UNA MIRADA SOBRE EL INTENTO DE MAGNICIDIO
¡Qué quilombo se armó!
La frase, materializada en una de las pancartas que se vieron en la movilización por la democracia que tuvo lugar en Gualeguaychú, resume la caótica realidad en la que vivimos las y los argentinos hace un largo tiempo. Esto es un quilombo hace rato, pero el intento de magnicidio contra la vicepresidenta de la Nación traspasó todos los límites. Reacción de buena parte del arco político local y un ejemplo que vale mucho: la democracia se cuida, en las instituciones y en la calle.
Luciano Peralta
Opinión
Todavía nos parece una escena de ficción. Un arma en la cabeza de la vicepresidenta de la Nación es demasiado, al menos para quienes nacimos, crecimos y nos hicimos adultos en democracia. Es demasiado y difícil de imaginar, pero no tanto.
Ya hace algunas semanas, tras el pedido de doce años de prisión para la vicepresidenta y dos veces presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, en el marco de la causa Vialidad, por parte del fiscal Diego Luciani, se empezaron a hacerse oír algunas voces de preocupación por la seguridad y la vida de CFK.
En paralelo a una realidad cada vez más difícil de transitar para las enormes mayorías -marcada por una inflación que no cesa-, el clima político-mediático (la política la consumimos mayormente a través de los medios de comunicación) se iba enrareciendo cada día un poco más. El alegato de Luciani, cuanto menos polémico por sus inconsistencias jurídicas, no hizo más que despertar a la militancia peronista, moralmente desinflada por un gobierno que, se explique como se explique, fracasó largamente en eso de “volver mejores”.
Entonces, en el país de las maravillas, de un momento a otro, la foto cambió 180 grados. El intento de prescripción hacia la lideresa que representa los intereses de los sectores populares y (aunque muchas veces arruguen la nariz) de la castigada clase media argentina, o lo que queda de ella, devino en enormes movilizaciones. Primero a la casa particular de CFK, después a cientos de plazas del país.
Todos subieron la apuesta. La Policía de la Ciudad de Buenos Aires puso vallas y reprimió una manifestación que, hasta ese momento, era pacífica. Colaboró con dos containers llenos de piedras, pero esta vez la operación fue desbaratada por los propios manifestantes. El diputado Francisco Sánchez, del PRO, ya había pedido la pena de muerte para CFK, sí la pena de muerte. La propia vicepresidenta, lejos de estar a la altura de la situación, trató de borracha -no lo dijo, pero lo sugirió- a la presidenta del PRO, Patricia Bullrich. Quien, por supuesto, le contestó de manera incendiaria: “yo puedo dejar de tomar, pero usted no puede dejar de ser corrupta”, replicó.
En el medio de todos estos dislates, que lejos están de ser nuevos en la política y en los medios masivos de comunicación, pasó de todo: acusaciones cruzadas, insultos, elucubraciones sin pies ni cabeza y todo tipo de planteos habilitados por la lógica binaria que domina la escena política hace años: los buenos contra los malos; los honestos contra los corruptos; los nacionales y populares contra los vendepatria; los ciudadanos de bien contra los planeros, y todas las (falsas) antinomias a las que lamentablemente ya estamos acostumbrados.
El clima estaba cada vez más raro. Nadie puede hacerse el distraído. “Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar”, advertía la militancia kirchnerista al gorilaje nacional, como lo viene haciendo desde 2015, cuando la lideresa dejó el poder. Y no sólo la tocaron judicialmente, un hombre de 35 años, identificado como Fernando Andrés Sabag Montiel, le puso un arma cargada en la cabeza y gatilló dos veces, cuando CFK saludaba a quienes la esperaban en la puerta de su casa, en el barrio de Recoleta.
Sí, la intentaron asesinar. Todavía seguimos bastante incrédulos, y aunque hay quienes subestiman la gravedad del hecho, esto debe marcar un antes y un después en toda la sociedad argentina. Porque el Nunca Más es Nunca Más. Nunca Más las armas para dirimir diferencias políticas, Nunca Más los tiros.
Afortunadamente, el grueso de la dirigencia política, tanto nacional como la de la ciudad, estuvo a la altura de la gravedad que tiene la situación. En Gualeguaychú, los tres bloques legislativos reaccionaron y dieron un mensaje contundente: en una conferencia de prensa, oficialistas y opositores repudiaron el intento de magnicidio y se manifestaron por la democracia. Un rato más tarde, se los pudo ver marchando juntos por las calles de la ciudad, dando muestras de la madurez que demanda la cosa.
Es que la democracia debe ser el límite. Porque, aunque a veces no tomemos dimensión, todavía tenemos muchísimo que perder. Ojalá esto sea un punto de inflexión, porque de algunas cosas es difícil volver. Esto es un quilombo hace rato, no nos engañemos. Pero el quilombo puede ser peor, siempre.
El pueblo en la calle manifestándose pacíficamente, las y los dirigentes políticos dejando de lado sus diferencias y acompañando las manifestaciones, la esperanza muerta y rematada que vuelve a florecer. El quilombo existe y es enorme, en eso no hay novedad. Y que sea quilombo, no hay que tenerle miedo a las diferencias y a los conflictos de intereses, de eso se trata la política, pero que sea dentro del marco de la democracia. Ese sigue siendo el límite.