LA EDUCACIÓN PÚBLICA EN LA MIRA
Milei explora los límites que la sociedad le impone a sus ideas
La presencia de los que son parte del problema no alcanzó para tapar el reclamo. Y su legitimidad. Milei está descubriendo los límites que la sociedad le impone a sus reformas. La educación pública es el primero y más contundente. El Gobierno, o parte de él, parece haber recogido el mensaje.
La educación pública en la Argentina está en crisis desde hace décadas. Sería necio negarlo. Los chicos salen del nivel secundario con escasa preparación, no pueden conseguir un trabajo calificado y el que aspira a seguir estudiando tiene serias dificultades para adaptarse a las nuevas exigencias. En las últimas horas se conoció el enésimo informe sobre los problemas de lectura y comprensión de texto de los chicos de tercer grado. Todo esto sin ahondar en los sueldos docentes y las capacitaciones, o en los problemas edilicios de miles de escuelas en todo el país.
La educación universitaria, algo así como la frutilla del postre, está cada vez más lejos de vastos sectores de la población, como consecuencia directa de su empobrecimiento. Este diagnóstico, con el cual es difícil discrepar, no disminuye la importancia histórica que la educación pública ha tenido en la historia argentina. Su efecto igualador de clases y la movilidad social que hizo de la Argentina una potencia mundial. Cientos de miles de inmigrantes de los siglos XVIII y XIX mamaron nuestra identidad gracias a la educación y se incorporaron al sistema. Aquellos gringos que vinieron se deslomaron trabajando y lograron que sus hijos fueran profesionales o tuvieran un futuro. Si la escuela pública no hubiera existido, nada de eso habría ocurrido.
Es difícil creer que en el Gobierno no lo sepan. Al propio Presidente se lo ha escuchado varias veces reivindicar la figura de Julio Argentino Roca, fundamental en aquella visión de país que hizo de la educación un pilar del desarrollo. Decenas de funcionarios se recibieron en universidades públicas también. Este tema, como otros, tuvo sin dudas un manejo poco profesional por parte de la nueva administración, tan adicta a transitar por las banquinas cuando de peleas se trata. Es la lógica de Twittter (ahora X) llevada al Gobierno. No se puede gobernar desde las redes sociales porque la realidad no se circunscribe a un celular.
Es cierto que nadie dijo que se cerrarían las universidades. La pelea siempre fue por los fondos que han recibido en los últimos meses, exiguos ante el proceso inflacionario que castiga la economía desde el año pasado. Y se profundizó con las últimas devaluaciones. Es evidente que hubo un déficit grosero en la negociación y en lo que se transmitía a la opinión pública. Una sola palabra presidencial hubiera alcanzado para aventar cualquier fantasma y al mismo tiempo dejar sin bandera a los que las están buscando para sacudir a los libertarios.
Por sí solos, ni Massa, ni Kicillof ni la CGT podrían haber reunido semejante multitud. Al cabo ellos también son parte del problema que tiene la educación desde hace décadas, pero se hacen los desentendidos y miran para otro lado. Acusando el impacto y sin renegar de su estilo, a las pocas horas el Presidente dio cuenta. Si bien reivindicó su accionar, dejó a salvo a las universidades, remarcando que el manejo de los fondos púbicos debe ser auditado. En el medio repartió un poquito de dunga-dunga para los opositores, metiéndolos a todos en la misma bolsa. El cambio de interlocutor para negociar fue la evidencia más clara del replanteo que se hizo el Gobierno sobre el conflicto, innecesario para las “batallas” que Milei pretende dar.
Justamente una de ellas está en el Congreso con la Ley Bases que va camino a su sanción en la Cámara de Diputados. Hoy, los votos estarían para la aprobación de la iniciativa, pero nadie se atreve a evaluar cómo será el texto definitivo. Es el riesgo que corre el Gobierno sentándose a negociar con los aliados. ¿Hasta dónde aceptará reformas y modificaciones? Por lo que se sabe unas cuantas por ahora. La Reforma Laboral, la impositiva, los sindicatos. La zaranda los abarca a todos y cada uno defiende sus derechos adquiridos.