AFECTA EN MAYOR MEDIDA A MUJERES
Trastornos de la Conducta Alimentaria a través del relato de tres jóvenes de la ciudad
Malena Delfino, Felicitas Petroff y Solana Carmody se animaron a hablar en nombre propio sobre de un padecimiento de salud mental que afecta a miles de personas en la Argentina: nuestro país es el segundo a nivel mundial con más casos de Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA). A través de sus propias experiencias contaron cómo es enfrentar esta enfermedad y el camino de recuperación.
La frase “no se opina del cuerpo ajeno” no es antojadiza, no responde a una generación denominada de “cristal” que no se “banca nada”, sino que las palabras y el sentido común que con ellas se crea, tiene un impacto real sobre la psiquis de las personas.
Felicitas Petroff tiene 19 años y afirmó que, desde muy chica, tenía una mala relación con la comida: “En la primaria ya tenía la conducta de dejar de comer o de elegir qué comidas ingería, incluso tenía muy en cuenta lo que comía. En mi familia estaba muy rodeada de comentarios sobre cuerpos; no del mío, pero sí de los demás. Me fui nutriendo de eso, me quedó grabado y ahí lo empecé a incorporar. El entorno influye mucho. Cuando empecé el tratamiento, le dije a mi familia que no repitieran esos dichos porque me habían afectado”, relató la joven que está en una etapa avanzada del tratamiento de recuperación.
Algo similar le pasó a Malena Delfino, quien confesó que hasta 2021 su vida era totalmente feliz, pero que la exposición a videos de alimentación saludable la llevaron a tener Trastornos de la Conducta Alimentaria (TCA): “Veía muchos reels de rutinas de alimentación, entonces cuando empecé a ver resultados, como la baja de peso y recibía comentarios de ‘qué linda estas´, comencé progresivamente a tener conductas no sanas en relación a la comida”.
Por su parte, Solana Carmody incurrió en hábitos poco saludables cuando empezaron a hacerle bullying en la escuela: “Llevé los problemas que tenía en el aula a la comida, porque en realidad lo que comemos no es el problema, sino más bien el síntoma de algo más profundo. En mi casa, el almuerzo siempre lo hicimos todos juntos, no tenía forma de escapar de esa comida, entonces lo hacía con las otras como el desayuno, la merienda y la cena. Después se me hizo muy difícil sostenerlo y empecé a tener atracones por toda la ansiedad que manejaba y eso me hacía sentir mal, entonces intentaba eliminar todo con purgas o ejercicio. En ese momento tenía 11 años”.
Malena manifestó que son pocos los casos en donde personas con TCA llegan a un bajo peso y eso hace que el exterior no pueda detectar la problemática, ya que “no se tiene la imagen que supuestamente debe tener una persona anoréxica o bulímica”.
Al respecto, Solana agregó que “uno no cree que está enfermo, hasta que se llega a la conciencia de enfermedad. Hay personas que les lleva poco tiempo y a otras mucho hasta que se dan cuenta de que tienen un TCA. También es difícil sacar la idea que los Trastornos de la Conducta Alimentaria no son sólo la anorexia y la bulimia. De hecho, existen otros tipos de trastornos, pero la sociedad únicamente reconoce que estas enferma si te ven con bajo peso, sino no consideran que realmente la estás pasando mal. De hecho, hay personas que ingresan a hacer el tratamiento y los especialistas les preguntan si creen que están enfermas y dicen que no, porque no tienen el aspecto que se relaciona con estos padecimientos. Hay quienes por ejemplo, tienen trastorno por atracón. Pasa mucho que no se termina de entender qué no es una enfermedad por la comida, sino que es un trastorno mental que lleva a que tengas una mala relación con la comida”.
Después de haber lidiado por seis años en secreto con la anorexia, Felicitas le contó a su psicóloga en la tercera sesión de terapia sobre su relación con la comida, e inmediatamente la profesional le comunicó que iba a tener que decírselo a sus padres: “No era que no quería recibir ayuda, sabía que algo estaba mal, pero estaba tan acostumbrada que me preguntaba para qué cambiarlo. Pero cuando la psicóloga me dijo que me iba a recomendar un lugar donde podían ayudarme en mi recuperación, no me negué. Recuerdo que cuando estaba atravesando la enfermedad tenía todo el tiempo malhumor por el hambre que tenía, tomaba café todo el tiempo, e incluso empecé a fumar porque vi en internet que sacaba las ganas de comer”.
Malena reconoció que tener TCA es “muy agotador”, ya que el trastorno ocupa todos los aspectos de la vida de quien lo padece: “No te pasa otro tema por la cabeza, todo el tiempo estás pensando en lo que comiste y en lo que vas a comer”, apuntó.
