MOTINES, ASESINATOS Y PRESOS CÉLEBRES
Los recuerdos que dejará la Unidad Penal Nº2: historias de sangre, muerte y desesperación
Ahora que la cárcel de máxima seguridad de Gualeguaychú tiene sus días contados, comienza la tarea de dejar para las generaciones futuras muchos de los episodios y horrores que se vivieron en ese lugar. Si bien los crímenes atroces e ilegales acontecidos en la última dictadura militar, muchos otros episodios teñidos con sangre fueron parte de su historia por fuera de este período. Un repaso de la historia reciente de un edificio que dejará de ser lo que fue durante más de un siglo y medio.
Por Amilcar Nani
Cuando en 1860 abrió por primera vez sus puertas la Unidad Penal Nº2 “General Francisco Ramírez”, esa zona era un completo páramo alejado de todo. No había vecinos, no había Corsódromo y la ciudad de Gualeguaychú era un punto diferenciado. Pero como todo en la vida, los años pasan, y por supuesto, las poblaciones crecen. Y 160 años más tarde, la cárcel de máxima seguridad quedó en el corazón urbano.
Finalmente, hace un par de años se anunció finalmente que el elefante blanco de hormigón, ladrillo y cemento será desalojado y cerrado. Esto quiere decir que el barrio de Pueblo Nuevo tendrá algo que muchos vecinos por generaciones han anhelado: dejar de vivir pegado a un presidio.
Hace unos días, el objetivo del desarme se puso en marcha y desde hace un tiempo se sabe que el edificio de la UP2 de Gualeguaychú será destinado a oficinas públicas y espacio de recreación. Y tal y cómo se hizo durante la visita de la ministra de Gobierno Rosario Romero días atrás, se señalizó el lugar para no olvidar los crímenes que se cometieron allí durante la última dictadura cívico militar.
En la Unidad Penal Nº 2 de Gualeguaychú estuvieron detenidos presos políticos, y la señalización forma parte del relevamiento que lleva a cabo la Dirección Nacional de Sitios y Espacios de Memoria, a través de la Secretaría de Derechos Humanos de Nación en conjunto con las áreas correspondientes de la provincia y el Municipio.
“Como todos saben durante la dictadura militar allí estuvieron presas muchas personas por cuestiones políticas y se señalizó ese sitio, al par que venimos haciendo un trabajo con el intendente y los legisladores, entre el gobierno provincial y el local para el cierre de la UP2 de Gualeguaychú, que es una de las cárceles más antiguas del país y en la reubicación de los internos en distintas partes de la provincia. En ese proceso la señalización del sitio tendrá que ver con que una vez adoptado otro destino, uno vinculado a la recreación y otro al centro cívico, quede señalizado lo que pasó allí durante la dictadura”, explicó la ministra Romero luego del acto.
Sin embargo, por fuera del período de la dictadura militar, la cárcel de Gualeguaychú tuvo episodios nefastos, sangrientos y crueles, los cuales, como a modo de ejemplo, se resumen en crímenes horrendos, motines que pudieron ser masacres y presos célebres que transitaron sus murallas.
Los motines del ’87 y el ‘91
Ambos comparten una particularidad: fueron cometidos en el mes de septiembre, y ambos casos volvieron a poner en la mesa la necesidad de trasladar el presidio hacia un lugar menos urbano.
El primero de ellos, acontecido a las nueve de la noche del 29 de septiembre, comenzó como un intento de fuga cuando los internos del pabellón 2 –donde se alojaban los internos más peligrosos– invadieron el Pabellón 1. El intento de fuga fue abortado por los guardiacárceles que se encontraban apostados en los muros y por la guardia interna que se encontraba cumpliendo con su turno.
Pero si bien la fuga había sido neutralizada, eso no puso final al episodio. Inmediatamente se comenzó con la quema de absolutamente todos los colchones del penal, y los disparos mantuvieron en vilo a la barriada de Pueblo Nuevo, el Munilla, la zona del Molino y la avenida del Valle. El temor hizo presa en los vecinos, quienes temían que algún fugado terminara en sus casas.
El saldo trágico de esa revuelta fue la muerte de uno de los internos, que en medio del descontrol y el caos había sido agredido y revestía un estado de gravedad, por las heridas recibidas, a las que no pudo sobrevivir falleciendo a las tres de la mañana en el Hospital Centenario. A esa hora, el control había vuelto a la Unidad Penal Nº2.
El segundo motín reciente, el de la noche del 11 de septiembre del 91, no tuvo el grado de violencia que el anterior, pero las seis horas que duró fueron de total incertidumbre y la situación estuvo a punto de salirse de control en varias oportunidades debido a que tres guardiacárceles quedaron como rehenes, quienes durante este tiempo temieron, en más de una oportunidad, por sus vidas.
Esa noche, un grupo de presos tomó la guardia interna, redujo a los celadores e intentó fugarse, cometido que no lograron por el rápido accionar de los guardias en el muro. Tres celadores fueron tomados como rehenes poco después de las nueve de la noche y liberados a las cuatro de la mañana. El penal fue recuperado por el personal del Servicio a las siete de la mañana.
