LAS PROPUESTAS QUE EXISTEN EN LA CIUDAD
Turismo esotérico: Alternativas en Gualeguaychú plagadas de fantasmas, logias y leyendas aborígenes
Hay una ciudad enigmática, que se expresa tanto en la simbología masónica del cementerio local como en la existencia de célebres fantasmas, que bien podrían integrar una oferta esotérica para los turistas ávidos de fenómenos paranormales y místicos.
El turismo esotérico se refiere a viajes y experiencias centradas en lo místico, lo espiritual o lo paranormal. Es decir, se trata de una actividad lucrativa en torno a destinos que suelen estar vinculados con leyendas, historias de fantasmas, energías sobrenaturales o rituales religiosos.
El término esotérico alude, en términos generales, a algo oculto o reservado, así como a aquello que es inaccesible o de difícil comprensión.
En el mundo, así, abundan los sitios que son visitados porque reúnen esta condición enigmática; como es el caso de Machu Picchu en Perú, que es visto como un lugar de energía espiritual.
Otros atraen porque ofrecen recorridos por enclaves embrujados o con historias de apariciones y misterios paranormales (Edimburgo en Escocia o Nueva Orleans en Estados Unidos).
Hay lugares históricos de gran magnetismo místico, como Stonehenge en Inglaterra, o Teotihuacán en México, que atraen a personas interesadas en los antiguos rituales y cosmologías.
Hay sitios de espiritualidad y leyendas, vinculadas a prácticas de la Nueva Era, como el monte Monte Shasta, en California, Estados Unidos.
También santuarios que irradian espiritualidad, y que se consideran milagrosos, como el de Lourdes, en Francia.
El dato es que hay, en todo el mundo, un público que demanda la temática esotérica y es diverso. Y suele estar compuesto por personas interesadas en lo místico, lo paranormal, y las experiencias que trascienden lo cotidiano.
La pregunta es: ¿tiene Gualeguaychú posibilidades de desarrollar el turismo esotérico? O en otros términos ¿reúne una oferta atractiva dentro de esta temática?
Aquí no se han avistado platos voladores (¿o sí?), pero hay conocidos fantasmas vinculados al pasado y a determinadas casonas, y que son partes de leyendas urbanas.
Quizá no haya ningún espacio concreto que irradie vibraciones místicas, pero hay marcas simbólicas en edificios y tumbas, vinculadas a la historia local de personajes relevantes, que registran la presencia de una de las más enigmáticas y célebres sociedades secretas de Occidente: la masonería.
Seguramente no existe la atracción de un centro indígena energético como el de Machu Pichu, cuya visita equivale a una verdadera experiencia mística. Pero hay un pasado indígena original que ha sido rescatado culturalmente, tanto desde el punto de vista material como espiritual.
Los fantasmas locales
Gualeguaychú tiene un lado fantasmal que se refleja en relatos que perduran en la memoria. Se trata de narraciones fantasmagóricas que han capturado la imaginación de los habitantes locales, asociadas a muertes trágicas alrededor de las cuales se han tejido extrañas historias.
Al respecto, la leyenda que rodea a la Azotea de Lapalma, ubicada en calles Jujuy y San Luis, es quizá la más conocida de Gualeguaychú. A partir de algunos sucesos trágicos, ocurridos en el siglo XIX, se creó una atmósfera de misterio, se comenzaron a contar historias sobre apariciones fantasmales y sucesos inexplicables en la casa.
Se cree que la silueta de la joven Isabel Frutos, vestida de blanco, todavía se pasea por el piso superior de esta casona de 1830. Lo hace lamentándose por su mala fortuna en el amor, suceso que acabó con su vida.
De acuerdo a la tradición oral, Isabel protagonizó un intenso drama sentimental que conmovió a la sociedad local de la época. Siendo adolescente, se enamoró perdidamente un joven correntino, modesto empleado de comercio.
Pero dicha relación, entre una niña de la alta sociedad y un simple jornalero era inaceptable.
Sin poder vivir su historia de amor entró en una profunda depresión, negándose a comer y a beber. Así, el 26 de febrero de 1856, a los 19 años, Isabel “murió de amor”.
Pero ahí no acaban las tragedias que rodean a este mítico enclave, cuyos muros guardan otros tétricos secretos. Se dice que el fantasma de una mujer vestida de blanco que se pasea llorando por sus balcones, podría ser acaso el de la “dulce Rosita”.
Sobrina de Isabel, Rosa cuidaba a su hermana María, que sufría una enfermedad psiquiátrica. La acompañó en su insomnio y en su encierro. En este entorno Pedro, hermano de ambas, decidió poner fin a sus días, suicidándose de un disparo en la cabeza.
Los relatos cuentan que cuando María falleció, Rosa decidió no tener contacto con nadie más y se abandonó por completo. Fue la última habitante de la gran casona, pasando 30 años enclaustrada en la planta alta de la Azotea. Sólo recibía las cartas de sus sobrinos, uno de los cuales, Lilo, le alcanzaba una vianda con comida cada día.
A todo esto, una de las casas más emblemáticas de Gualeguaychú –que se utiliza como postal turística– es el “castillo del río”, construida en la Isla Libertad a fines de la década de 1920, guarda un secreto inquietante.
Resulta que, en esta bella e icónica construcción, que se encuentra frente al puerto, se produjo una muerte violenta alrededor de la cual se tejen historias de fantasmas.
