LA RAZÓN Y LA NEGACIÓN
Sabe a jabón pero es queso
Un viejo chiste, en referencia a la testarudez atribuida a los vascos, cuenta de uno que estaba comiendo jabón pero de ningún modo iba a reconocer que se había equivocado al tomarlo creyendo que era queso.
Por Luis Castillo*
Desde los años 60`, cuando aparecieron los primeros estudios que trataban de explicar un fenómeno que se conoce actualmente como “sesgo de confirmación”, ha ido describiéndose con mayor rigor científico una característica que hoy, sabemos, está estrechamente ligada a nuestra propia evolución como animales sociales.
Vamos por partes. No voy a aburrir a los lectores dominicales con detalles académicos, lo importante es que está claramente demostrado que lo que hoy llamamos “razón” es un rasgo de la evolución tanto como haber pasado de caminar en cuatro patas a dos o la visión tricolor de la que carecen otras especies; la mayor ventaja de los humanos es nuestra capacidad para cooperar. La cooperación, sabemos, es difícil de establecer y más difícil aun de mantener. Para cualquiera de nosotros que, hoy se afirma, no somos animales sociales sino que somos más parecidos a lobos solitarios que necesitaron unirse para lograr sobrevivir, la razón se desarrolló no para permitirnos resolver problemas lógicos sino para para intentar resolver los problemas devenidos de vivir en grupos colaborativos.
Ahora bien, en ese contexto, el concepto de "sesgo de confirmación" puede definirse como la tendencia que tienen las personas a adoptar como cierta solo aquella la información que respalda sus creencias y rechazar toda información que las contradiga. Es curioso que, ante los argumentos de otra persona, somos prácticamente expertos en detectar las debilidades y falencias; el problema es que, casi invariablemente, las posturas y convicciones sobre las que estamos cerrados a todo examen crítico son las nuestras.
Decíamos antes que la razón fue producto de la evolución con la función específica de que ningún otro del grupo se aprovechara de nosotros, esa quizás fuera la base de la argumentación pero, los temas producto de estas discusiones eran escasos y concretos relacionados ante todo con la supervivencia. Ahora bien, en esa racionalidad no existían las influencias de los medios ni de las redes sociales, el bombardeo mediático y las fake news; esto, según explica un interesante trabajo publicado hace poco tiempo, "es uno de los muchos casos en los que el entorno cambió demasiado rápido para que la selección natural lo alcance".
Otro importante aporte a la confusión general es lo que se conoce "ilusión de profundidad explicativa", y que no es otra cosa que creer que se sabe mucho más de lo que realmente se sabe. Para las sociedades actuales prácticamente no existe tema sobre el que no se pueda emitir una opinión. No importa lo disparatada que esta sea. Lo que sucederá, seguramente, es que esa opinión ―generalmente sin ningún asidero ni sostén― será compartida o aceptada por alguien a quien, simplemente, le confirmó su creencia previa sobre ese tema y cuyo desconocimiento también era absoluta o parcial, generando una retroalimentación que puede llegar a límites que podrían catalogarse como ridículos o como peligrosos según la temática.
Como vemos, el sesgo de confirmación se puede manifestar en muchos aspectos de nuestra vida cotidiana y también, claro está, en la política, en donde las personas tienden a consumir noticias o seguir a personas en las redes sociales que respalden sus puntos de vista políticos, lo cual refuerza aún más sus creencias y opiniones preexistentes y esto sucede a tal punto que, a la hora de tomar decisiones, también buscaremos información que respalde nuestras opciones preferidas y descartaremos aquella información que no lo haga. Como puede comprenderse, los efectos negativos de este fenómeno cognitivo no solo limitan nuestra capacidad de aprender y adoptar nuevas ideas y perspectivas sino que contribuye a la polarización y a la creación de verdaderas “burbujas de información”, donde nos rodeamos solamente de personas y fuentes que refuerzan nuestras creencias pudiendo aumentar no solo la división sino además, y fundamentalmente, la intolerancia.
Para intentar revertir esto, seguramente hallaremos miles de recetas infalibles en libros de autoayuda o, más probablemente, en flyers motivacionales de esos que recorren incesantemente las redes pero, sin dudas, en un momento en el que lo mas valioso que tenemos, lo único valioso, el tiempo, lo dilapidamos insensatamente, optamos por lo más fácil aunque más peligroso, seguir comiendo jabón mintiéndonos que es queso.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”