LOS MÁRTIRES ENTRERRIANOS DE LA PLAZA INDEPENDENCIA
1° de Mayo de 1921, un día trágico en la ciudad
A mediados de la década del 80, siendo estudiante, me interesé por estos hechos. Me los reveló la lectura de un ensayo de Osvaldo Bayer, que los aludía como al pasar. Recuerdo que lo comenté en una reunión de estudiantes en Buenos Aires y casi ninguno había tenido noticias al respecto. Solo un par atinaron con alguna vaga referencia. Así es que me puse a estudiarlo en los diarios de la Biblioteca Nacional, por entonces en México al 500. Allí me dirigía a manera de descanso, luego de haber rendido algún final, como para relajarme. Era un lugar bonito, antiguo y bastante misterioso que había sido dirigido nada menos que por Jorge Luis Borges. Allí leí La Prensa, La Nación (diarios conservadores), La Vanguardia (socialista), La Protesta y La Antorcha (anarquistas).
También hice averiguaciones en mis vacaciones en Gualeguaychú y un par de reportajes atrapantes a Don Ángel Jordán. Lo recuerdo como un anciano flaco, simpático y tembleque. Lo visitamos con Juan Brasesco y Rubén Vaena. Nos recibió junto a su esposa dispuesto a contarnos toda su verdad sobre hechos de los cuales él había sido protagonista. Nos impactó que nos asegurase que la manifestación obrera había recibido disparos desde los techos del edificio de la Catedral y que, por esa razón, años después, bautizó con el nombre de Ateo a su hijo.
Don Ángel Jordán, nacido con el siglo pasado, tenía al tiempo de los hechos unos 20 años; la misma edad que nosotros teníamos entonces. Nos contó cómo huyó de la balacera metiéndose en la casa de los Luciano –hoy Caja Forense– en la calle Rivadavia, frente a la Plaza San Martín. Nos contó que algunos de los agresores lo persiguieron hasta los fondos de la casa sobre la calle Colombo, por donde procuraba escabullirse para reunirse con sus compañeros. Allí, hallándose él caído en el suelo, y cuando estaban por rematarlo, se interpuso una mujer del servicio de la casa, que al parecer conocía a los atacantes por frecuentar la misma diciéndoles: “¡Así quieren ser patriotas ustedes, matando a estos pobres obreros! Mándense a mudar inmediatamente y dejen en paz a este muchacho”. La autoridad de una empleada doméstica con carácter se impuso ante las armas de fuego y Don Jordán pudo contar el tiempo.
El 1º de mayo de 1921 es, sin duda, el día más negro de la historia de Gualeguaychú como ciudad. Ese día grupos conservadores atacaron una manifestación de obreros reunidos en la plaza San Martín –por entonces llamada Independencia- matando a cinco personas e hiriendo a más de treinta. Hubo algunos detenidos y una causa judicial, pero pocos resultados concretos. El tiempo fue sellando el caso con una suerte de estiércol pegajoso. Razones políticas, vecinales, temores, prejuicios y favoritismos se dieron cita para tapar el hecho durante décadas. Estuvo allí a la cabeza de los agresores una de las más prominentes figuras del conservadorismo local, Juan Francisco Morrogh Bernard. Nunca más se habló del tema hasta la aparición de mi primer libro a fines de los ‘80, salvo las misas que tenían lugar en el cementerio por la mañana, ante un reducido número de personas.
El hecho se enmarca en la lucha desatada por la tensión generada entre trabajo y capital. Esto se dio en las grandes ciudades en los albores de nuestra industrialización tardía y en los pequeños pueblos ante el agotamiento de la extensión de las fronteras productivas. Estos dos hechos significaron que la renta industrial y la del campo le era disputada a la burguesía tradicional por trabajadores, muchas veces de origen inmigratorio.
Esa tensión económica y social se materializó en dos grupos antagónicos que, en la década de 1920 y con distintas variantes, protagonizaron la lucha social: La Liga Patriótica Argentina y la Federación Obrera.
La Liga Patriótica Argentina era una suerte de alianza policlasista, de ideología nacionalista que representaba a los sectores más conservadores. La Liga organizó una multitudinaria reunión y desfile callejero en Gualeguaychú para esa fecha, con el objetivo de celebrar el pronunciamiento de Urquiza contra Rosas. La invocación de la gesta de Urquiza era el ámbito favorito de los estancieros e intelectuales conservadores de la provincia para dar rienda suelta a su afán reaccionario. Su ecuación era sencilla: Bandera roja era igual a anarquía e igual a agresión a los valores nacionales. Eso daba pie a los discursos anti obreros.