La dueña del castillo era María Eloísa D'Elía, profesora de dibujo y pintura en el Colegio Nacional y en la Escuela Normal, quien vivía allí con su esposo José Sala Hernández y sus hijos Rafael y José.
Se cuenta que “Pepito”, como apodaban a José, vivió encerrado en el castillo porque padecía de hidrocefalia, falleciendo a la edad de 14 años.
La historia de la familia dio un giro abrupto en una mañana de domingo de 1935, cuando apareció degollada en una de las habitaciones la empleada doméstica del castillo, de nombre Blanca Sosa, de 25 años de edad.
Desde entonces, innumerables fueron las historias que comenzaron a relatarse respecto al “alma en pena” de Blanca Sosa, sobre todo cuando los propietarios abandonaron la finca, que quedó deshabitada.
Las historias de fantasmas cobraron énfasis y difusión a partir de 1960, luego de la gran creciente del río, cuando María Eloísa y su familia dejaron el castillo para irse a vivir a Buenos Aires.
Las versiones son variopintas: ruidos misteriosos de cadena por las noches o en días de tormenta, muebles que se movían, objetos que cambiaban de lugar. Incluso algunos aseguran haber escuchado los quejidos del alma en pena de la pobre Blanca Sosa, reclamando justicia desde el más allá.
Otros dicen haber visto “una dama de blanco” asomándose por las ventanas del castillo, deambulando por los alrededores o incluso sobre el agua, eventos paranormales que han alimentado el misterio que rodea al célebre enclave de la Isla Libertad.
Desde el punto de vista turístico, en suma, se podría organizar un “tour de fantasmas” que incluya visitas a estos sitios donde perduran leyendas sobre historias de apariciones y espectros.
Esto podría complementarse con eventos temáticos, como una “noche de misterios” en escenarios locales con representaciones de leyendas esotéricas o paranormales.
Sociedad secreta
Gualeguaychú tiene una tradición conectada con las logias, siempre envueltas en un halo de misterio. Los masones, que tuvieron fuerte protagonismo en la segunda mitad del siglo XIX, dejaron una huella indeleble, en personalidades y simbolismos.
La masonería tiene dos dimensiones: una “esotérica”, que se mantiene oculta y secreta; y otra “exotérica”, que es lo externo y exteriorizable, accesible a todos.
El lado esotérico, que permanece en la penumbra y el gran público desconoce, que tiene un costado misterioso, se vincula a su carácter de hermandad en torno a creencias gnósticas.
Para celebrar esta suerte de culto, los masones se reúnen en recintos exclusivos donde tienen lugar las “tenidas”, que siguen determinada liturgia, asambleas equivalentes a las misas católicas, aunque realizadas en absoluto hermetismo y sólo para los “iniciados”.
Esta sociedad secreta constituyó para muchas personas algo tabú que alimentó la fantasía colectiva. El hecho de que sus adeptos se reunieran en secreto, y lo hicieran en ceremonias incomprensibles, la rodearon siempre de misterio.
El testimonio físico de la actividad masónica en Gualeguaychú se puede ver reflejado en mobiliario (que se exhibe en museos) y en el patrimonio arquitectónico local, sobre todo en edificios y tumbas.
La iconografía masónica que se detecta, por ejemplo, en los elementos funerarios del cementerio Norte, donde panteones y bóvedas reflejan la simbología de esta sociedad secreta.
Dado que la masonería ha sido históricamente una sociedad envuelta en cierto misticismo, y su simbología suele asociarse a prácticas ocultas o espirituales, puede ser explotada turísticamente.
Visitantes interesados en lo esotérico buscan estos símbolos como parte de un recorrido que incluye historia y misticismo. Organizar visitas guiadas al cementerio resaltando la iconografía masónica, los rituales y las figuras históricas locales que fueron parte de la masonería, podría atraer a un público curioso por el misterio.
La atracción aborigen
En nuestra zona vivían cuatro pueblos originarios: los chanás, los guaraníes, los charrúas y los yaros.
Un aura de misterio se presentó desde siempre con respecto a los aborígenes, cuya existencia mítica guarda secretos para el gran público. Se diría que en un punto son pueblos mágicos dotados de una rica mitología.
Estas etnias eran profundamente religiosas, vivían en comunión panteísta con su entorno físico. Además, tenían una visión particular sobre la vida y el más allá.
Por tanto, una inmersión cultural al mundo aborigen, con fines turísticos, puede ser más que una simple toma de conciencia sobre su existencia.
Así, un recorrido por el mundo chaná, a través de la ruta fluvial que siguió el arqueólogo local Manuel Almeida, tras los rastros dejados por esta etnia en la geografía ribereña (de los ríos Gualeguaychú y Uruguay), podría significar una experiencia espiritual en muchos sentidos para los visitantes.
Paralelamente, aquí la práctica de la observación del cielo nocturno en entornos naturales sin contaminación lumínica (astroturismo), vinculado con el conocimiento astronómico ancestral o la cosmovisión indígena, puede aportar una dimensión esotérica a la experiencia.
Nueva Era
En Argentina a partir de la década de 1980, se consolidó un movimiento, conocido como New Age (Nueva Era), que condensa ciertos elementos como son la parapsicología, el yoga, la reflexología y saberes orientalistas centrados en la meditación.
Gualeguaychú, en tanto plaza turística, ha sido sensible a esta nueva espiritualidad que combina lo ecológico con el orientalismo (con sus características terapias psicológicas y naturistas alternativas).
De hecho, hay una oferta existente que, eventualmente, podría reorientarse en función de una oferta turística orientada al imaginario esotérico.