Testimonio de hijo agradecido
La imagen de padre es fundamental en la vida de todo ser humano. Es bueno conocer simples historias de ejemplos de paternidad responsable en todo sentido... Por Abel Lemiña Estamos en un mundo convulsionado, materialista y confuso, donde las instituciones básicas de toda sociedad organizada tiemblan casi indefensas ante ese poder oculto que domina la realidad.Gran parte de ello se debe a la caída, debilitamiento o pérdida de valores, no económicos, sino los más importantes, los morales.La psicología habla de paternidad responsable, algo que va desde que se piensa en procrear, y sigue en la crianza y educación de la descendencia. Y eso tiene que ver con la función que cumplen los padres, porque son la imagen, el timón que guiará el barco de la vida de un niño hasta que éste navegue por las aguas de la vida teniéndose a sí mismo como timonel.Solemos poner de ejemplo lo patológico, mostrando lo deficitario, el maltrato, la carencia de afectos, la falta de diálogo, la ausencia paterna a la hora de poner límites, etc., pero hoy quiero poner sobre la mesa de este tema tan trascendental para el presente y el futuro de la sociedad, un ejemplo, es más, un testimonio, el mío, por eso les voy a hablar de mi padre y de la influencia que tuvo en mí.Mi padre se enamoró de mi madre y apostó a un proyecto llamado familia, esa, que por circunstancias de la vida, en su niñez no tuvo. Por enfermedad y muerte de mi abuelo, mi abuela en Córdoba solo pudiendo criar a los dos más chicos, mi padre siendo niño fue internado en el hogar de beneficencia de los Hermanos Maristas de Luján, luego en Mercedes, y así fue pupilo hasta cumplir sus 18 años.Allí lo educaron, dándole instrucción y bases religiosas, católicas, y así papá creció, durmiendo en una sala colectiva donde cientos de chicos carenciados encontraron la contención que la vida por sí sola no les pudo dar.Papá tuvo dos hijos, mi hermano mayor, y luego aparecí yo, dos años y dos meses después. Así papá comenzó la tarea de ser padre sin haber tenido él esa experiencia, pero evidentemente dentro suyo estaba el concepto de padre de familia.Cuando le tocó salir al mundo, comenzó a abrirse camino, consiguió trabajo y buscó su destino, sabedor de adonde apuntaban sus deseos, su imagen de vida cristiana, eran trabajo y familia. Su recuerdo del servicio militar le dejaron un profundo respeto por lo patriótico, por el himno y la bandera. Esposa, trabajo y dos hijos, con un crédito hipotecario pudo llegar a comprar una casita simple, pero gigante y maravillosa ante nuestros ojos y sentimientos. Allí crecimos, en un barrio de los de antes, rodeado de familias en su mayoría inmigrantes italianos y gallegos, donde había un turco, el de la tienda y un japonés, el tintorero.De pupilo a padre de familia, responsable desde que se enamoró y le propuso casamiento a mamá, hija de tanos, de familia humilde.Mi padre estuvo presente en todo, me dejó su huella en cada paso que dí, en cada día, en casa, en el colegio, llevándome a su trabajo para presentarme con orgullo a sus compañeros y a los eventuales clientes. No me privó de caricias ni de palabras, ni de una mirada firme para que supiera el hasta donde, y en ese límite saber lo que se puede hacer y lo que no. Me enseñó a peinarme, a atarme los cordones, a respetar a los adultos, a los vecinos y a idolatrar a la maestra. A querer la bandera y a pararme ante las primeras notas del himno nacional aunque estuviese solo en casa. Me inculcó la pasión por el fútbol y guió mi mano para que aprendiera a hacerme la señal de la cruz.Siendo yo chico, solía sentir miedo a la oscuridad y a veces me costaba dormirme, entonces, mi padre, se sentaba al lado de mi cama y me tomaba la mano hasta que me dormía, me acompañaba y me incitaba a rezar, el Padre Nuestro, el Ave María y una oración al Ángel de la Guarda. Su mano era en sí el ángel guardián de mis sueños.Me enseñó con su ejemplo que no hacía falta decir malas palabras para ser piola y me compró con esfuerzos denodados, enciclopedias para que estudiase más.Me explicó las vueltas exactas para hacer el nudo de la corbata. Un día, a mis trece años, se volvió del trabajo para avisarme que en el club Los Andes probaban jugadores nacidos en el 56, fui a probarme y me tomaron. Siempre, aún en los días más gélidos, un hombre estaba en la tribuna mirándome jugar, en las divisiones inferiores, quién era, mi padre.Con 39º C de fiebre fue, junto con mamá al aula Magna de Medicina a verme recibir mi diploma Universitario.A los casi 93 su biología dijo basta, no por enfermedad, sino porque la vela de su vida terminó de consumirse. Los últimos días estuvimos allí, sus hijos, con él, como lo merecía.Así como cuando yo era chico, otra vez las manos juntas, pero esta vez fue mi mano la que tomó la de él para que sin miedo se duerma y vuele hacia ese lugar sin tiempo, donde van los buenos de verdad, donde el también soñó estar, y sé que está allí, con su sonrisa, satisfecho de haber cumplido, como hombre, como esposo y mi hermano y yo garantizamos que cumplió maravillosamente su rol. Su nombre, Manuel Lemiña, mi padre.
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