OPINIÓN
Santiago, mi papá
Santiago Villanueva estudiaba en la Universidad Tecnológica Nacional, pero después de un tiempo dio un giro a su carrera y viró hacia Sociología. Militante de la Juventud Peronista, a fines de 1975 tomó distancia debido a diferencias políticas.
Luego de que su hermano, Ernesto Villanueva, cayera preso siendo el Rector de la Universidad de Buenos Aires, comenzó a militar en la agrupación “Familiares de Detenidos” debido a las condiciones en las cuales se encontraba su hermano.
Mi papá tenía, por aquellos tiempos, 31 años. Se caracterizaba por tener siempre una sonrisa. Era muy chistoso, inteligente, fanático de los autos y, quienes lo conocieron, lo señalaron siempre como un optimista de la vida.
Trabajaba en el Centro de Cómputos del Banco Ganadero Argentino y también en los comienzos del PAMI haciendo la misma tarea. Recuerdo que me contaba cuán grandes eran aquellas máquinas que él programaba y me traía siempre las hojas de formulario continuo y las tarjetas microperforadas para que, junto a mi hermano, dibujáramos los fines de semana cuando nos venía a buscar ya que se había separado ya hacía unos años de mi mamá.
Corría 1978, el Mundial de Fútbol había terminado hacía un mes y una noche cerrada de invierno vinieron por él y su compañera... Se los llevó un grupo que se presentó como policías, de su casa, ubicada en el barrio porteño de Floresta.
La noticia la recibimos pocos días después. Mi mamá no dudó en contarnos la verdad a mí y a mi hermano. Nos dijo que Santiago Villanueva, mi papá, está desaparecido. Con mis 12 años, apenas pude entender qué es lo que había pasado; mi hermano, de 5, mucho menos que yo.
Aún recuerdo salir de mi casa para ir al colegio y ver el Falcón verde en la puerta; verlo en todos lados por donde nos movíamos… Siempre supe que eran ellos quienes me habían secuestrado la alegría.
Creo que más difícil que atravesar esa situación fue tener que vivir las reiteradas preguntas de mis compañeritos, de mis maestros y escuchar de algunos adultos que mi papá se había ido de viaje y que ya regresaría... Yo sabía que no esto no sucedería ya que mi vida siempre estuvo empapada de política y tenía en claro que, durante esos tiempos que estaba afrontando el país, la idea de ellos era simple: los que piensan diferente había que exterminarlos, desaparecerlos.
Con los años, el silencio se hizo duro y profundo y ya entrada mi adolescencia comencé mi lucha por saber dónde estaba mi papá.
La militancia llegó a mi vida allá por 1982, luego de la Guerra de Malvinas. Recuerdo que cantábamos: “Se va acabar, se va acabar...”.
Las marchas de la resistencia y el caminar junto a las Madres de Plaza de Mayo me hicieron fuerte y sentir el orgullo de una madre por su hijo y hasta dónde puede llegar la lucha y el amor, el mismo que me llevó a mí a enfrentar la historia de quién fue mi papá y que habían hecho con él.
Mi viejo estuvo, en un primer momento, en el Banco para luego ser enviado al Olimpo, donde permaneció hasta fines de 1978, momento en el cual finalmente sufrió el “traslado”.
Mi tarea fue saber cada paso que dio mi papá y conocer a todos los que lo rodearon, escucharlos, reír y llorar con ellos, aprender quién fue, qué pensaba….
En 2007, el Equipo de Antropólogos Forenses (EAAF) dio con él y, mediante un análisis con el ADN que había brindado su hermano, finalmente me dieron la noticia que mi papá volvía a estar entre nosotros. Sí, después de 29 años, mi viejo regresaba, pero ¿cómo entender que ya no estaba vivo?
Él había estado todos estos años enterrado como NN en el cementerio de Gesell, entre dos parcelas. El registro del cuerpo estaba anotado a mano alzada en un cuaderno.
Yo seguía sin caer entre la felicidad de llegar a la cima y la tristeza de perder esa falsa esperanza que algún día, quizás, volvería a verlo… Pero si lo vi. Allí estaba su cuerpo casi completo, solo faltaban sus manos. Estaba allí, sobre una mesada, esperándome. Estaba allí, frente a mí, después de años de lucha. Lloré mucho, casi todo lo que no había llorado para luego terminar con una sonrisa. Tomé su brazo y le dije: “Gracias viejo, sabía que me harías feliz”.
Hoy, Santiago Villanueva, mi papá, mi viejo, descansa en paz en el Cementerio de Chacarita y sus nietos pueden ir a gritarle: “Abuelo... Te queremos”.