LA ARGENTINIDAD AL PALO
No todo tiempo pasado fue mejor
Suele afirmarse con la impunidad que dan las citas anónimas que antes —siempre hubo algún antes en nuestra memoria— estábamos mejor.
Por Luis Castillo*
Escribía Jorge Manrique en un texto cargado de dolor y nostalgia —no era para menos si consideramos que el tema era la muerte de su padre— “ (…) cuán presto se va el placer/ cómo después de acordado, da dolor/ cómo a nuestro parecer/ cualquier tiempo pasado, fue mejor”. Este poema fue escrito a mediados del año 1400 y, desde entonces, algunas visiones han cambiado. O deberían haberlo hecho, al menos. Lo que observamos en la realidad es que pareciera que mucha gente se empeña en continuar aferrada a concepciones que, por diferentes razones, consideran inamovibles e inmutables. A veces bajo del manto de un dogma y otras veces con el nombre de tradición. Si esto viene siendo así desde hace cientos o miles de años, ¿por qué cambiarlo? Si antes nos entreteníamos con una caña y un pedazo de papel ¿para qué necesitan hoy los niños y las niñas las pantallas táctiles? Si…, si..., si…, podríamos pasarnos horas enteras buscando y encontrando ejemplos de este tipo que solo nos llevarían a concluir acerca de lo estéril de una enumeración de esas características. ¿Cómo luchar contra las sensaciones que nos provocan los recuerdos? Porque, como bien lo repetía Borges, “Cuando uno extraña un lugar, lo que realmente extraña es la época que corresponde a ese lugar; no se extrañan los sitios, sino los tiempos.” Y, qué duda cabe, los tiempos de las infancias son —mal que nos pese— construcciones simbólicas de esos momentos y sus circunstancias. Momentos de espanto que hoy se recuerdan romantizados o cubiertos de mantos de piedad, noches de terror que son narradas con risas reparadoras, perdones póstumos para personajes que supieron ser siniestros en su momento, circunstancias canallas que hoy, afortunadamente, quizás sean solo recuerdos.
Cómo no recordar en los reencuentros de estudiantes las escenas que, a la distancia, son pura y llanamente escenas de bullying y que, en su momento, nos parecían graciosas. Porque no tenía por qué ofenderse el gordo porque lo llamaran gordo y se bromeara todo el tiempo sobre esa circunstancia, o el cabezón o el enano o el mansueta, el tartamudo o el chicato. Cómo no reírse de todos o cualquiera de ellos si cualquiera de ellos, en sí mismos y por esa condición, ya eran graciosos. Diferentes. Algunos hasta raros, es verdad. Ninguno pensaba —o algunos quizás sí, dejemos esa opción— que todo aquello no era gracioso. No era bueno. No era sano, pese a que era habitual. Normal. Lógico. Si toda la vida en los grupos hubo alguien a quien le tocó ser punto y bancarse las cargadas, las humillaciones y no pocas veces la violencia no solo simbólica sino física. Brutal. Y acompañada de risas y de vivas. Cómo ofenderse, para qué delatar, por qué quejarse, si eso solo era un estímulo más para seguir haciendo lo que parecía correcto hacer: reírse del otro. O de la otra, porque era flaca o era gorda o era una tabla o le sobraban tetas, o frígida o flojita de calzones, de un extremo a otro y sin escalas. Negro cabeza, ruso batatero o judío angurriento. Nadie era perfecto en una sociedad que se jactaba de serlo. La argentinidad al palo, diría Cordera. Eso éramos. Eso somos. No es verdad que la música que escuchábamos cuando éramos jóvenes era mejor que esta que escuchan los jóvenes hoy. No es verdad que la teníamos clara y hoy son todos zombies de cabeza quemada por la tecnología. No es verdad que nuestra infancia fue mejor. Fue distinta, eso sí se lo concedo, pero no mejor. Siempre hubo de todo en ese cambalache que es nuestra historia, la de ayer, la de hoy y la de antes de ayer, esa que nos contaron y no nos damos tiempo ni siquiera para corroborar su veracidad.
No, no fuimos mejores, ni nosotros ni nuestro tiempo. No sé el suyo pero, mi mayor anhelo, es que mis hijos y los hijos de mis hijos sean mucho mejores que yo, que traten mucho mejor al mundo de lo que yo lo hice y que se traten entre ellos mucho mejor de lo que mis contemporáneos y yo lo hicimos. Que tengan mejores recuerdos que yo. Que sean más felices.
*Escritor, médico y concejal por “Gualeguaychú Entre Todos”