El mal abordaje y las redes sociales
Tanto Solana como Malena asistieron a nutricionistas antes de darse cuenta de que padecían TCA.
En el caso de la primera, relató que “iba una profesional que recuerdo que me hacía pasar tarjetas si ya había comido determinado alimento, y si pertenecía al grupo de los carbohidratos la tarjeta era roja. Para una adolescente de 14 años no es nada sano calificar a la comida así, porque inmediatamente el color rojo tiene una connotación más bien negativa en ese caso. Siento que no ayudaron los profesionales que se eligieron para mí en ese momento”.
Malena estaba atravesando el peor momento de su trastorno y el nutricionista que la asesoraba sobre qué comer, no reparó en que tenía TCA, o al menos si lo sospechó, nunca hizo nada al respecto: “Me hacía un plan de alimentación para que ganara masa muscular y lo que necesitaba era ganar peso”, manifestó.
A su vez, las redes sociales no siempre son garantía de información de calidad: “Hay muchas personas que no tienen ningún título y son coachs en alimentación y categorizan la comida como buena y mala, y eso no está bueno. Hay alimentos que tienen más nutrientes que otros, pero no podés afirmar ciertos mensajes que sabés que llegan a una gran audiencia si no tenés ningún estudio sobre lo que estás diciendo”, expresó Solana y Malena coincidió.
El camino a la cura y el rol de la familia
Felicitas, Malena y Solana confirmaron que el camino de recuperación no es sencillo y que, sin el apoyo familiar y de los amigos, es muy difícil salir adelante.
“Entré en tratamiento el 17 de enero de este año y recuerdo que no me podía ni mover, me servían la comida y comía, aunque en mi cabeza era una batalla, tenía mucho miedo a engordar. Mi vida cambió completamente en ese momento porque haces todas las ingestas acompañada. Accedí a todo, sólo quería que me ayudaran, a pesar del miedo que tenía de cómo iba a cambiar mi cuerpo. De a poco te vas a liberando de la cárcel llena de pensamientos que tenés en la cabeza. Comer es el primer paso, después vas desbloqueando lo que pasa en tu mente”, contó Malena.
Además de trastocar la vida de quien padece TCA, el entorno también experimenta una gran transformación: “Mis amigas estuvieron presentes desde el primer momento, se entrenaron y me cuidaban incluso cuando iba al baño: ellas tenían que tirar el botón del inodoro para comprobar que no habías hecho nada que no debía. Suena humillante, pero fue para mi bien. Mis amigos y mi familia siempre estuvieron para apoyarme y lo agradezco mucho porque sola no hubiera podido lograr nada”, aseguró con sinceridad Felicitas.
Solana compartió que su familia se abocó completamente a ella: “Empezás a ser la prioridad, sos como un bebé. En mi caso, además de la TCA, también estaba lidiando con autolesiones, entonces los primeros cinco meses mis papás me hicieron dormir en una cama en su habitación, porque me habían sacado la puerta de mi cuarto y eso no alcanzaba porque lo seguía haciendo. Era un horror para mí que hicieran eso, ahora se los gradezco porque sé que eso me llevó a donde estoy ahora. También le dijeron a mis familiares que no se opinaba del cuerpo de nadie, y menos del mío, eso siento que fue muy importante”.
Sobre si los TCA tienen cura, Felicitas opinó que “no es algo que se va, sino que va a estar toda la vida, pero si aprendés a manejar las emociones, todo se soluciona”.
En consonancia, Malena reflexionó que “una vez que entrás a este mundo y descubrís cuántas calorías tienen los alimentos, nunca volvés a ver la comida de la misma manera, aprendés a vivir con esa información. Además, me di cuenta, durante el tratamiento, que hay ciertas partes de nuestro cuerpo que nos van a causar inseguridad, pero así y todo no vamos a hacer nada con eso. Si se nos cruza algún pensamiento, vamos a tener las herramientas para sobrellevarlo. No sé si te libras de todos los pensamientos para toda la vida, pero sí te curás, porque ya no tenés las mismas conductas”.
“Algunas partes de mi cuerpo no me gustan, y no sé si me van a gustar, pero no hago nada para cambiarlas de una mala manera, no me obsesiono. Creo que ahí está el cambio y en poder manejar las emociones y todo lo que eso genera. Todos convivimos con pensamientos constantemente e información de afuera, y ahí está la diferencia entre curarte o no, depende de si hacés algo malo o no con eso. Hay que estar atentos a si vuelven ciertos hábitos que no son buenos, pero si no es así, podés vivir perfectamente a pesar de esos pensamientos. A veces, tenés más seguridad en vos misma por lo que pasaste, porque no serías quien sos ahora, incluso sabés donde no querés volver jamás”, finalizó Solana.