La familia de los cruceros
Aunque hace algunos años vendieron la empresa al Grupo Carnival, uno de los operadores más grandes del mundo, el sello de la tradicional familia italiana sigue presente en los “barcos blancos”; cómo cambió una de las industrias con mayor crecimiento en los últimos años.o
Por Florencia Carbone
Especial para El Día
Si en un test asociativo se incluyera la palabra “cruceros”, la respuesta mayoritaria sería “Costa”.
Es cierto que no existen estudios formales al respecto, pero esta familia genovesa es sinónimo de la industria de los “barcos blancos”. En el rubro hay un estilo italiano ineludible a tal punto que, pese a que la compañía hace tiempo ya pertenece al Grupo Carnival -tal vez el operador mundial más grande del sector-, el nombre, las costumbres y características que dieron vida a esos hoteles en movimiento siguen intactos.
La relación de los Costa con la Argentina comenzó por el comercio del aceite de oliva y fue creciendo de tal manera que hasta se creó una marca para el producto que llegaba al nuevo continente: Dante. “Todavía puede encontrarse en Italia”, dice sonriendo Filippo Costa, tataranieto del fundador de la empresa.
Filippo, que llegó a la Argentina a los 23 años y hoy tiene una agencia de viajes, recorrió la historia familiar durante una charla con El Día.
“Ya en la segunda mitad del 800 comerciaban aceite de oliva. Después de la Primera Guerra Mundial y hasta el comienzo de la Segunda, la actividad se internacionalizó, se llegó, incluso, a países más allá del Mediterráneo. En aquellos años, la Argentina tuvo un importantísimo papel en el comercio. Desde Italia llegaba el aceite con marca propia”, arrancó el relato. Y continuó: “En la primera mitad de los años 30, la presencia de Costa en la Argentina se extendió al campo industrial, por medio de la creación, junto con otro grupo italiano, de la Compañía Aceitera Argentina, una empresa para la extracción y comercialización de aceite de girasol; y en 1924 la familia comenzó a desarrollar su actividad como armador”.
Costa explicó que si antes de los 40’ la relación entre su familia y la Argentina tuvo más que ver con la industria y el comercio alimentario, en la post guerra se caracterizó por el transporte marítimo.
“Desde 1948 empezaron a funcionar servicios regulares para líneas de pasajeros de primera, segunda y tercera clase con el Anna C, primera nave en el servicio Italia-Sudamérica dotada con aire acondicionado, y el Andrea C. En 1957 entró en servicio el Federico C, que por sus características significó una importante mejora cualitativa. En 1966 apareció el Eugenio C, un nuevo salto cualitativo para las naves que transportaban pasajeros y la más veloz en la ruta que unía Sudamérica con el Mediterráneo: se llegaba desde Génova hasta Buenos Aires en tan sólo 12 días y medio”, recordó.
Inmediatamente después de la guerra se establecieron servicios regulares de línea tanto para pasajeros como para la carga. Muchos de los que llegaban desde el Viejo Continente en aquellos barcos venían con la fuerte esperanza de encontrar una nueva vida.
Desde el puerto de Buenos Aires, las naves volvían a Europa cargadas con granos, pieles y especialmente carne congelada y refrigerada (se utilizaban también las cámaras frigoríficas con las que estaban dotados los barcos de pasajeros), relató Costa.
Según sus datos, en los 70’, en el servicio comercial entre la Argentina e Italia se utilizaban seis naves.
La importancia del mercado argentino era tal para la Costa –tanto para pasajeros como para comercio-, que la empresa fue una de las primeras en contar con una representación comercial directa con sede en Buenos Aires.
Alrededor de la mitad de los 60’ estaba claro que el desarrollo del transporte aéreo en las líneas intercontinentales reemplazaría al transporte marítimo. Fue entonces, cuando en una clara muestra de flexibilidad, Costa comenzó un período de reconversión para adaptarse a la actividad de los cruceros.
Surgió una flota de naves dedicadas exclusivamente al turismo en el mar.
“El avance de la aeronáutica y la falta de tiempo atentaron contra los barcos. La gente ya no disponía de todos esos días que se necesitaban para viajar en barcos”, dijo Costa.
Varios años después de la caída ante la rapidez de los aviones, la industria de los cruceros comenzó a recuperarse y hoy pasa por uno de sus mejores momentos.
