POR SUSANA VILLAMONTE
No es una vía, es un río
El enorme compromiso militante de quienes visibilizaron y pusieron en la agenda política la importancia de la vía navegable troncal Paraná-Paraguay hizo que se postergue la licitación, primero, y que el Estado se empiece a hacer cargo de la parte que le toca, después. Ahora, es momento de empezar a hablar más seriamente de soberanía ambiental.
Susana Villamonte* El pasado 30 de junio, amanecimos con la noticia de que, durante un año, a partir del 1 de agosto próximo, el Estado Nacional se hará cargo de la mal llamada Hidrovía Paraná- Paraguay (Hidrovía S.A. es la empresa que explota la vía navegable, el río). Será de manera transitoria, para luego avanzar con la licitación “larga” o “grande”. Mientras tanto se hará una licitación “corta”, para poder seguir con el dragado. La diferencia crucial con lo que viene sucediendo hace 25 años es que el organismo de control estará bajo la órbita del Estado argentino y no de los inversores privados. Diferentes espacios políticos y sectoriales hicieron una gran tarea de difusión y concientización, traccionando para que el Gobierno Nacional tome cartas en el asunto. Lo primero, que era evitar la licitación automática para la empresa Hidrovía S.A (conformada por la firma belga Jan de Nul y la argentina EMEPA) ya se logró. Ese fue “el primer paso en la dirección correcta”, como sostuvo el senador Jorge Taiana. Ahora es momento de, además de la soberanía política, empezar a contemplar cuánto perdemos y cuánto ganamos de soberanía ambiental con todo esto. Un término que nunca cobró fuerza en el discurso político argentino, hasta ahora. Cuando no hay más margen para seguir destruyendo, contaminando y dejando sin alimentos a cada vez más personas. Ahora es cuándo. "Ahora es momento de, además de la soberanía política, empezar a contemplar cuánto perdemos y cuánto ganamos de soberanía ambiental con todo esto" El repaso ambiental de los 25 años de privatización de los ríos Paraná y Paraguay es devastador: las costas se desmoronan, abundan las inundaciones y el agua está cada vez más turbia, agua que bebe gran parte de nuestras poblaciones, que sabe y huele mal, aunque se potabilice. Esto no es nuevo. Lo de olvidarnos del rio para convertirlo en “hidrovía” comienza en 1998, cuando, a través del bonito lema “Los ríos nos unen”, sólo se pensó en la “unión” desde lo comercial, el mercantilismo y el dinero. Se pensó en adecuar el sistema fluvial Paraná-Paraguay -una región de magnífica riqueza hídrica, que contiene algunas de las tierras más fértiles del planeta, ecosistemas únicos, reservas de biodiversidad y recursos naturales de valor incalculable- a los colosales objetivos comerciales de los inversionistas y del mundo, sin detenerse en el detalle de que para lograrlo era necesario someter a los ríos y quedar al borde del desastre ambiental. Bajo esta lógica, se impuso necesario intervenir en los ecosistemas con grandes obras de ingeniería; permitir la saturación de las aguas con pesticidas y metales pesados; aumentar la deforestación; intensificar la producción agrícola hasta agotar las tierras y desplazar pequeñas y medianas cadenas productivas, y comunidades enteras, dependientes de la vida de los ríos. Esto es lo que los promotores de la hidrovía llamaron “progreso”. Pero, ¿progreso para quienes? El criterio global del mercado siempre ha sido el mismo: la mayor explotación de recursos posible con el menor costo de comercialización posible y el más amplio control sobre el desarrollo de los territorios. Fuero las bases del sistema neoliberal y depredador que imperó en nuestro país los últimos 40 años. Pero, a pesar del fervor con el que los sectores dominantes defendieron y defienden el supuesto “efecto derrame” que las inversiones provocarían en las economías huéspedes, éste es más un imperativo ideológico que una verdad ajustada a la realidad. La vía navegable Paraná- Paraguay es una suerte de autopista artificial de agua, una modificación del curso y la profundidad del río más largo de la Argentina, que posibilita el tránsito anual de 2.900 barcazas y 4.500 buques de gran porte, que sacan hacia el mundo la cosecha cerealera y la producción minera del país. "Estoy convencida, desde hace mucho tiempo, que no hay actividad antropogénica exitosa para el presente y el futuro de la humanidad si no tiene como base el respeto por el Ambiente y la Naturaleza" Todo el recorrido de los ríos Paraguay y Paraná está sembrado de humedales, son 19 sistemas en total, desde el Gran Pantanal matogrossense, el más extenso del mundo y regulador hídrico de todo el sistema fluvial de estos dos ríos, hasta llegar a los humedales de los Tributarios del Paraná Inferior, con amplias planicies de inundación. Todos sufrieron el impacto negativo en estos 25 años. Una vez más, se impone necesario remarcar la importancia de los humedales: garantizan la diversidad biológica; amortiguan las inundaciones; favorecen la mitigación y la adaptación al cambio climático; nos abastecen de agua; son sitios de gran relevancia arqueológica e histórica; nos proveen de alimentos, materiales y medicinas; contribuyen a la estabilización de las costas y a la protección contra las tormentas; son lugares de recreación y turismo sustentable, entre otras muchas virtudes. Lamentablemente, como consecuencia del dragado de los ríos, han sido destruidos sistemáticamente durante muchos años. Estas consecuencias podrían ser minimizadas si los Estudios de Impacto Ambiental (EIAs) se hicieran como corresponde, cosa que no ocurre. Existen EIAs oficiales realizados desde los años 90 que no contemplan los impactos indirectos de largo plazo y son redactados desde una computadora, sin pisar el campo. Las embarcaciones también contaminan y tampoco esto es considerado en los EIAs. Los contaminantes que arrojan al agua son múltiples: hidrocarburos, mezclas oleosas, aguas sucias, basura, sustancias nocivas sólidas y pinturas antiincrustantes, entre otras. El ruido es otro factor que, necesariamente, afecta al ecosistema. Todos estos elementos son nocivos para el medio y los recursos vivos del agua, pero no son contemplados por los EIAs oficiales, tampoco la actividad pesquera en pequeña escala, tan importante para la supervivencia de las poblaciones costeras. Vivimos tiempos en que debemos priorizar el cuidado ambiental. Así más no sea por una cuestión de supervivencia. Proteger y priorizar el ambiente debe ser, definitivamente, una política de Estado y la Ecología Política, una prioridad. Desde el 2015, en Gualeguaychú tratamos de predicar con el ejemplo y empezamos a recorrer, a paso lento pero firme, el camino hacia la implementación de políticas ambientales reales. Estoy convencida, desde hace mucho tiempo, que no hay actividad antropogénica exitosa para el presente y el futuro de la humanidad si no tiene como base el respeto por el Ambiente y la Naturaleza. Es que, de lo contrario, no habrá otro futuro posible al que reza un sabio proverbio aborigen: "Solo cuándo el último árbol esté muerto, el último río envenenado y el último pez atrapado, nos daremos cuenta que no podemos comer, ni vestir, ni respirar dinero". *Concejal PJ-Creer, exdirectora de Ambiente municipal
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