LOS IDAS Y VUELTAS DE LA POLÍTICA
La casta y la puesta en práctica de un arte inimitable
Hace algún tiempo la política argentina decidió engendrar la generación de los boludos. Algunos son, otros se hacen, aunque tienen algo en común: una gran responsabilidad en lo que pasa hoy y en haber “facilitado” con sus desastres que Javier Milei llegara a ser presidente.
La multitudinaria marcha por la educación universitaria de la semana bien podría ser una muestra de ello. La inmensa mayoría de los que se movilizaron en todo el país lo hacen desde la honestidad intelectual de defender algo que le pertenece a la sociedad argentina. Milei profundo defensor de Julio Argentino Roca, ignora y olvida que el expresidente fue una piedra basal en el desarrollo de la educación pública en la Argentina y llevó escuelas a todos los rincones del país. Su educación pública, laica y gratuita marcó un antes y un después en la historia nacional porque le permitió a cientos de miles de argentinos integrarse al sistema y tener posibilidades de progresar.
Nuestra educación, enclenque y golpeada, sigue siendo un valor que la sociedad argentina defiende. Y la educación universitaria no es más que el reflejo del ascenso social, esa rémora que las eternas crisis se llevaron puesta. Por eso la reacción y el apoyo que concita.
Claro que después aparecen los actores que encarnan esa demanda. Las caras visibles que le ponen nombre y apellido al reclamo de miles estudiantes y docentes. ¿La debacle educativa es sólo atribuible a un gobierno que lleva 9 meses? Milei y muchos de sus funcionarios a veces le ponen especial empeño y hasta algunos lo han dicho abiertamente, algo de lo que se han tenido que retractar.
Pero, con su mejor cara, en la marcha del miércoles aparecieron Massa, Moyano, Larreta, y Cristina desde el Instituto Patria. Sólo faltaron Alberto Fernández y Fabiola para cantar bingo. De hecho, Wado De Pedro aprovechó la volada para lanzar a su jefa a la candidatura presidencial del PJ.
¿Autocrítica? Es una palabra que no está en el diccionario de algunos dirigentes. Ningún esbozo de algún pedido de disculpas o perdón. Tampoco ninguno, ante los reiterados fracasos, elije la opción de retirarse a cuarteles de invierno, como decía mi abuelita, o darle un descanso al resto de la sociedad de su presencia. En política, como en cualquier ámbito de la vida, la resiliencia es algo positivo. Permite redescubrirse y empezar de nuevo, a veces en contextos ampliamente desfavorables. Buena parte de nuestra clase dirigente, sobre todo la que elegimos por el voto popular, le ha dado una vuelta de tuerca y se ha vuelto inoxidable al paso del tiempo. Eso sería lo de menos porque no se trata de una cuestión cronológica, sino de haber sido eficaz en la función pública. Argentina es, desde hace décadas, una máquina de fabricar pobres. Se mire cómo se mire, se busque evadir la responsabilidad o se tire la mugre debajo de la alfombra, ahí están los números de la pobreza. Incontrastables e interpelantes.
Por esos milagros de la naturaleza, entonces y con seriedad: ¿qué chances tienen aquellos que nos llevaron a este fracaso de sacarnos de él? ¿De golpe tienen la verdad revelada y ahora sí saben cómo hacerlo? Y si lo sabían, que sería más grave aún, ¿por qué no lo hicieron en todas las posibilidades que han tenido de gobernar o han ejercido responsabilidades en la función pública? En esta zaranda no se salva nadie, de ningún partido político, salvo la izquierda ideológica que nunca gobernó en la Argentina. Después, caen todos en la volteada, incluso integrantes de este gobierno libertario como Scioli o Caputo o Sturzenegger. Pero, siempre hay un pero, hay una diferencia: el que detenta el poder aplica las políticas que, a su leal saber y entender, corresponden al momento que le toca. Para algunos, Milei es un genocida; para otros, un revolucionario. No hay términos medios tampoco. Muchos de los dirigentes que “pidieron” por la educación universitaria son veteranos en esto de probar y fallar. Y juzgando por los resultados fueron un desastre. Excusas miles han inventado a lo largo de los años, jamás pedir perdón por todas las cagadas que se mandaron. Perdón, escribí cagadas, pero no hay otra forma más elegante de definirlo.
Aturdidos, hastiados, indignados, desesperados, una porción grande de los argentinos votó a Milei, que se mostraba como ahora en la campaña. Entre tantos reproches quizás que le puedan hacer sus votantes es que la casta, esa que se paseó orgullosa frente al Congreso los otros días, todavía se nos está cagando de risa. Y encima, se hacen bien los boludos.