Por su parte, la principal central obrera del país era la Federación Obrera Regional Argentina (F.O.R.A.). Había dos vertientes de aquella antigua central. La del V Congreso que era anarquista y la del IX Congreso que era socialista o socialdemócrata. Esta última se vinculaba con el Partido Socialista que, a diferencia de los anarquistas, consideraba viable la presentación de listas en las elecciones para autoridades constitucionales, dejando a un lado la lucha armada y la realización de atentados violentos.
Volviendo a Gualeguaychú, la Federación Obrera Departamental estaba conectada con la FORA del IX Congreso, sin perjuicio de lo cual la Liga Patriótica la acusaba igualmente de promover la anarquía por usar una bandera roja. Esta bandera sería protagonista principal de los hechos de ese día, y por ello pienso que la principal causa del desastre fue la presencia de las brigadas de la Liga Patriótica y de sus principales dirigentes en la Plaza Independencia el 1° de mayo por la tarde, justamente reclamando el retiro de la bandera roja de la F.O.D.
El jefe de policía, Isaías Lahíte, tenía instrucciones del Gobierno provincial de evitar que ambos actos se cruzaran en espacio y tiempo. Por eso dispuso que la Liga Patriótica realizara su desfile y actos hasta las 3 de la tarde, empezando por la calle 25 de Mayo, desde Rocamora hasta Mitre, volviendo por Urquiza hasta su inicio y luego hasta el Hipódromo, donde había varias vaquillas con cuero para promover y agasajar la concurrencia. Recién una vez notificada la desconcentración de esos actos se autorizaría la salida de la manifestación obrera –sin duda mucho más modesta en cantidad y despliegue- desde su local de calle Perú –hoy Camila Nievas– hasta la plaza Independencia.
Así se hizo, solo que algunos dirigentes de la Liga Patriótica fueron a la plaza, en actitud pendenciera –el sólo hecho de concurrir era ya una provocación-, muchos de ellos armados y a caballo. Allí comenzaron a exigir airadamente el retiro de la bandera roja de los trabajadores y no obstante haberlo obtenido, emprendieron a tiros contra los trabajadores desarmados.
La causa judicial que trató los hechos fue la Nº 438 caratulada “Sumario con motivo del choque sangriento habido entre elementos de la Liga Patriótica y Federación Obrera”. Sin embargo, luego de su inicio no tardó mucho en perder el dinamismo de sus primeras horas. Tramitó bajo la carátula de una figura atenuada, que es el homicidio y lesiones en riña o agresión. Esta figura –la misma que reclamaba que se aplique la defensa del famoso caso de los rugbiers de la costa- se da cuando resulta imposible ubicar la persona del agresor o agresores, y entonces se imputa a todos los que hayan actuado o meramente intervenido en el episodio que discurrió violentamente contra las víctimas.
La causa concluyó luego de más de 1.000 fojas de actuación, seis años más tarde, el 2 de noviembre de 1927 –vaya paradoja, el Día de los Muertos–, cuando se declaró prescripta la acción penal respecto de todos los acusados y querellados, por el transcurso del máximo de la condena prevista por la ley para el delito de homicidio en riña. El Juez Cepeda se pronunció de esta manera al declarar prescripta la acción para acusar en la causa, sobreseyendo definitiva y totalmente a los imputados y “dejando a salvo su buen nombre y fama con las costas de oficio”.
El clima de tirantez que se vivía en los días previos lleva a inferir que los liguistas concurrieron a la plaza en forma premeditada, organizada, y con un deliberado –o al menos conjeturable– propósito de agresión del que debieron ser más temerosos. Del riesgo al propósito hay una distancia muy estrecha o tal vez ninguna. Como decía un vecino citado por el diario La Nación de aquellos días, un liguista hecho y derecho no podía menos que enfurecerse debiendo presenciar manifestaciones y discursos socializantes y viendo flamear la bandera roja –que ellos llamaban “el sucio trapo rojo”– justo el día del pronunciamiento de Urquiza. Sin embargo, nada de ello justificaría abrir fuego contra ciudadanos desarmados.
Muchos cayeron heridos en aquella jornada. Un especial recuerdo para los muertos: Lorenzo Timón, Ángel Silva; Celedonio Iglesias y Pedro Villareal. A ellos debemos sumarle al agente Fernando Rodríguez, conocido como Urristi o Urriste, ascendido post mortem a Sargento. Uno de los casos curiosos en la historia de un policía que estuvo del lado de la manifestación obrera, sin duda identificado con las órdenes de su Jefe Departamental, Isaías Lahíte.