Una muerte innecesaria
Eran pareja desde hacía más de un año. Ella lo conoció cuando ya estaba en prisión, condenado a 13 años. Lo iba a ver cuándo podía a la Unidad Penal Nº2, pero nunca imaginó que terminaría asesinada, delante de su beba de un año y medio.
Todo sucedió en febrero de 2013, cuando Jessica Ocampo de 23 años llegó con su hija para ver a su novio, Marcelo Schiaffino, de 38. El recluso cumplía en la cárcel de Gualeguaychú una condena a 13 años de prisión por promoción a la prostitución y privación ilegítima de la libertad de una adolescente de 15 años.
Jessica había llegado el sábado 9 de febrero a la prisión con su beba (que era hijo de otro hombre), y tenía autorización judicial en el marco de las 96 horas mensuales previstas para visitas íntimas. Luego se supo que el crimen había sido cometido el lunes a la noche en el sector conocido como “Unidad Familiar”, donde se reducen la vigilancia y el control porque se preserva la intimidad de los presos y sus parejas.
Sin embargo, el hecho fue descubierto recién a la mañana siguiente, cuando Schiaffino salió de aquel sector con heridas leves en el cuello y confesó el asesinato. Los guardiacárceles, que dijeron que no escucharon ni vieron nada, acudieron al sector reservado para las visitas íntimas y encontraron a Jessica estrangulada, tirada en el piso. A su lado estaba su beba, quien estaba ilesa.
Schiaffino había cumplido los primeros años de condena en la Unidad Penal N° 7 de Gualeguay, pero luego lo derivaron a Gualeguaychú. Por su mala conducta había sido trasladado en numerosas ocasiones a distintas cárceles de la provincia, sobre todo por problemas de convivencia con los otros reclusos. Luego del crimen, fue trasladado a la Unidad Penal N°8 de Federal, donde aún sigue encerrado.
El “cheto” de la cárcel
Dentro del historial criminal de la Argentina, no se registran muchos casos de asesinos seriales en nuestro país. Sin embargo, aunque pocos, los hubo. Uno de ellos fue Guillermo Antonio Álvarez, alias “El Concheto”, quien fue el jefe de la banda de “los nenes bien”.
Había matado a cuatro personas a sangre fría entre 1998 y 1999. Admiraba a Carlos Eduardo Robledo Puch, el ángel de la muerte que asesinó, entre 1971 y 1972, a 11 persona mientras dormían o por la espalda.
Vivía en un chalet en esa zona y había estudiado en los institutos secundarios San Patricio y Nuestra Señora de Fátima, donde lo echaron cuando pasó el límite de 24 amonestaciones. Además de encontrarle una manopla de hierro, un día revoleó un cortaplumas sobre el pizarrón, antes de que entrara el profesor. Fue demasiado y lo expulsaron.
La banda de “nenes bien” era particular. No iba detrás de los blindados ni de los bancos. El punto eran los restaurantes de alta gama. Una de las primeras víctimas fue el miembro del directorio de la petrolera Esso, a quien le robaron un Rolex, el celular, dinero y su Honda Accord.
El primer asesinado de la banda fue Bernardo Loitegui (h), hijo de Bernardo Loitegui, ex ministro de Obras Públicas de la Nación durante el gobierno de facto de Alejandro Agustín Lanusse. Según refieren los hechos, Álvarez y un compinche le robó a Loitegui (h) su Mercedes Benz. Aunque el hombre no se resistió, El Concheto lo liquidó dos dos balazos delante de su hija.
Entonces continuó el raid delictivo con su banda. El 28 de julio de 1996 Álvarez llegó al pub Company. Entró y se mezcló entre los clientes. Sus secuaces, Oscar “el Osito” Reinoso, César Mendoza y Walter Ramón Ponce, alias “Oaky”, una vez llegada la señal el Concheto, ingresaron armados y les exigieron a todos los clientes que entregaran los objetos de valor.
Pero entre la gente estaba el subinspector de la Federal, Fernando Aguirre, de franco. Al verlos, dio la voz de alto y comenzó el tiroteo. Álvarez aprovechó que el policía cayó al piso y lo remató. Una estudiante que festejaba un cumpleaños, Andrea Carballido, también murió asesinada.
El cuarto asesinato de El Concheto ocurrió en un pabellón de la vieja cárcel de Caseros, donde mató a facazos al de Elvio Aranda.
Para los peritos que lo trataron era “un narcisista, un psicópata perverso”. La misma calificación que recibió su admirado Robledo Puch.
El Concheto fue condenado a reclusión perpetua más la accesoria por tiempo indeterminado por cuatro homicidios, pero en diciembre de 2015 salió de la cárcel y abandonó el penal de Gualeguaychú. Lo esperaba su pareja, con quien afirmó que se iba a quedar a vivi en Entre Ríos. Sin embargo, cuando recuperó su libertad, tiempo más tarde volvió a delinquir en Buenos Aires y fue enviado a Devoto por haberle robado 67 mil pesos a una persona que salía de un prestamista.
Apostó a ser el heredero de su admirado Robledo Puch, pero terminó nuevamente encerrado por ser un simple ratero.