Clan Puccio: la historia detrás del caso que conmueve al cine
Fue la organización de secuestradores más temible de la historia policial argentina. Sus víctimas, los últimos días del patriarca Arquímedes y la muerte de su hijo Alejandro.Siempre negó su culpa en los crímenes de la banda de la cual fue líder y cerebro, su propia culpa y la de sus hijos. Pero no pensaba morir sin dar su última palabra: poco antes de fallecer por una complicación derivada de un ACV a los 84 años en 2013, Arquímedes Puccio adquirió el hábito de hablar, con una última entrevista. No daba miedo, por otra parte; ya no podía secuestrar o matar a nadie. Era apenas un viejo soez con un estado mental dudoso, viviendo con apenas unas pocas pertenencias en una casita en el medio de la nada. Le habían detectado, por otra parte, un tumor en el cerebro.Condenado con un eventual beneficio de prisión domiciliaria, recaló en el barrio El Molino de General Pico, La Pampa. El beneficio le fue revocado en 2004 al comprobarse que solía salir de su casa. De ahí, fue trasladado al Instituto Abierto de General Pico. Salió tres años después. Terminó en un catre en una pensión, sin baño. Tuvo la suerte de que un pastor evangélico lo recibiera, le diera un poquito de ayuda. En junio de 2011, fue visitado por el periodista Rodolfo Palacios, el autor del libro El Clan Puccio, para ser entrevistado para la revista El Guardián. Puccio se jactaba de haberse acostado con más de 200 mujeres y hasta alardeaba tener una noviecita de 15 años en el pueblo. "No me dejo las uñas largas por mugroso, sino porque hay una gordita atorranta que me pide que le rasguñe las tetas", le decía a un Palacios atónito. Puccio le ofreció luego "ir de putas a algún piringundín", mientras pensaba nostálgico en una eventual vuelta a Buenos Aires.e había convertido, supuestamente, al culto evangélico, aunque no parecía. Ex contador y funcionario de Cancillería con rango de vicecónsul y correo diplomático hasta que lo echaron por un presunto contrabando de 50 armas a Italia y dueño de una cava de más de 500 vinos en su casa-aguantadero de San Isidro, Puccio murió dos años después de esa charla. Terminó enterrado en la zona de parias en el cementerio público de General Pico. El mismo pastor que era uno de sus contados amigos había ofrecido pagar su ataúd, para luego retractarse. A su velorio fueron un par de policías.Su hijo Alejandro, condenado junto a él, le había ganado de mano. Falleció en 2008 consecuencia de una neumonía, con cuatro intentos fallidos de suicidio en su haber; incluso se arrojó en 1985 del quinto piso en Tribunales. Un talentoso rugbier en su juventud, jugador del club Pueyrredón, había sido condenado a reclusión perpetua pero había logrado la libertad condicional ocho meses antes de morir luego de estar alojado en el penal de Florencio Varela, según confirmó su abogado a La Nación. Había vuelto a la casona familiar en la calle Martín y Omar en un lapso de libertad en 1999, tras haber sido liberado por "un mal cómputo en su condena", habían comentado fuentes judiciales: la jueza Andrea Pagliani determinó nuevamente su detención. Sus abogados pelearon con un recurso de queja en la Corte Suprema. Para ese entonces, el clan Puccio estaba fracturado, en ruinas. Solo quedaba el recuerdo, un montón de recortes de diario, y las tres tumbas de sus víctimas: los empresarios Emilio Naum, Ricardo Aulet y Eduardo Manoukian, todos secuestrados y asesinados.
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