Un debate flaco que parece una guerra: la primera víctima es la verdad
El kirchnerismo seguirá sacudiendo el árbol. No importa que de él caigan frutas verdes. Sólo interesa que caigan. Es una carrera contra reloj que termina el 10 de diciembre. Y la Ley de Medios es otro ejemplo. Casi no importa el contenido, ni las formas. El objetivo es que se salga.
Por Jorge Barroetaveña
De la redacción de El Día de GualeguayLos sueños presidenciales de Néstor Kirchner no se han extinguido. Todavía siguen con vida por la zona de Olivos y la Casa Rosada. En esa elucubración, hay dos actores molestos que, inoportunamente, se han malquistado con el matrimonio presidencial. A ver. La tirria del kirchnerismo por la prensa no es nueva. En Santa Cruz impusieron, desde su llegada el poder, un sistema de cerrazón informativa que, a grandes rasgos, aún perdura. Con publicidad oficial y, cuando esto no alcanza, directamente con la propiedad de los medios, sobre para mantener a la prensa crítica a raya.A nivel nacional quisieron imponer lo mismo, pero las diferencias fueron obvias. Igual, la relación de Kirchner Presidente con los medios siempre fue conflictiva. Todavía perduran en la memoria colectiva las diatribas que lanzaba desde su atril durante los actos, contra algunos enemigos predilectos. Primero fue La Nación y, ya cerca del final de su mandato, los ataques le tocaron al Grupo Clarín. Casi como ningún otro, el sureño se empeñaba en defenderse de los supuestos 'ataques' de algunos analistas prestigiosos, comunicadores radiales o conductores de televisión. Su intolerancia a la crítica fue creciendo a medida que fue emparentando las adversidades políticas a las críticas de emitidas por los medios de comunicación.El estallido final se produjo con la Resolución 125 y el tratamiento que, según él, la prensa en general le dio al conflicto agropecuario. Su alianza táctica con el Grupo Clarín (a quién le aprobó la fusión entre Cablevisión y Multicanal) empezó a hacer agua por todos lados y la idea de avanzar en una reforma de la vieja Ley de Radiodifusión volvió a cobrar vida. Es innegable que Kirchner estuvo cinco años en el poder y nunca se le ocurrió avanzar en el tema. Pero su análisis del desencanto social tiene, irremediablemente, una sola fuente: los medios.Esa visión conspirativa no es patrimonio del actual gobierno. La tuvo Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde no la llegó a desarrollar porque estuvo demasiado poco en el poder. La tendencia indica que, los medios y los periodistas en particular, también responden, igual que el resto de las corporaciones, a intereses oscuros enfrentados con el progreso de la Nación. Quizás suene ingenuo, pero es terriblemente certera la composición de lugar que suelen hacerse los habitantes del poder. No es extraño en rigor que, en un país con escaso apego democrático como la Argentina, la dirigencia tenga esos preconceptos para con la prensa.De nada sirve repetir que, el periodismo, actúa como un contrapoder en los países más desarrollados de la tierra. En cualquiera de ellos, desde los anglosajones, pasando por los latinos y terminando en los orientales, la libertad de prensa no se discute y se prefieren, siempre, los excesos, antes que el cercenamiento. La historia ha demostrado que en Estados Unidos existió el caso Watergate, que acabó con la presidencia de Richard Nixon. ¿Alguien imagina un Watergate en la Argentina? ¿Suponen (haga ese ejercicio) las acusaciones que recibirían los periodistas aquí, seguramente acusados de 'conspirar' contra la estabilidad del gobierno de turno? Los medios y los periodistas no deben ser serviles ni funcionales, y todas las corporaciones están en ese listado. No sólo las políticas, también las empresariales y las que, eventualmente, los propios medios pudieran integrar. El rol del periodista es molestar, decir lo que el poder no quiere que se diga, mostrar lo que el poder quiere que se oculte. Tiene que abordar siempre la noticia con espíritu crítico y alejarse lo más posible de las pasiones personales. Claro, en sociedades como las nuestras, suele ser un papel molesto pero necesario y vital para corregir desviaciones o excesos de poder.Con estos antecedentes es que debiera debatirse la nueva de medios audiovisuales en la Argentina. Desgraciadamente, el griterío de la pelea entre el gobierno y Clarín impide una discusión seria y profunda, sobre el rol de los medios de comunicación y su interacción con el resto de la sociedad. Al gobierno, o a Néstor Kirchner que es lo mismo, sólo lo guía el ánimo de revancha contra un grupo multimediático, a quién acusa de sus desgracias electorales. El jueves, con los votos favorables en la mano, los diputados oficialistas festejaron la media sanción como si fuera un partido de fútbol, en el que sólo se dirime quién gana y quién pierde, sin importar si se hace un gol con la mano en el último minuto.Con los restos que aún tiene de poder, es probable que el gobierno obtenga del Senado lo que busca: una ley a su medida para castigar a enemigos y condicionar las voces opositoras. Pero será también una victoria pírrica. El nuevo Congreso el 10 de diciembre anunció que es probable que impulse cambios y desde los medios afectados, ya advirtieron que lloverán los reclamos judiciales. Sería el peor escenario para una ley que debería alumbrar con amplio consenso y con el espíritu claro de preservar la libertad de expresión, evitando también las posiciones monopólicas o dominantes de cualquier empresa. Así como va esta historia, todo indica que estamos ante una nueva oportunidad perdida. Las mezquindades, de unos y de otros, el erróneo concepto sobre cuál debe ser el rol de los medios de comunicación y las ansias de revancha del kirchnerismo son un cóctel demasiado fuerte. Será como en las guerras, donde la primera víctima que cae es la verdad. Una pena.
