EL DEBATE SOBRE EL DESARROLLO LOCAL
El giro ideológico del poder municipal
El cambio de autoridades a nivel local ha supuesto un cambio de paradigma. La política municipal parece transitar de una estrategia centrada en el Estado a otra que apuesta a la creatividad de la Sociedad Civil.
Marcelo Lorenzo
Aún es prematuro para hacer una apreciación sobre la nueva gestión, que recién se está acomodando y haciendo un inventario de lo que recibió.
No obstante, hay pistas sobre el giro ideológico producido en la comuna de Gualeguaychú, tras el triunfo de Mauricio Davico, de Juntos por el Cambio (JxC), en las elecciones de octubre pasado.
Dicho triunfo tiene la apariencia de ser significativo ya que el poder local pasó a manos de una agrupación surgida de la oposición tras 36 años de hegemonía peronista en la intendencia local.
Pero el carácter disruptivo del cambio político en la ciudad es más ideológico que institucional partidario, si uno se atiene al hecho de que el propio Davico y muchos de los miembros de su equipo de gobierno provienen culturalmente del peronismo.
Es más, el corte es selectivo desde el punto de vista de las últimas gestiones municipales, ya que visiblemente antagoniza en realidad con el llamado “piaggismo”, que es la versión kirchnerista del peronismo local.
No bien uno se adentra en el discurso de Davico cae en la cuenta que discute sobre todo las premisas que inspiraron la política municipal en los últimos ocho años.
Así, frente a un modelo “estado-céntrico”, que concibe el desarrollo local a partir del aparato estatal, en cuyo eje se monopoliza la acción pública, el actual intendente se ha venido pronunciando fuertemente a favor de la inversión privada, al tiempo que ha revindicado el papel de las entidades intermedias.
En una entrevista reciente, Davico ha sido explícito sobre el enfoque ideológico que inspira su gestión, que a priori marca un giro de 180º respecto del discurso dominante el último tiempo en Gualeguaychú.
“En nuestro concepto -ha dicho-, desde el municipio hay que generar las condiciones para que el privado invierta (…) Una ciudad se desarrolla con reglas clara, con seguridad jurídica, incentivando todo el tiempo la radicación de emprendimientos privados, no aumentando tasas e impuestos en forma irracional. Entonces, queremos poner alfombra roja para todos los que vengan a invertir y a generar trabajo genuino”.
Estas palabras del nuevo jefe comunal son toda una declaración de principios a favor de una política pro mercado. Discurso que marca un contrapunto con la ideología del piaggismo, desde donde seguramente se decodifique como producto de la mentalidad “neoliberal”, especie de bestia negra para este sector.
La otra definición de Davico (¿ya hay que utilizar el gentilicio “daviquismo?) no es menos disruptiva: “Tenemos que ser capaces de producir una sinergia positiva entre el sector público y el sector privado. No antagonizar sino sumar. Y de hecho no vamos a salir como ‘Papá Estado’ a competir con sectores que saben hacer lo suyo y mejor que nadie”.
¿Tiene esta expresión que ver con la crítica dirigida a la gestión de Martín Piaggio, a la que desde la oposición se la ha acusado de haber querido controlar todo lo que operaba fuera de su alcance, replicando por ejemplo desde el Estado las funciones de algunas entidades intermedias o confrontando abiertamente con algunas de ellas?
Como se sabe el kirchnerismo, como variante del peronismo, considera que las organizaciones de la sociedad civil no son asexuadas políticamente (por ejemplo, las cámaras empresariales) y por tanto hay que tratarlas como poderes fácticos que compiten por la hegemonía (dominio) de la sociedad (bajo esta óptica, son virtualmente adversarios políticos).
En la superficie, en suma, parece haberse producido un quiebre del paradigma ideológico a nivel local, algo que por otro lado tiene cierta semejanza con lo que ha ocurrido a nivel nacional.
El nuevo discurso por ahora es eso, apenas un relato. Serán estas ideas las que inspirarán las acciones de los actuales gobernantes. Por tanto, necesitarán ser validadas por la gestión, en los próximos cuatro años. El tiempo dirá si el enfoque ideológico elegido es el correcto o qué tipo de incidencia ha tenido en la realidad.
El punto medio
A esta altura conviene recordar que sin bien la política se inspira en ideas (sino sería una acción descerebrada) puede caer presa de los prejuicios, es decir quienes la ejercen suelen ser víctimas de anteojeras ideológicas.
El realismo político (algunos le llaman pragmatismo) aconseja atenerse siempre a los hechos y las circunstancias, que no es otra cosa que saber discernir los medios de los fines, colocándose en el punto medio entre los extremos ideológicos.
En este sentido, toda simplificación ideológica de la realidad, reduciendo su complejidad a uno de sus aspectos, conduce a extremismos dañinos.
Así, creer que el Estado es importante, no da patente a estatizar toda la actividad económica. Y a la inversa, apostar a la empresa privada, no implica renunciar al rol orientador de la autoridad política, que mira el interés general por sobre los intereses económicos particulares.
Por otro lado, tener y ejercer el poder político, no habilita a extender su influencia más allá de ciertos límites, al punto de querer absorber la sociedad civil convirtiéndola en un mero aparato paraestatal.
De igual modo, apostar a la creatividad y al empuje de esta última, no supone licuar la primacía de la política, que se expresa localmente en un Ejecutivo y un Concejo Deliberante, en cuyos ámbitos se trazan las pautas institucionales para la convivencia colectiva.
El gran desafío
Gualeguaychú tiene muchos problemas por resolver. Pero quizá ninguno más acuciante que la falta de empleo genuino, en un contexto de crisis económica nacional de larga data.
La percepción que existe es que la ciudad viene desde hace tiempo con los motores de su economía apenas funcionando. La actividad privada dejó de generar nuevos puestos de trabajo.
En todo este tiempo, entonces, el Estado ha salido a socorrer a más personas y familias que no pueden satisfacer sus necesidades básicas, como comer. En esencia, la respuesta a la falta de trabajo o de ingresos familiares ha sido multiplicar los planes sociales.
“Asistencialismo”, así se llama a esta práctica estatal consistente en entregar recursos a los ciudadanos que tienen problemas de subsistencia. La cuestión es cuando este esquema, cuya aplicación podría justificarse en una coyuntura puntual, se hace generalizado y deviene en una cultura.
Esta particularidad establece una relación de dependencia que afecta la autonomía de las personas, ya que éstas dependen así del Estado, más precisamente de los gobernantes de turno que lo administran, para subsistir.
A menos que se adhiera a una ideología pobrista de cabotaje, que vea con buenos ojos extender el brazo clientelar estatal a crecientes grupos de personas, esta estrategia no es consistente con una idea de progreso individual y social.