EL PAPA DE LA SONRISA
Tras un milagro ocurrido en Entre Ríos, el Papa Francisco beatificó a Juan Pablo I
El año pasado, el Vaticano había aprobado un milagro que tenía como protagonista a una niña de Paraná. Ahora, el Sumo Pontífice decidió beatificarlo. Juan Pablo I solo estuvo 33 días en el Vaticano, antes de morir en 1978.
El Papa Francisco beatificó a Albino Luciani, más conocido como Juan Pablo I. La decisión estuvo motivada por un milagro ocurrido en Paraná, que fue reconocido por la Iglesia Católica en 2017 y aprobado el año pasado. El denominado "Papa de la sonrisa" solo estuvo al frente del Vaticano durante 33 días en 1978.
“Con una sonrisa, el papa Juan Pablo logró comunicar la bondad del Señor”, dijo Francisco durante la misa del domingo. “Qué hermosa es una Iglesia con un rostro alegre, sereno y sonriente, que nunca cierra las puertas, nunca endurece los corazones, nunca se queja ni alberga resentimiento, no se enfada ni se impacienta, no tiene una mirada adusta ni sufre nostalgia del pasado.”
“Roguemos a este padre y hermano nuestro, pidámosle que nos obtenga ‘la sonrisa del alma’, esa transparente, que no engaña, la sonrisa del alma", agregó el Papa Francisco durante el cierre del proceso de beatificación.
El milagro en una niña de Paraná
El Vaticano reconoció como un milagro la curación inexplicable de Candela Giarda, una niña de Paraná que en 2011 se encontraba en estado vegetativo en la Fundación Favaloro.
Tras ser desahuciada por los médicos, su madre empezó a rezar a Juan Pablo I y, de la noche a la mañana, la situación de la niña de Paraná revirtió totalmente.
La joven de Paraná tiene 22 años y fue invitada por el Papa Francisco a la ceremonia de beatificación. Sin embargo, la familia no pudo asistir debido a que Candela tiene el pie fracturado. No obstante, grabó un video para agradecer la "segunda oportunidad de vida".
Francisco concluyó su homilía de la beatificación de Juan Pablo I con estas palabras: “Con su sonrisa, el papa Luciani logró transmitir la bondad del Señor. Es hermosa una Iglesia con el rostro alegre, sereno y sonriente, una Iglesia que nunca cierra las puertas, que no endurece los corazones, que no se queja ni alberga resentimientos, que no está enfadada ni es impaciente, que no se presenta de modo áspero ni sufre por la nostalgia del pasado cayendo en el 'indietreismo'. Roguemos a este padre y hermano nuestro, pidámosle que nos obtenga ‘la sonrisa del alma’, esa transparente, que no engaña, la sonrisa del alma. Pidamos, con sus palabras, aquello que él mismo solía pedir: Señor, tómame como soy, con mis defectos, con mis faltas, pero hazme como tú me deseas”.