Por Jorge Barroetaveña
De la redacción de El Día de GualeguayLos sueños presidenciales de Néstor Kirchner no se han extinguido. Todavía siguen con vida por la zona de Olivos y la Casa Rosada. En esa elucubración, hay dos actores molestos que, inoportunamente, se han malquistado con el matrimonio presidencial. A ver. La tirria del kirchnerismo por la prensa no es nueva. En Santa Cruz impusieron, desde su llegada el poder, un sistema de cerrazón informativa que, a grandes rasgos, aún perdura. Con publicidad oficial y, cuando esto no alcanza, directamente con la propiedad de los medios, sobre para mantener a la prensa crítica a raya.A nivel nacional quisieron imponer lo mismo, pero las diferencias fueron obvias. Igual, la relación de Kirchner Presidente con los medios siempre fue conflictiva. Todavía perduran en la memoria colectiva las diatribas que lanzaba desde su atril durante los actos, contra algunos enemigos predilectos. Primero fue La Nación y, ya cerca del final de su mandato, los ataques le tocaron al Grupo Clarín. Casi como ningún otro, el sureño se empeñaba en defenderse de los supuestos 'ataques' de algunos analistas prestigiosos, comunicadores radiales o conductores de televisión. Su intolerancia a la crítica fue creciendo a medida que fue emparentando las adversidades políticas a las críticas de emitidas por los medios de comunicación.El estallido final se produjo con la Resolución 125 y el tratamiento que, según él, la prensa en general le dio al conflicto agropecuario. Su alianza táctica con el Grupo Clarín (a quién le aprobó la fusión entre Cablevisión y Multicanal) empezó a hacer agua por todos lados y la idea de avanzar en una reforma de la vieja Ley de Radiodifusión volvió a cobrar vida. Es innegable que Kirchner estuvo cinco años en el poder y nunca se le ocurrió avanzar en el tema. Pero su análisis del desencanto social tiene, irremediablemente, una sola fuente: los medios.Esa visión conspirativa no es patrimonio del actual gobierno. La tuvo Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde no la llegó a desarrollar porque estuvo demasiado poco en el poder. La tendencia indica que, los medios y los periodistas en particular, también responden, igual que el resto de las corporaciones, a intereses oscuros enfrentados con el progreso de la Nación. Quizás suene ingenuo, pero es terriblemente certera la composición de lugar que suelen hacerse los habitantes del poder. No es extraño en rigor que, en un país con escaso apego democrático como la Argentina, la dirigencia tenga esos preconceptos para con la prensa.De nada sirve repetir que, el periodismo, actúa como un contrapoder en los países más desarrollados de la tierra. En cualquiera de ellos, desde los anglosajones, pasando por los latinos y terminando en los orientales, la libertad de prensa no se discute y se prefieren, siempre, los excesos, antes que el cercenamiento. La historia ha demostrado que en Estados Unidos existió el caso Watergate, que acabó con la presidencia de Richard Nixon. ¿Alguien imagina un Watergate en la Argentina? ¿Suponen (haga ese ejercicio) las acusaciones que recibirían los periodistas aquí, seguramente acusados de 'conspirar' contra la estabilidad del gobierno de turno? Los medios y los periodistas no deben ser serviles ni funcionales, y todas las corporaciones están en ese listado. No sólo las políticas, también las empresariales y las que, eventualmente, los propios medios pudieran integrar. El rol del periodista es molestar, decir lo que el poder no quiere que se diga, mostrar lo que el poder quiere que se oculte. Tiene que abordar siempre la noticia con espíritu crítico y alejarse lo más posible de las pasiones personales. Claro, en sociedades como las nuestras, suele ser un papel molesto pero necesario y vital para corregir desviaciones o excesos de poder.Con estos antecedentes es que debiera debatirse la nueva de medios audiovisuales en la Argentina. Desgraciadamente, el griterío de la pelea entre el gobierno y Clarín impide una discusión seria y profunda, sobre el rol de los medios de comunicación y su interacción con el resto de la sociedad. Al gobierno, o a Néstor Kirchner que es lo mismo, sólo lo guía el ánimo de revancha contra un grupo multimediático, a quién acusa de sus desgracias electorales. El jueves, con los votos favorables en la mano, los diputados oficialistas festejaron la media sanción como si fuera un partido de fútbol, en el que sólo se dirime quién gana y quién pierde, sin importar si se hace un gol con la mano en el último minuto.Con los restos que aún tiene de poder, es probable que el gobierno obtenga del Senado lo que busca: una ley a su medida para castigar a enemigos y condicionar las voces opositoras. Pero será también una victoria pírrica. El nuevo Congreso el 10 de diciembre anunció que es probable que impulse cambios y desde los medios afectados, ya advirtieron que lloverán los reclamos judiciales. Sería el peor escenario para una ley que debería alumbrar con amplio consenso y con el espíritu claro de preservar la libertad de expresión, evitando también las posiciones monopólicas o dominantes de cualquier empresa. Así como va esta historia, todo indica que estamos ante una nueva oportunidad perdida. Las mezquindades, de unos y de otros, el erróneo concepto sobre cuál debe ser el rol de los medios de comunicación y las ansias de revancha del kirchnerismo son un cóctel demasiado fuerte. Será como en las guerras, donde la primera víctima que cae es la verdad. Una pena.
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