APERITIVOS
Campari, pasión roja
Si no existiera, absolutamente nadie sería hoy capaz de concebir una bebida semejante que tenga la particularidad no sólo de ser protagonista a la hora de los aperitivos, sino también de cautivar a diario a un sinfín de paladares que se dejan seducir por sus sabores dulces y, a la vez, amargos.
Hay bebidas que deben su fama a leyendas, fábulas, siglos de elaboración, tradiciones familiares… pero son muy pocas las que despiertan pasiones y rápidamente pasan a integrar la élite etílica de culto por elegancia, sofisticación y mística. El Campari es una de ellas.
Técnicamente es un bitter, es decir, un brebaje cuyo proceso de elaboración contempla tanto la maceración en alcohol como la infusión en agua de diversas hierbas y especias. El concentrado se mezcla con agua purificada, alcohol neutro y una solución azucarada, lo que deja a la bebida final con un 26,5% de alcohol por volumen. La fórmula lógicamente es secreta y el detalle completo sólo lo conoce el presidente de la empresa, quien personalmente supervisa la preparación con la asistencia de varios empleados de confianza, cada uno de los cuales conoce nada más que un pequeño número de los ingredientes clave. Una copia de la receta está cuidadosamente guardada en una bóveda bancaria. Así y todo, sólo se puede sospechar la presencia de pieles de cítricos y corteza de árbol que contribuyen a su sabor dulce y amargo. El característico color rojo proviene, aparentemente, pero sin ningún dato certero, de un pigmento natural.
El hombre detrás del mito
El creador de esta bebida fue Gaspare Campari, un lombardo natural de Castelnuovo que de joven era aprendiz de maître licoriste en el prestigioso Bass Bar de Turín. En esa época los elegantes café-bars tenían sus propios maestros licoristas, quienes mezclaban vinos o espirituosas con varias hierbas y especias. Las recetas de la casa eran secretos bien guardados y, ocasionalmente, resultaban en pequeñas producciones comerciales.
Luego de haber completado su aprendizaje, Campari comenzó a trabajar como maître licoriste en el renombrado restaurante Cambio. Allí sirvió sus creaciones a los miembros más destacados de la sociedad. Luego de la trágica pérdida de su mujer y sus dos hijos, Gaspare abandona Turín y se instala en Milán, donde abre un café y contrae nuevamente matrimonio.
En aquellos años, nacía el Estado italiano y en la ciudad se proyectaba la construcción de una magnífica galería en las inmediaciones de la catedral, justo donde se encontraba el local de Campari. Sabiamente, Gaspare rechazó todas las ofertas de indemnización por la pérdida del café y exigió exitosamente que le fuera dado el primer local en la entrada de La Galleria. Allí, en el refinado Caffé Pasticcería Campari comenzó a ofrecer su nuevo bitter en 1867.
Después de algunos años de ventas exitosas, a su hijo Davide (que se había criado en el bar) le llamó la atención que los dueños de los negocios rivales mandaran a sus empleados a comprar el aperitivo de su padre, conocido como Bitter all’uso d’Hollanda, para revenderlo. Así que se le ocurrió permitir esta práctica, pero con la condición de que cada uno exhibiera un cartel en el que se anunciara que allí se vendía el auténtico Bitter Campari. De esta forma, nació el bien conocido nombre de la marca.
Tal vez por casualidad, un romance transformó a Campari en una marca internacional. Davide se enamoró perdidamente de una hermosa cantante de ópera, Lina Cavalieri. Su retrato, encargado por Davide, fue utilizado para promocionar la marca y dio comienzo a la publicidad de la empresa. Abruptamente, Lina le informó a Davide que partía hacia Niza para la temporada de verano. Davide buscó desesperadamente una excusa para seguirla y le dijo a su familia que ya era hora de entrar en el mercado de exportación y que se instalaría en Francia durante varios meses para abrir su primer depósito internacional en Niza. Pero luego de la temporada, Lina partió nuevamente, esta vez hacia Moscú, donde contrajo matrimonio con el príncipe Sasa Bariatinskij.
Enfermo de amor, Davide la siguió y convirtió a Rusia en su segundo mercado de exportación. Luego de un año y un divorcio, Lina se embarcó hacia Nueva York, donde compartió cartel con el gran Caruso. Esta vez se casó con un multimillonario, pero el enlace duró tan sólo siete días, y una vez más, la botella de Campari había entrado en un nuevo mercado. Davide falleció en 1936 y dejó a sus herederos un legado impresionante: el invento de su padre desperdigado en diferentes rincones del planeta y con el mote de bitter más vendido del mundo.
En fin, más allá de la historia novelesca y sus ribetes, no deja de sorprender que, tanto en Buenos Aires como en Nueva York, en la época de la Segunda Guerra Mundial como en este presente tan posmoderno, se siga tomando este llamativo bitter y que continúe seduciendo con tanta fuerza, sin siquiera tener idea de lo que se está bebiendo.