UN ATENTADO EN PLENA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL
El día que dos fascistas intentaron incendiar el Teatro Gualeguaychú
En el verano de 1941, nuestra tranquila ciudad se vio conmocionada por un frustrado atentado que pudo desencadenar una tragedia: dos jóvenes filo-fascistas colocaron una bomba incendiaria en el Teatro Gualeguaychú con el objetivo de impedir la proyección de El Gran Dictador, de Charles Chaplin.
Por el vínculo comercial, geopolítico y sobre todo inmigratorio que tenía Argentina con Europa, Gualeguaychú y sus habitantes no eran ajenos al contexto de la Segunda Guerra Mundial. A este lado del océano Atlántico, y a pesar de que nuestro país se había declarado neutral, muchos seguían atentos el desarrollo del conflicto bélico y no faltaban quienes tomaban posición en favor de los Aliados o del Eje. El trasfondo era ideológico: los discursos del fascismo italiano y español y del nazismo alemán, que prometían el retorno a un pasado glorioso y encontraban en un chivo expiatorio la culpa de todos sus males, calaban hondo en los inmigrantes europeos llegados a la Argentina y en sus hijos. De la misma manera, también lo hacían las expresiones contrarias, representadas tanto por la resistencia anarquista y socialista como por las democracias liberales.
Es en esta coyuntura que un 7 de febrero de 1941 dos jóvenes simpatizantes del fascismo intentaron -sin éxito- sabotear la proyección de El Gran Dictador en el Teatro Gualeguaychú, que por aquel entonces -y durante mucho tiempo- funcionó como cine. El film, guionado, dirigido y protagonizado por Charles Chaplin se había estrenado el año anterior y era su primera película sonora. En ella, Chaplin desempeña ambos papeles principales, el de un despiadado dictador nazi y el de un barbero judío perseguido. La historia combina drama y comedia para realizar una condena al nazismo, al fascismo, al antisemitismo y a las dictaduras en general, en particular de los regímenes totalitarios de Adolf Hitler y Benito Mussolini.
La crónica de este frustrado atentado comienza cuando Enrique Bartolomé Pérez Devoto, un menor de edad domiciliado en Capital Federal y que en ese momento estaba de vacaciones en casa de sus padres en Gualeguaychú, confeccionó una bomba incendiaria dentro de un recipiente de madera. Su cómplice era Mario Rígoli, un italiano de 17 años que trabajaba como albañil en la ciudad, quien tuvo la tarea de colocar el dispositivo en el palco Nº 4 el jueves a las 20 horas, con la intención de que se activase al mediodía del día siguiente.
La bomba contaba con un reloj despertador a campana marca “Babi”, que iba junto a la bobina de un auto Ford modelo T alimentada por cinco pilas secas comunes, las cuales se conectaban mediante un cableado a una bujía. Esta a su vez iba en el pico de una botella de ¾ litros de vidrio sin tapa, que contenía nafta y tres mecheros de algodón, que eran sostenidos por los cables y éstos, a su vez, iban conectados a la bujía. La idea era que cuando el reloj despertador sonora al mediodía del viernes 7 de febrero se activara la bobina y provocara una chispa en la bujía para así incendiar las mechas de algodón que harían explotar la botella con combustible, esparciendo el fuego al interior de la sala.
No contaban con que el empleado Eleazar Leopoldo Videla encontrara la bomba justo a tiempo. Tras comunicárselo al administrador del Teatro Gualeguaychú, José Rey, ambos tomaron la audaz decisión de cortar los cables para desactivar el artefacto. Luego, a las 11 de la mañana de aquel convulsionado viernes, Rey presentó la denuncia en la Jefatura Departamental de Policía, quienes momentos después iniciaron un operativo en la sala.
El procedimiento estuvo encabezado por el comisario de órdenes Raffart, acompañado por los comisarios Martínez Güemes, Bonzón y Gamboa. Los oficiales verificaron el aparato explosivo y -siguiendo el consejo de los técnicos del Regimiento Nº 3 de Zapadores Pontoneros con asiento en nuestra ciudad- lo colocaron en un recipiente con agua. Horas después, Rígoli y Pérez Devoto fueron detenidos, y confesaron ser los autores del hecho durante el interrogatorio al que se los sometió.
Según se supo después, la bomba tenía como finalidad llamar la atención y no causar víctimas, ya que iba a ser accionada en un momento en que la sala estaba vacía y se acondicionaba para recibir a los niños que asistían a las funciones de matinée durante la siesta. De todas formas, de haber estallado, las llamas hubieran consumido el teatro por completo, teniendo en cuenta el material inflamable en su interior y considerando que por aquel entonces Gualeguaychú no contaba con un cuartel de Bomberos que pudiera sofocar semejante incendio. Pero así y todo -y por suerte- lo más probable es que el dispositivo en sí nunca hubiese funcionado, ya que el perito judicial Luis Piemonte determinó que había sido armado de manera deficiente: la mitad de las pilas no funcionaban, y para haber provocado el incendio la botella debía haber tenido un detonador debajo, para que al romperse esparciera mejor el combustible por toda la sala.
La indagatoria fue realizada en la secretaría del Dr. M. Venturino, del Juzgado del Crimen del Dr. José Sobral, y los abogados defensores de los jóvenes imputados fueron Luis María Álvarez Daneri y Jorge Hermelo. Por las características del hecho, y al tratarse de menores de edad, ambos autores habrían quedado en libertad sin mayores consecuencias. Sin embargo, este suceso no pasó desapercibido por la sociedad, que se vio alarmada ante semejante acto de violencia al que estaba desacostumbrada.