QUIÉN ERA MARÍA MOLINER
Palabras y silencios
El escritor Anatole France escribió: “Un diccionario es un universo en orden alfabético”. ¿Podría alguien, en su sano juicio, intentar ordenar el universo?
Por Luis Castillo*
Como ciertos lectores ya lo han percibido ―o al menos esa es la esperanza que alimenta las ansias de todo aquel que escribe―, cada tanto me gusta compartir historias que buscan ―quién sabe con qué grado de éxito― rescatar personas o episodios que, por diferentes razones y circunstancias, parecieran estar condenadas al olvido. El ejercicio de la memoria se me ocurre, quizás sea una de las más maravillosas experiencias intelectuales que buscan nada menos que combatir la más espantosa forma de la muerte que es el olvido.
Cuando yo era niño ―perdón por lo autorreferencial de mi introducción― vivía con un particular placer pasar horas enteras leyendo diccionarios. Desde el Pequeño Larousse ilustrado que, afortunadamente, en poco tiempo me mostró que no era casual su nombre de pequeño, a otros no solo mas abultaos en sus páginas sino más ricos en sus definiciones, iba incrementando mi curiosidad ante un universo cada vez más enorme y, al mismo tiempo, fascinante. Descubría palabras con la misma pasión ―supongo yo― que un entomólogo encuentra colores desconocidos o especies nuevas entre un inagotable mundo de insectos que para cualquiera de nosotros no son otra cosa que eso: insectos. Para ellos no. Como no lo era para mí descubrir palabras, significados o acepciones.
Algo similar, pero en una escala que, final y afortunadamente superlativa, me permito suponer pudo haberle sucedido a María Moliner quien, en palabras de Gabriel García Márquez: “hizo una proeza con muy pocos precedentes: escribió sola, en su casa, con su propia mano, el diccionario más completo, más útil, más acucioso y más divertido de la lengua castellana". Apenas eso.
Empecemos por el principio. María Juana Moliner Ruíz nació en un pequeño pueblo llamado Paniza, en Zaragoza, España, en 1900 y vivió junto a su esposo, un catedrático de Física y sus cuatro hijos hasta 1981. Su padre, que era médico, llegó en 1912 a argentina en una nave de la Marina y no regresó más a España con lo que la economía familiar tuvo que sostenerse, entre otras formas, con los aportes de María, que daba clases particulares de historia, latín y matemáticas. Posteriormente se formó en filología y lexicología en el Estudio de filología de Aragón, una institución no universitaria nacida en 1915 y dedicada al estudio y promoción de la lexicología aragonesa. La lexicología, recordemos, es una rama de la lingüística que indaga acerca de las especificidades de cada lengua, su vocabulario particular y, entre otras cosas, crea diccionarios. Probablemente este haya sido el inicio de su pasión por los mismos. No como lectora sino como creadora de estos. Una locura, sin dudas.
A los 22 años cumplió el primero de sus sueños en apariencia inalcanzables, tras licenciarse el año anterior en Historia con las mejores calificaciones, ingresó a la Biblioteca Nacional de España. Recorrió a partir de entonces numerosas institucionas cada vez mas prestigiosas y ocupando cargos de mayor jerarquía hasta que la llegada del franquismo la sometió tanto a ella como a su esposo a persecuciones y maltratos. Sabemos que el poder de los dictadores nunca se llevó muy bien con el conocimiento por lo que esto que sucedió y que se repitió en tantos países y épocas (o quiere que le cuente) no fue algo que no se esperara.
En 1952, uno de sus hijos, Fernando, le trajo como obsequio una edición reciente del Learner’s Dictionary of Current English de A. S. Hornby. La lectura de esta obra sumado a las deficiencias que, en su criterio, tenía el diccionario de la Real Academia Española y en el que ella había tomado la costumbre de hacer anotaciones y correcciones al margen de un ejemplar, le inspiraron la idea de hacer "un pequeño diccionario, en dos añitos". Esos dos añitos, que supuso al comienzo de su solitaria tarea, le demandaron quince. El trípode de sustentación de esta locura fue la mesa del salón de su casa, una lapicera Mont Blanc y una máquina de escribir Olivetti pluma 22. Esta verdadera proeza, el “Diccionario de uso del español”, tiene dos tomos y unas 3.000 páginas en total. Pero lo que hizo diferente esta obra no fue solamente el hecho de haber sido ideada, escrita y diseñada por una sola persona en soledad, sino que, además, como lo explica el escritor Calzada Pérez "Uno de los grandes objetivos que tuvo María Moliner fue crear un diccionario que permitiera ir de la idea a la expresión. Uno más o menos sabe lo que quiere decir, pero no encuentra la palabra exacta y el diccionario de María Moliner te lo permite". Calzada Pérez es el autor de la obra teatral “Diccionario”, basada en la vida de esta increíble mujer y que obtuvo el Premio Nacional a la Literatura Dramática en 2014, en España; “Yo no sabía nada de ella, pero descubrí que María Moliner había muerto sin lenguaje y eso me emocionó y dije: aquí hay una historia que hay que contar", concluye.
¿Por qué el dramaturgo dice esto? Avancemos un poco en la historia ya que el haber terminado su obra no significó el reconocimiento de su talento ni la posicionó donde sin dudas debía haber estado. No. En 1972 (Franco seguía vivito y dañando) fue candidateada para ocupar una silla de la Real Academia Española (RAE). Sería la primera mujer en ocupar ese sitio. Pero no se la concedieron. Negativa, sin embargo, que no obstó para que las innovaciones que María Moliner introdujo fueran utilizadas en otros diccionarios… ¡incluido el de la RAE!
En 1975 María Moliner comenzó a padecer un tipo particular de demencia que ―vaya paradoja― la dejó sin palabras.
Nadie puede saber a ciencia cierta ―o quizás sí, pero no nosotros― cuáles fueron las verdaderas razones por las que no fuera admitida en la RAE, si debido al argumento oficial ―que no era filóloga universitaria― o por no adherir al régimen. O por ser mujer. Ella, al respecto, dijo esto: “Sí, mi biografía es muy escueta en cuanto a que mi único mérito es mi diccionario. Es decir, yo no tengo ninguna obra que se pueda añadir a esa para hacer una larga lista que contribuya a acreditar mi entrada en la Academia (...) Mi obra es limpiamente el diccionario. (…) Desde luego es una cosa indicada que un filólogo (por Emilio Alarcos, quien entró en su lugar) entre en la Academia y yo ya me echo fuera, pero si ese diccionario lo hubiera escrito un hombre, dirían: “¡Pero y ese hombre, ¡cómo no está en la Academia”!
María Moliner no murió en soledad, pero, después de habitar durante toda su vida un mundo de palabras, murió cubierta de silencios.
*Escritor, médico y Concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”