TEATRO DEL PUEBLO PARA EL PUEBLO
Socorro Barcia: “Todo lo que he hecho ha tenido un sentido colectivo, nada fue un logro personal”
La referente teatral de la ciudad fue reconocida en el cierre del 38° Encuentro Entrerriano de Teatro, por su trayectoria y su gran aporte en la materia. En esta nota, su historia, el Gualeguaychú de mediados del siglo XX, el Grupo Tablas y los “óscares secretos”. “La alegría más grande es cuando te das cuenta que todo el trabajo hecho valió la pena”, expresó.
Por Luciano Peralta
“Son muchos años y yo me voy por las ramas”, aclara Socorro Bacia, cuando llevamos, más o menos, una hora de charla. Y son ciertas ambas cosas, pero las vicisitudes su vida personal y las circunstancias político-históricas que le dieron marco se entremezclan, se entrelazan y generan decenas de anécdotas. Una más rica que la otra.
No sé por donde empezar, no quiero dejar nada afuera. Comienzo, entonces, por la noticia que generó esta charla. Días pasados, la docente, directora y referente del teatro independiente, Socorro Barcia, fue reconocida por sus pares en el cierre del 38° Encuentro Entrerriano de Teatro, realizado en Concepción del Uruguay.
Integrantes del Consejo Provincial de Teatro Independiente de Entre Ríos, creado a partir de la aprobación de Ley N° 10.931, una herramienta indispensable y largamente esperada por el sector, reconocieron la trayectoria de diferentes artistas de la provincia. Entre ellos y ellas, a la gualeguaychuense.
“Nosotros, durante 17 años seguidos sostuvimos una iniciativa muy parecida al encuentro este, que era Colón a Todo Teatro. Todos los primeros domingos de cada mes nos reuníamos los representantes de toda la provincia para organizar el festival del verano. Y cuando el gobierno provincial nos sacó el financiamiento, nos juntamos en Concordia a las disparadas y lo sostuvimos con autogestión durante tres años”, recuerda quien, hace algunas pocas semanas, fue reconocida por el Concejo Deliberante de Gualeguaychú por los 40 años del Grupo de Teatro Independiente Tablas. Grupo que sigue vigente y hace más de tres décadas funciona donde antaño lo hacía la fábrica de hielo de la ciudad, en la “Vieja Terminal”.
“Antes no existían las heladeras eléctricas, yo conocí una recién a los 18 años, cuando un tío mío la compró. Entonces, todo el pueblo iba a buscar las barras de hielo a la fábrica, en auto, en bicicleta, en carro o a pie. En casa teníamos una heladera de madera, que por dentro era de aluminio, con una manguerita por donde iba saliendo el agua del hielo derretido”, recuerda y nos transporta a esos primeros años de 1950.
Aunque era chica, hay recuerdos que duran para siempre, como el viernes 16 de septiembre de 1955, cuando la autodenominada Revolución Libertadora bombardeó la Plaza de Mayo y la Casa Rosada para derrocar al presidente Juan Domingo Perón.
“Tenía nueve años y estaba en la casa del cardiólogo de mi familia, el doctor Laporta, jugando con su hija. Yo vivía en el centro y si bien nosotros éramos de clase media, nos rodeaban las casas de todos los profesionales del pueblo. El día del golpe vino la madre de mi amiguita y nos hizo rezar arrodilladas en ladrillo molido, para que triunfe la Revolución Libertadora. Yo no entendía nada”, relata.
“Después, me hizo ir sola hasta casa, corriendo, sin parar. Claro, había estado de sitio. Eran como las tres de la tarde y no había nadie en la calle. Cuando llegué a casa todo el mundo estaba llorando, descompuestos, lamentando el golpe. No sabían si mi tío, que era rector de la Escuela Normal, donde vivía con su familia, como se estilaba en ese momento, había sido detenido. No sabían nada de él, ni de la familia, la angustia de no saber si estaban vivos”, revive. Y cuenta que, en ese momento, eligió no decir nada de lo ocurrido: “con nueve años entendí que yo había estado rezando para que ganen los que podían estar matando a mi tío”.
