TABACO, PÓLVORA Y LUCHA DE CLASES
Barcala, el anarquista de los cigarrillos explosivos que perpetró un boicot en Gualeguaychú
A fines de la década del 20 del siglo pasado, se cree que más de un gualeguaychuense resultó herido por obra de un personaje enigmático del que sólo se conoce su apellido. Perseguido por su ideología y su prontuario de obrero insurrecto, este anarquista llegó a la ciudad como operario de la primera máquina de cigarrillos que hubo en la provincia y buscó la manera de continuar la guerra contra sus antiguos patrones.
Existe un sinfín de historias que sobreviven al olvido en los relatos de familia, son anécdotas y recuerdos que nuestros padres y abuelos cuentan sobre los suyos y el mundo en el que vivieron. La de Barcala es una de ellas. Como pasa a menudo con las narraciones orales que no se reciben de una fuente directa, tiene sus baches argumentales e imprecisiones, en especial si los hechos que la componen ocurrieron hace casi un siglo. De todas formas, vale la pena contarla, ya que su elemento central no deja de ser verídico y los múltiples interrogantes que despierta alimentan nuestra curiosidad e imaginación mientras nos remonta a escenarios de película.
Mi bisabuelo fue Daniel Rebagliati: un gualeguaychuense, hijo de un panadero italiano, que llegó a posicionarse como comerciante de ramos generales y fabricante de cigarros en la ciudad. Inició su aventura con una pequeña manufactura de tabaco en 1914 y llegó a emplear a casi 100 obreras cigarreras durante el apogeo de Casa Rebagliati, en la década del 40. Antes, en 1932, había registrado su marca de cigarros: los “Hacha”, que se distribuían en toda la provincia y también en Buenos Aires. Pero esta historia no gira en torno a él, sino sobre uno de sus empleados, del cual sólo trascendió su apellido: Barcala.
No hay precisiones en cuanto a la fecha, pero es muy probable que haya ocurrido a finales de la década de 1920. Por aquel entonces, Rebagliati había adquirido una máquina armadora de cigarrillos similar a las que utilizaba Piccardo & Cia, una de las mayores firmas tabacaleras del país. Se cree que fue la primera máquina de esta clase en llegar a Entre Ríos, por lo cual el cigarrero gualeguaychuense viajó hasta Buenos Aires en busca de un operario calificado para manejarla. En las fábricas de Piccardo le dijeron que la persona indicada podría ser un extrabajador de la firma, un tal Barcala.
Rebagliati dio con Barcala y lo trajo a Gualeguaychú para que trabaje en su cigarrería, sin sospechar lo que podía llegar a pasar. Con el tiempo -se desconoce cómo- descubrió que su nuevo operario era un anarquista que abogaba por la acción directa como respuesta a la explotación obrera en las fábricas. Sus actos de lucha, en particular, eran una forma de boicot hacia las distintas marcas de cigarrillos, que fabricaban y comercializaban sus antiguos patrones.
Su modus operandi era extraño, pero eficaz: Barcala tomaba un atado de cigarrillos y reemplazaba parte del tabaco por pólvora; luego iba a comprar un paquete de la misma marca y cantidad, pero al recibirlo le pedía al vendedor que mejor le diera uno de otra cantidad; en ese instante, con disimulo, le “devolvía” el paquete adulterado, que desde entonces quedaría en el comercio hasta que alguien más lo compre y se lleve una explosiva sorpresa al encenderlo. El relato familiar de esta historia indica que varias personas sufrieron a causa de los cigarrillos de Barcala.
No hay registros que prueben si efectivamente así ocurrió, pero sí hay uno que cuenta sobre esta práctica: El diario anarquista “La Protesta”, en su edición del 10 de noviembre de 1921, se refería al feroz y reiterado conflicto que enemistaba a los ácratas con Piccardo & Cia (que duró por lo menos de 1919 a 1926): “¿Tiene usted una linda dentadura? Absténgase de fumar los cigarrillos del Trust de Piccardo; su facha corre peligro de ser desfigurada por un cigarrillo explosivo. Los émulos de Carlés son muy bromistas”. En la última oración, los huelguistas se refieren sarcásticamente a sí mismos como los “competidores” de Manuel Carlés, fundador de la Liga Patriótica Argentina, el grupo parapolicial de extrema derecha que impartía la más cruda violencia represiva contra obreros e inmigrantes.
Barcala había sido descubierto por su empleador y desde entonces ya no trabajó para él. Además, al parecer, el vínculo entre ambos no se cortó ya que, en uno de sus viajes a Buenos Aires, Rebagliati accedió a una invitación de Barcala a cenar con sus compañeros en la zona de Puente Alsina, un histórico barrio proletario. En aquella ocasión, el empresario gualeguaychuense también habría sido testigo de cómo las mujeres anarquistas preparaban ropa para enviar a sus camaradas revolucionarios que luchaban por su causa de libertad e igualdad en España, lo cual nos lleva a pensar que este último episodio pudo haber tenido lugar en tiempos de la Guerra Civil Española (1936-1939) y años después del paso de Barcala por nuestra ciudad.
Se desconoce qué fue de la vida de este personaje y si alguna vez volvió a Gualeguaychú. Tampoco se sabe si llegó a establecer vínculos con otros vecinos ni qué otros hechos ya pesaban sobre su prontuario. Quizás sean otras de estas pequeñas historias incompletas y nunca antes escritas las que tengan la respuesta a alguna de estas preguntas. A lo mejor, alguna familia tenga otro cuento fragmentario, casi perdido o distorsionado, que nos hable de Barcala, el anarquista de los cigarrillos explosivos.