Esos verdaderos hoteles de lujo flotantes han crecido de manera exponencial para poder atender la creciente demanda.
El concepto “all inclusive” (todo incluido, no sólo en cuanto a la comida sino en buena parte de los servicios a bordo, como los espectáculos y entretenimientos, y el uso de las piscinas), la posibilidad de saber cuánto se gastará, de contar con muchísimas promociones familiares y el hecho de que hoy un crucero cueste lo mismo que hace 10 años, los han vuelto una opción más accesible.
Hoy los “barcos blancos” se han vuelto verdaderas moles de once pisos de alto, más de dos cuadras de largo y con capacidad para 3.000 pasajeros.
“En los últimos años, la evolución de la actividad de los cruceros ha sido tal, que las inversiones necesarias para sostenerla han excedido la capacidad de una sociedad de tipo familiar, por eso se decidió vender la empresa Costa al grupo operador más grande del mundo, el Grupo Carnival”, comentó Filippo.
El fundador de la compañía había sido su tatarabuelo. Su abuelo y su tío abuelo fueron quienes comenzaron con el negocio de los barcos, pero el “levantamiento post guerra” de la compañía quedó en manos de su padre y de su tío.
Lejos de escapar al fenómeno, la Argentina ocupa hoy un papel privilegiado en el mundo de los cruceros (ver recuadro).
En los últimos dos años se ha más que duplicado la oferta de plazas para nuestro país. Cada temporada -que arranca en noviembre y se prolonga hasta abril- llegan más buques, de mayor tamaño, y con más pasajeros.
Hace tres años, el barco más grande que atracaba en el puerto de Buenos Aires daba hospedaje a 1300 personas. Ahora, los colosos traen más del doble. El Infinity, por caso, tiene 3300 personas a bordo, entre pasajeros y tripulantes, y 293 metros de largo, y el Mariner of the Seas, casi 4000 personas.
La temporada pasada, por ejemplo, Costa reemplazó el Costa Romántica (de 1700 pasajeros) por el Costa Victoria (2400 pasajeros), relevo que significó un 40% más de huéspedes en Buenos Aires, más allá de que incrementó el número de escalas de la nave.
Es cierto que la industria de los cruceros creció, se expandió y se diversificó. Que hoy hay grandes jugadores internacionales en el negocio. Sin embargo, hay un claro diferencial que todos –sin importar el origen- quieren mantener y exhibir: el sello italiano.
RECUADRO
Buenos Aires acelera su posicionamiento
Más allá de las apreciaciones subjetivas sobre el atractivo que ejerce su patrimonio socio-cultural, arquitectónico y recreativo, y de las ventajas que implica su estratégica ubicación geográfica en el Atlántico Sur -permite ser integrada en itinerarios tanto hacia Brasil como Chile-, los números demuestran que Buenos Aires se está posicionando cada vez mejor entre los nuevos destinos para los cruceros.
Para la temporada 2008-2009 están programados 124 recaladas de buques que traerán a estas tierras 266.961 pasajeros, cifras sustancialmente mayores que las de la temporada anterior (desde noviembre de 2007 hasta abril de 2008): 99 recaladas y 180.650 pasajeros.
Un trabajo realizado por el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires destaca la importancia que tiene para una ciudad “colarse” en los itinerarios de los cruceros.
Si figurar en la ruta de los cruceros tiene sus ventajas, ser el principio o el fin del viaje, lo es aún más ya que ello implica recambio de pasajeros y de tripulación y el consiguiente pernocte en la ciudad de embarco o desembarco.
Los pre/pos cruceros son generalmente de 2 a 5 noches en hoteles de 4 y 5 estrellas, y por consiguiente son turistas que la ciudad gana por más días.
El paso de los turistas representa un importante ingreso de divisas. Según cálculos oficiales, el gasto promedio diario de un crucerista extranjero fue, el año pasado, de 718.89 pesos. Dentro del “gasto” se incluye la comida, la movilidad interna, las compras y el entretenimiento (museos, pubs, espectáculos, etc), pero no el alojamiento.
Entre los barcos más grandes que han recalado en Buenos Aires figuran el Star Princess, con capacidad para 5.000 pasajeros y el Infinity, que puede transportar a 3.600 personas.
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