del país, marcó un antes y un después en la evolución de los ritmos de la percusión y se convirtió en ídolo de todos, sin distinción de comparsas.
“Se fue el Viejo”, fue el mensaje que cambió mi monótona tarde del 24 de diciembre. Un amigo me alertó sobre el fallecimiento de “Ojito” y de forma inmediata sobrevolaron cientos, miles de recuerdos, de anécdotas y de imágenes que me emparentaban con el gran director uruguayo, que le puso un sello distintivo a la batucada de nuestra querida comparsa O’Bahía.
Ni me acuerdo cuando lo conocí. Personalmente, de eso estoy seguro, fue en el Club de Pescadores, cuando fui invitado por Coco Peverelli a ver un ensayo de su batucada. Pero mi admiración por “Ojito” venía desde mucho antes, cuando siendo un chiquilín de 14 años, lo vi desfilar por primera vez al frente de su batucada en el viejo Carnaval de 25 de Mayo y Urquiza. Creo que esa misma admiración que generó en mí, “Ojito” la provocó en cientos de adolescentes y no tanto, que nos fuimos haciendo fanáticos el Carnaval y, especialmente, nos hicimos hinchas de “Ojito” y de su batucada.
El tiempo y los amigos me llevaron a formar parte de la comparsa y fue entonces que conocí al “Ojito” al que admiraba tanto. Y esa admiración se hizo aún más grande porque conocí a un tipo sencillo, poco grandilocuente, profundo en sus palabras, con un humor único… Un maestro de la vida. Pero, por si algo faltaba, nos terminó de cautivar cuando pudimos conversar con él, conocer de su vida mansa en tierras uruguayas, de su pasión por el redoblante y de sus gustos simples y poco refinados.
“Ojito” trascendió colores, comparsas y fanatismos. Con su enorme calidad al frente de la batucada, con sus gestos mágicos, con esa forma única de hacer sonar su instrumento, hizo que lo aplaudieran a rabiar no solamente los que somos de O’Bahía, sino todos.
Inventó todo lo que hoy se hace en las batucadas, incorporó elementos de percusión poco conocidos, hizo brillar a grandes pasistas como María Celia García, Sonia Rodríguez y Erna Peverelli y marcó un antes y un después.
También tuvo un sentido muy grande de la popularidad del Carnaval, por eso no sorprendía que cuando terminaba el recorrido de su desfile, sea en Rocamora o en el Corsódromo, siguiera su show al menos 10 minutos para la gente que estaba afuera del circuito y esperaba por su ídolo, pese a no haber podido pagar la entrada. Para ellos, había show igual, no sólo de “Ojito”, sino de la batucada y de la pasista porque todos entendían el mensaje que el maestro marcaba al mover sus palillos por los aires.
Como miembro de la comparsa lo disfruté desde todos los lugares. Tuvimos charlas inolvidables, conocimos a su familia uruguaya, porque el resto de su familia fuimos nosotros: “En Gualeguaychú son los Peverelli y todos los de O´Bahía”, solía decir con orgullo; compartimos asados bajo los árboles: nosotros con alguna cerveza, él siempre con su whiskicito y su pucho a medio fumar. “Cómo hacen para tomar eso con tanta espuma”, nos preguntaba a las risas, convencido de que lo que él bebía “hace menos mal”.
Con el comienzo del nuevo siglo, “Ojito” decidió dar un paso al costado y no seguir dirigiendo la batucada de O’Bahía. Y no fue por haberse cansado de ganar, porque ganaba casi siempre, sino porque entendió que era tiempo de dar lugar a nuevas figuras, muchos de los cuales fueron sus discípulos y aprendieron a su lado. Pudo darse el gusto de retirarse con su querida comparsa obteniendo el tricampeonato y, como no podía ser de otra forma, con su batucada también premiada.
Nunca dejó de visitar el club, siempre tuvo un rato para compartir una comida, una charla, para reencontrarse con los viejos amigos. En el Corsódromo cada vez que concurrió, recibió el aplauso, la ovación y el reconocimiento de la gente. Fue homenajeado por el entonces intendente Martín Piaggio, que debutó en una batucada tocando a su lado. Ese mismo año compartió pasarela con Nicolás Alfaro y Emanuel Fernández, dos jóvenes que crecieron admirándolo y le cedieron el rol protagónico. Este año volvió a pisar la pasarela junto con varios de sus discípulos en un homenaje sumamente emotivo, en vida, como debe ser.
Se fue “Ojito”. Voló a deslumbrar con su magia del redoblante allá arriba, donde muchos carnavaleros que se anticiparon en el viaje lo recibieron con aplausos. Acá, abajo, en el Corsódromo, dentro de pocos días, cuando comience una nueva edición de la gran fiesta de la ciudad, seguramente su recuerdo motivará otra ovación.
Es que “Ojito”, ese viejo maestro uruguayo, que movía los dedos al ritmo del redoblante como nadie y que Gualeguaychú adoptó como propio e idolatró como a pocos, estará por siempre en el recuerdo de todos los que lo admiramos, lo quisimos y hoy ya lo empezamos a extrañar.