CUANDO EL CORAJE Y LA CREATIVIDAD TRANSFORMAN UNA INDUSTRIA
El espíritu femenino detrás de las burbujas más famosas del mundo
Desde los pioneros remuages de Veuve Clicquot hasta el estilo brut de Louise Pommery, las mujeres del champagne desafiaron las convenciones de su tiempo. Con historias de resiliencia, innovación y liderazgo, redefinieron la industria y marcaron un antes y un después en el Viejo Mundo.
El champagne, símbolo de glamour y celebración, debe parte de su prestigio y evolución a mujeres extraordinarias que desafiaron los límites impuestos por su época. Estas pioneras no sólo lideraron algunas de las casas más icónicas, sino que revolucionaron las técnicas de elaboración y su posicionamiento en el mundo.
Una de las figuras más destacadas fue Barbe-Nicole Clicquot, conocida mundialmente como la “Viuda Clicquot” (Veuve Clicquot), no solamente marcó un antes y un después en la historia del champagne, sino también en el papel de las mujeres en el ámbito empresarial. Nacida en 1777 en Reims, Francia, Barbe-Nicole se enfrentó a un futuro incierto al enviudar a los 27 años, en 1805, tras la muerte de François Clicquot. Su marido le había dejado una pequeña empresa de vinos en un momento en que las mujeres no podían, por ley, dirigir negocios a menos que fueran viudas. Ella aceptó el desafío y transformó un modesto viñedo en un emporio global.
Uno de sus mayores logros fue perfeccionar el método de clarificación del champagne, conocido como remuage o "removido". Este sistema, que permite eliminar los sedimentos del vino para lograr una bebida cristalina, revolucionó la calidad del vino. Según la tradición, utilizó una mesa de cocina perforada (precursora de los pupitres) en su búsqueda por mejorar la presentación de la bebida. Este avance permitió que su champagne se destacara por su claridad y brillo. Pero su genio no se limitó a la técnica: demostró ser una estratega brillante en un contexto geopolítico complejo. Durante las guerras napoleónicas, burló bloqueos y exportó su champagne a Rusia, un mercado crucial. Su astucia quedó registrada cuando en 1814, en plena ocupación militar, envió un cargamento a San Petersburgo. Allí, los cortesanos rusos se enamoraron de su champagne, especialmente los de la añada de 1811, conocida como “la cosecha de la cometa” debido a los buenos augurios astronómicos de ese año.
El éxito no fue casual: Barbe-Nicole era una visionaria del marketing. Fue una de las primeras en reconocer el poder de la marca y el packaging: las etiquetas amarillas de Veuve Clicquot se convirtieron en un sello distintivo que permanece hasta hoy. Además, su lema, “sólo una calidad: la mejor”, guía a la casa y la mantiene como un referente de excelencia y lujo.
Otra mujer fundamental fue Louise Pommery, una visionaria que dejó una huella imborrable en la historia del espumante al transformar su estilo y posicionamiento. A mediados del siglo XIX, en un momento en que la mayoría de los champagnes eran dulces, Louise detectó un cambio en las preferencias de los consumidores, particularmente en Inglaterra, donde los paladares comenzaban a inclinarse hacia sabores más secos. Fue entonces cuando introdujo el primer brut en 1874, que marcó un antes y un después en la industria. Este estilo, con su elegancia refinada y menor contenido de azúcar, se convirtió en el estándar para los vinos espumantes modernos.
Pero más allá de su contribución al sabor, Louise entendió que el lujo no residía únicamente en la bebida, sino en todo lo que la rodeaba. Fue así que encabezó la construcción de las impresionantes cavas subterráneas de la casa Pommery en Reims, las cuales se convirtieron, además de un espacio de almacenamiento, en un emblema de sofisticación. Decoradas con esculturas y cuidadosamente diseñadas, estos túneles interminables transmitían un mensaje claro: el champagne era una experiencia tanto estética como gustativa.
Esto también se reflejó en sus estrategias de presentación y marketing. Louise no escatimó en detalles para asegurar que las botellas representaran elegancia: incluyó diseños innovadores y un enfoque en la narrativa detrás de cada botella, lo que ayudó a diferenciarse de sus competidores en un mercado en crecimiento. Bajo su dirección, la casa se consolidó como un sinónimo de refinamiento y modernidad.
Lily Bollinger, por su parte, también dejó su huella: asumió el control de la casa Bollinger en 1941 tras la muerte de su esposo y demostró ser una estratega inigualable. Durante la Segunda Guerra Mundial, mantuvo la producción a pesar de las dificultades; y tras el conflicto, llevó la marca a nuevos niveles de reconocimiento global. Su célebre frase “lo bebo cuando estoy feliz y cuando estoy triste…”, encapsula el espíritu del champagne y permanece como parte de su legado cultural.
A estas mujeres se suma Madame Camille Roederer, quien fue fundamental en la expansión de la marca Louis Roederer durante el siglo XIX. Bajo su gestión, la casa creó el champagne Cristal en 1876, diseñado especialmente para el zar Alejandro II de Rusia, que estableció un modelo de exclusividad que aún perdura. Y también Jeanne Alexandrine Louise Melin, cofundadora de la casa Perrier-Jouët junto a su esposo Pierre-Nicolas Perrier, quien con su visión artística influyó en la decoración de las botellas, como la icónica serie Belle Époque, cuyos diseños florales todavía representan la unión entre el arte y el vino. Además, su impulso hacia la excelencia ayudó a consolidar la reputación de la marca.
La influencia de estas mujeres va más allá del champagne: representan modelos de liderazgo en un mundo históricamente dominado por hombres. Su capacidad para fusionar tradición e innovación consolidó al vino más famoso del mundo como un ícono universal de excelencia y celebración.