SALUD Y DERECHOS
Vida independiente y síndrome de Down: Lucía se mudó sola hace tres meses y cuenta su experiencia
El 21 de marzo es el Día Mundial de las Personas con síndrome de Down. Un colectivo que, como tantas otras minorías, debe luchar el doble que el resto para que sus derechos sean respetados. La vida independiente es uno de los ejes que, en la actualidad, se discute respecto a las personas con discapacidad. En esta nota, la palabra de Lucía Recchia, una joven de 33 años que tiene síndrome de Down y decidió vivir sola.
Por Luciano Peralta
“Siempre viví con mi papá y mi mamá en Pueblo Belgrano y ahora me quise venir a vivir sola acá, a casa, en el centro”, dice Lucía Recchia (33), sentada en la comodidad de su hogar.
Hace poco más de tres meses que se vino para la casa de San Martín y Maipú. Y, en ese marco, el sábado pudo contar su experiencia en las Jornadas de Actualización e Inclusión Social tituladas “Perspectiva para la vida independiente de las personas con síndrome de Down”, organizadas por la Asociación Síndrome de Down de la República Argentina (ASDRA) en conjunto con la Municipalidad de Gualeguaychú.
Las personas con discapacidad, en general, y con síndrome de Down, en particular, tienen el mismo derecho que cualquier otra persona a proyectar una vida independiente, digna y con igualdad de oportunidades. Igual que las personas de su entorno, aquellas que no tienen discapacidad. Y uno de los pilares de esa independencia es la educación, la posibilidad de acceder a una formación de calidad en función de las características personales de cada persona, permitiéndole desenvolverse con la mayor autonomía posible.
Lucía empezó salita de 3 años en la ENOVA, hizo el prescolar, la primaria y terminó la secundaria en la misma institución. “Fui elegida mejor compañera”, dice y se ríe. Está contenta de recibirnos en su casa.
“Tuve un montón de compañeros, varones y mujeres”, recuerda. Y asegura que “era linda la escuela”, que “tenía un montón de materias” y que matemáticas, inglés y lengua eran las que más le gustaban.
“Ahora que vivo sola me gusta hacer mis actividades. A la casa de María, mi profesora de arte, voy caminando o en remís, uso la plata. También me gusta usar la SUBE en el colectivo, cuando voy con una acompañante, o ir sola al gimnasio”, dice. Y cuenta que hace baile y funcional, que son todas chicas y que, por ahora, no ha ido ningún varón.
No sólo la habitación en la que charlamos, casi toda su casa está decorada con sus cuadros. Hermosos. Ella cuenta que tiene compañeros de arte y los nombra uno por uno, que ahora la profesora está de vacaciones, pero que va a retomar las clases cuando regrese y que le gusta pintar cuadros como los de Milo Lockett.
“Todos (los cuadros) los hice yo, menos uno que hizo la abuela, de Frida Kahlo”, explica. “También me gusta el teatro, hacía teatro con Sonia Luján, hice de Tita Merello, la presentamos en varios lugares”.
-¿Cómo es un día tuyo, un día común?
-Me levanto a las 9 de la mañana. Me hago un té con leche y me compro galletitas. Después el almuerzo, pero yo no cocino. Me gusta la pizza, las milanesas, los ravioles caseros con salsita de mi mamá. Después me lavo los dientes y me hago el mate.
-¿Y los días que te toca trabajar?
-Me busca y me trae mi papá. Trabajo en el centro de salud de Pueblo Belgrano, soy administrativa, hago los sellados de los médicos y atiendo a la gente que viene a vacunarse y a tomarse la presión. Va mucha gente allá, de chicos a adultos. Es un trabajo que me encanta, me siento contenta.
-¿Y a la noche qué hacés?
-Veo series, películas, leo mucho. Aunque leo de tarde, también.
-Contame de tu familia…
-Tengo hermanos. Camila, Sofía y Salvador, las dos mujeres están en La Plata y Salvador en Buenos Aires. Camila estudia Trabajo Social, Sofía Turismo y Salvador, Seguridad e Higiene. Yo soy la mayor de los cuatro, a veces vamos a La Plata, me gusta.
-Y de Gualeguaychú, ¿qué te gusta?
Todo. El centro… Bahillo (risas)
Pero no sólo el helado le gusta a Lucía, también el Carnaval, donde se encontró a Florencia, su compañera de la escuela que tiene un hijo con síndrome de Down. Es hincha de Papelitos, está contenta con el bicampeonato y tiene un deseo que hasta parece sorprender a su papá y su mamá, que hace un rato llegaron y se sumaron a la charla.
“Me encantaría salir en el carnaval”, expresa Lucía y se ríe. Ella se ríe un montón. Se ríe y contagia.
La charla se va por las ramas y terminamos hablando de muchas cosas. De todo lo que ha conseguido Lucía, de lo importante que son los sistemas de apoyo, las personas que la acompañan en diferentes desafíos diarios, como cocinar, limpiar o ir a ciertos lugares. Seguimos hablando de cuánto se ha avanzado sobre los derechos y las necesidades de las personas con síndrome de Down y, sobre todo, de lo mucho que falta.
La autonomía y la vida independiente es parte de esos desafíos a seguir construyendo. En ese sentido, Lucía es un buen ejemplo. Después de un rato largo de charla, nos despedimos, ella nos acompaña hasta la puerta, nos da un beso y vuelve a entrar a su casa. El mate la espera.