Crónica de una experiencia en Camerún
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En la revista especializada Industria Dental de España el odontólogo Martín Davico, nacido en Gualeguaychú, escribió un artículo. Participó de una expedición voluntaria a Camerún. Actualmente reside en Barcelona. Publicamos un extracto de su nota.Martín Davico*Camerún también existe. En la oscura madrugada del 5 de agosto de este año aterrizamos en Yaundé, la capital de Camerún, un grupo de odontólogos voluntarios en representación de la ONG Dental COOP. Después de recoger las maletas y esperar en el aeropuerto, una ambulancia nos pasó a buscar para llevarnos al Centro Hospitalario Saint Martin de Porres de Yaundé. Horas más tarde nos trasladamos nuevamente hacía un pequeño poblado llamado Djunang, en la región Oeste del País, donde trabajaríamos durante dos semanas en el Centro Hospitalario Saint Dominique.Desde que salimos del aeropuerto comenzaron nuestros primeros asombros, como por ejemplo la gran cantidad de gente corriendo por las calles a las cinco de la mañana (en Camerún aman el deporte y a Samuel Eto'o), una nube de grandes pájaros que volaban en un total desorden (inmediatamente el chofér de la ambulancia rectificó que eran murciélagos) y la precariedad general, repetida incansablemente por todo Camerún, que se podía ver en el estado de las casas, los caminos y en todas las cosas que se podían observar.El largo viaje a Djunang por las peligrosas carreteras fue una auténtica excursión hacia el Camerún profundo. Si bien buena parte de los cameruneses son católicos o musulmanes, las grandes y coloridas pancartas que atravesaban las carreteras anunciando los funerales, nos recordaban que el Animismo sigue vigente en esta parte del África.Mercados de frutas junto a las rutas atestados de gente, motos-taxi que transportaban tres o cuatro personas (nunca vimos a nadie llevar un casco), destartalados autobuses que se detenían por escasos segundos en los mercados y grupos de niños con cestas en la cabeza que se acercaban corriendo para vender a los pasajeros pequeñas bolsas de cacahuetes, racimos de bananas, exóticas frutas y alimentos dudosos para nuestra desarrolladísima ignorancia.El lunes 6 de agosto comenzamos a trabajar en la rudimentaria consulta dental del Centro. La acumulación desorganizada de pacientes en la sala de espera hizo que al tercer día de trabajo la Dra. Roig solicitara, con cierta impaciencia, hacerse cargo de la organización de la agenda. Con la determinación de un Boy Scout tomó un papel, trazó un par de líneas e improvisó una agenda que se fue llenando de impronunciables nombres africanos.Tal y como nos lo habían solicitado el primer día de haber llegado a Djunang, el jueves 9 de agosto fuimos a atender a los presos de la penitenciaria de Bafoussam, la ciudad más importante de la zona situada a unos cinco kilómetros de Djunang. En el recibidor de la cárcel tomaron nuestros datos y nos dieron la lista con el nombre de los casi sesenta presidiarios que necesitaban ser atendidos.El primero de ellos aparecía con el nombre de pila Napoleón y el segundo de la lista aparecía con el nombre Elvis. "No se detengan a hablar con nadie y caminen recto" dijo el guardia que nos escoltaba. La inesperada experiencia de atravesar el patio de la prisión donde se encontraban todos los presos fueron los 45 segundos más intensos de todo mi viaje. Junto al mismo patio de la cárcel había un salón sin puertas donde se dispusieron dos sillas y una mesa para colocar todo el instrumental que habíamos llevado.Una monja polaca, quien nos había solicitado la colaboración en esta misión, se encargaba de darles a los pacientes antibióticos y analgésicos una vez se los había atendido."No es lo mismo levantarte a las cuatro de la mañana para asistir a una cesárea en Madrid que levantarte para lo mismo a las cuatro de la mañana en Camerún, cuando sabes que eres el único médico en varios kilómetros a la redonda", dijo a los voluntarios Borja, un médico madrileño que lleva tiempo en Yaundé.A lo mejor, para nosotros, una satisfacción fue darnos cuenta que nuestra presencia garantizaba tratamientos para la gente que de otra manera no los podría recibir. O quizás, el arduo trabajo de atender una niña que llora por miedo a "la aguja", demande un esfuerzo personal insignificante si se tiene en cuenta que tu trabajo puede ser una oportunidad única para ella.O mejor todavía, nuestro trabajo estaba desinteresadamente al servicio de otra persona, y lo hacíamos con ganas, lo que te hacía sentir íntimamente más íntegro como ser humano y más digna nuestra profesión. Los días tomaron ritmo, nos fuimos naturalizando a nuestro nuevo entorno y estilo de vida en el África olvidada.PerfilMartín Davico nació en febrero de 1978 en Gualeguaychú. Estudió en la Escuela Normal, desde jardín de infantes hasta el nivel secundario. A los 18 años se fue a estudiar a la Universidad Nacional de Buenos Aires. En el año 2005 terminó la carrera y desde entonces vive en Barcelona. Su familia y la de casi todos sus amigos residen en nuestra ciudad. Una vez al año regresa a su ciudad natal.Sus contactos: ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
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