MIRADAS
Sobre la Inteligencia Artificial y la pulsión creativa
Aunque no existe un consenso sobre cuál fue la motivación de los primeros homínidos que dejaron su marca en las paredes de la caverna, quién alguna vez haya visto la chispa en el ojo de un niño con un crayón en la mano y un lienzo de paredes blancas, se puede imaginar qué les pasó por la cabeza a nuestros ancestros miles de años atrás.
La pulsión creativa es, al igual que muchas otras en nuestro arsenal instintivo, una pulsión de vida. Pero lo que la diferencia de la necesidad de alimentarnos o de conseguir refugio, es que mientras estas se centran en mantenernos vivos, la creación nos invita a trascender la muerte.
El cuerpo eventualmente correrá el inevitable destino que le llega a toda vida orgánica, y el ego, desprovisto de sinapsis, se apagará.
Pero la creación artística, en cualquier forma que adopte, tiene la capacidad de sobrevivir la finitud del individuo porque halla su residencia en lo colectivo, estableciendo conexiones humanas que van más allá de las limitaciones del tiempo y el espacio.
Quienes decidimos, contra toda lógica, dedicar nuestra vida al arte, sabemos que para ello nos toca hacer un pacto con nuestra pulsión de supervivencia.
Poner el arte al servicio de la producción se vuelve un pequeño precio a pagar en un mundo movido por el capital. La creación artística debe convertirse, entonces, en un trabajo monetizable.
A lo largo de los años, aparecieron innovaciones técnicas pensadas para facilitar el proceso de creación artística, las cuales fueron recibidas con más o menos indignación: es sabido que el ser humano tiende a ser reticente a lo nuevo.
Pero en el último tiempo, una supuesta herramienta ha caído como una bomba atómica sobre la comunidad artística: la Inteligencia Artificial (IA). Una invención magnífica, si me preguntan, aunque su aplicación deja mucho que desear de la inteligencia humana. Porque, en lugar de ser un instrumento que favorezca el proceso, lo elimina de la ecuación y se centra en la parte del pacto donde el artista siempre pierde.
El “arte” hecho por IA, no es más que un collage de partes robadas y unificadas bajo un filtro de aspecto gomoso cuya obsolescencia espera a la vuelta de la esquina.
La intervención humana en la creación es tan imperceptible que no hay forma de hallar a simple vista una marca que vincule a la obra con el supuesto artista detrás de ella.
Estas imágenes regurgitadas en serie producen goce estético, pero están vacías de belleza. Nos maravillamos ante la velocidad de su creación y su perfección plástica, cuestiones que representan soluciones a problemáticas de la industria, no del arte.
Eliminar el proceso creativo de la producción artística es eliminar su propósito.
La monetización de la producción artística y la obsesión por el resultado son tan sólo los medios que fuimos encontrando para permitirnos a nosotros mismos satisfacer la pulsión creativa sin caernos fuera del sistema.
Ordenarle a un software que realice arte por nosotros, es tan absurdo como pedirle que ame, piense o ría en nuestro lugar.
¿Qué haremos con ese valioso tiempo ganado por haber relegado la tarea de restregar el crayón sobre la pared? Probablemente todas aquellas actividades drenantes y aburridas que la IA amablemente y sin sufrimiento podría estar haciendo por nosotros. Y es que paralelamente a esto, en todo el mundo, se están entrenando inteligencias artificiales para que detecten células cancerosas, hagan más eficaz la siembra de cultivos o mejoren el flujo de información.
La IA, como todo aquello nacido de la humanidad, también tiene sus grises. Pero es insólito pensar que la creación artística, tal vez nuestra última arma contra la muerte, sea una tarea tediosa más de la que necesitamos que nos libere.
Sé que el panorama puede parecer desalentador, pero es bueno recordar que la pulsión creativa es inherente y trascendente al hombre. Y esta es una verdad ontológica.
Quizás, dentro de miles de años, nuestros descendientes se encuentren frente a nuestras viejas huellas. Y entonces, como brotes en el concreto, esta pulsión humana les recordará para qué están vivos.