¿Quién es más feliz, el ignorante o el sabio?
Llega un momento en la vida en que las personas se topan con una duda crucial: ¿saber más nos hace felices o desdichados? La razón, de la cual se enorgullece el hombre, ¿es fuente de goce o de tristeza?Han existido filósofos que han mantenido que la ignorancia es felicidad y que el conocimiento tiene un punto perverso que malogra al ser humano y lo sume en la desgracia.Resulta curioso que sean algunos de ellos, los que hacen de la reflexión una constante, quienes lleguen a la impactante conclusión de que pensar mucho nos conduce a la tristeza.Esta tradición que disocia la razón con el goce de la vida en realidad arranca, por lo menos, desde el Libro del Eclesiastés, donde se lee que "quien añade ciencia, añade dolor".Es paradójico que alguien vinculado al optimismo ilustrado como Immanuel Kant, un exponente del racionalismo filosófico, sugiera que quienes eligen el conocimiento asumen una existencia desdichada."En realidad, encontramos que cuanto más se preocupa una razón cultivada del propósito de gozar de la vida y alcanzar la felicidad, tanto más se aleja el hombre de la verdadera satisfacción", dice en su libro "Fundamentación de la metafísica de las costumbres".Kant sostiene que los más experimentados en el uso de la razón, al hacer un balance de su actividad, "hallan, sin embargo, que se han echado encima más penas que felicidad hayan podido ganar, y, más que despreciar, envidian al hombre común, que es más propicio a la dirección del mero instinto natural y no consiente a su razón que ejerza gran influencia en su hacer y omitir".La idea según la cual el desarrollo de nuestras habilidades racionales incrementa nuestra insatisfacción vital concreta es propia del pesimismo filosófico.En la mitología griega este pensamiento lo encarnaba el sátiro Sileno, quien fue padre adoptivo, preceptor y leal compañero de Dioniso, el dios del vino. En su escrito "Consolación a Apolonio", el historiador Plutarco cita la famosa leyenda de Sileno, donde se dice: "Una vida vivida en el desconocimiento de los propios males es la menos penosa". Emile Cioran, el escritor rumano catalogado como un pesimista recalcitrante, directamente deplora la condición racional de los hombres, sugiriendo que la conciencia es la fuente de su desgracia."Una constatación que puedo, muy a mi pesar, hacer a cada instante: solamente son felices quienes no piensan nunca, es decir, quienes no piensan más que en lo es estrictamente necesario", escribió.Cioran elogia la irracionalidad ingenua de las piedras, las plantas y los animales, frente a la tragedia humana que, según él, supone la existencia del pensamiento. En esta línea, sostiene que el "mito bíblico sobre el pecado del conocimiento es el más profundo que la humanidad haya imaginado nunca".Sin embargo, hay toda una tradición filosófica que identifica felicidad con sabiduría, en la línea de Platón, Sócrates y Aristóteles, para quienes el conocimiento era una virtud.Para Aristóteles la vida dedicada a conocer cómo funcionan las cosas, a la contemplación ("theoria" en griego), es la más perfecta. En la "Ética a Nicómaco", afirma que el pensamiento, ausente en los animales, es la facultad del hombre más elevada y más próxima a los dioses.Por tanto, el hombre sabio será el más amado por los dioses. Para Aristóteles, pues, el fin último del ser humano es la búsqueda de la felicidad a través de la vida contemplativa, o sea, la búsqueda del conocimiento.
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