Su militancia comenzó cuando ingresó en la escuela secundaria, en la ENOVA, con el conflicto de “Laica y libre”, generado tras la decisión del presidente Arturo Frondizi de autorizar a las universidades privadas a emitir títulos habilitantes. A los 19 años ya era maestra nacional y directora del Pío XII, donde dio clases hasta que fue expulsada por los mandamás de la última y más atroz dictadura cívico militar, quienes le aplicaron la Ley de Seguridad Nacional y, con uno de sus hijos recién nacidos, la dejaron en la calle, al igual que a otras docentes de la ciudad.
“Ni una bandera bajé, hice todos los paros sola, era la única que paraba ahí adentro”, recuerda sobre los años de prescripción peronista, entre las risas que sólo el tiempo habilita. Pero, ¿cuándo aparece el teatro? “Yo estaba estudiando Lengua y Literatura cuando el matrimonio Bugnone me invita a actuar. También hacía danza en ese momento, con María Elena Dacal. Amo bailar y si tuviera que hacer algo arriba del escenario sería bailar”.
“En ese momento ya era parte de la Casa de la Juventud -funcionaba donde hoy es el Sede Sepientiae-, que había sido cedida por el Obispado. Y militaba en el Movimiento Familiar Cristiano, surgido del Concilio Vaticano Segundo de Juan XXIII. No te olvides que en ese momento se produce un gran cambio en la Iglesia. Empiezan a darse las misas de frente, no se hacen más en latín, empieza a debatirse todo lo que te puedas imaginar sobre la sexualidad, fue una revolución tremenda. Mientras tanto, en el mundo se producía la revolución cubana y este tipo de movimientos”, contextualiza Barcia.
En ese marco, comenzó su carrera de directora con un grupo de estudiantes del tercer año de la secundaria. “Hicimos ‘La bolsa de agua caliente’, de Carlos Somigliana y el jurado nos tiró a menos por una cuestión ideológica, era recontra de izquierda la obra para ese momento. Nos dijeron que era incitación a la violencia. En esa época, te estoy hablando de 1971, se empezaba a tener un poco más de libertades, entonces saltaban nuestros valores y principios que para una dictadura eran escandalosos”.
Ya corrían los ochentas, los últimos años del “proceso”, cuando, sin empleo y “sin un mango”, echada por el gobierno de facto, decide formarse con Alejandra Boero, “la mejor profesora de teatro, comunista y antiperonista, pero la mejor”, dice sobre quien la becó tras escuchar lo que Socorro estaba haciendo en Gualeguaychú.
Fueron dos años y medio de formación, luego de los cuales empezó a convocar a diferentes personas para conformar un grupo de teatro independiente, el germen de lo que iba a ser Tablas. “Estuvimos casi un año discutiendo los principios del grupo, objetivos de los que no nos hemos movido en todos estos años: la gratuidad, porque el dinero es el obstáculo más grande para poder participar de ciertas actividades; el método de formación actoral; un teatro del pueblo para el pueblo, no queríamos que sea sólo para la gente del centro, por eso elegíamos lugares no convencionales, los barrios de la ciudad”, remarca.
Si bien no se anima a estimar la cantidad de personas que han pasado por Tablas en estos 40 años -“el cálculo es infinito”, dice y se ríe-, cree, en el aire, que fueron alrededor de 30 las obras realizadas. “Todo lo que he hecho ha tenido un sentido colectivo, nada fue un logro personal, para hacer lo que hicimos el grupo tiene que vibrar en el mismo pensamiento”, sostiene y aclara: “Yo tengo roles en el grupo, soy una parte. Soy docente, formadora de actores, me hago cargo de la dirección y de la puesta en escena. Pero después hay otros roles, lo más importante del teatro son los actores y las actrices”.
Por último, sobre qué cosas le generan satisfacción después de tanto camino recorrido, la respuesta nada tiene que ver con premios, reconocimientos oficiales o distinciones individuales. “Fundamentalmente, lo que me gratifica son los óscares secretos”, dice Socorro y explica de qué se trata: “cuando alguien que pasó por Tablas me dice que el teatro le cambió la vida. Eso no se ve, no se muestra. La alegría más grande se da ahí, cuando te das cuenta que todo el trabajo que hemos hecho, que es muchísimo, realmente valió la pena”.