Los corsos de antaño en Gualeguaychú
Muchos creen que las comparsas grandes y majestuosas aparecieron en Gualeguaychú recién en la década de 1980. Sin embargo, los más memoriosos recuerdan el brillo alcanzado por las agrupaciones de principios del siglo pasado.o
Por Gustavo Rivas
Por entonces, los corsos se realizaban de tardecita -el alumbrado de gas era insuficiente- hasta que en 1907 llegó la luz eléctrica.
En aquella época, el recorrido se hacía por 25 de Mayo, desde Avenida Rocamora hasta la calle “Comercio” -actual Mitre- de ida y vuelta.
Las familias tradicionales instalaban sus palcos, propios o alquilados, y los engalanaban con verdadero espíritu de competencia, que no excluía el rubro elegancia para sus damas ocupantes. Era tal la cantidad, que la 25 se presentaba colmada de palcos, uno pegado al otro, en todo el trayecto. Esto le otorgaba al corso, un marco festivo.
Algunos grupos desfilaban en carruajes luciendo sus atuendos y hasta los máscaros sueltos, se esmeraban en sus disfraces.
Gran cantidad de serpentina y papel picado eran arrojados por el aire en medio del jolgorio. Recordaban los de aquella época, que a menudo los cocheros debían detener su marcha para retirar las serpentinas que les atascaban los ejes y el piso quedaba cubierto por un colchón de papeles multicolores. Esto último que podría parecer exagerado, es ratificado por algunos testimonios fotográficos.
Otra costumbre de aquel tiempo era la de los ramitos de flores que primorosamente se preparaban para ser intercambiados entre chicas y muchachos. Muchos de estos cambios florales marcaron el tímido inicio de una relación duradera.
Numerosas murgas convergían desde los barrios, trayendo su ritmo y alegría. Rescatamos del olvido la simpática “Los Siete y Medio”, apadrinada por Don Enrique Betolaza, que actuaba allá por 1919.
Otra murga, más numerosa en su integración, era la “Sociedad los Negros del Sahara”. Actuaba desde fines del siglo 19, con una estructura tipo dividida en tres filas, que se siguió utilizando hasta mediados del siglo pasado.
Desfilaban también varias comparsas, antecesoras de las actuales. Entre las mas conocidas podemos citar “Amor Primaveral” -no confundir con la memorable orquesta “Amor y Primavera”-; los “Ku-Klux-Klan”, que desfilaban con sus características capuchas; y la más prominente de la época, “La Comparsa de Nerón”, que ya hemos recordado.
Las murgas del puerto
El Barrio del Puerto, que en la década del cuarenta del pasado siglo se mantenía pujante por su actividad industrial, comercial y social, fue muy prolífico en materia de murgas y comparsas. El nombre de algunas denotaba su origen, como por ejemplo “Los Locos del Puerto” que presidía Pablo Godoy, secundado por Martín Romero y Adhemar Rippa. En otras, aunque eran del puerto, el barrio no aparecía en el nombre, por cuanto adoptaban como denominación la casa de comercio que los patrocinaba. Tal era el caso de “Los Blanco y Negro” que dirigía Pedro Machado, ayudado por Cecilio Almeida, Pablo Caballero, Timoteo González y algunos más. Rescatamos a continuación, una de las más prominentes de la época, que sin alcanzar el brillo de la agrupación de Abelardo Devoto, llegó sin embargo a trascender en el carnaval de aquellos años:
Murga “La Argentina”
Esta murga tenía su guarida en San Lorenzo y Paraná (actual Doello Jurado), es decir, sobre la costa misma de nuestro río, ya que por entonces no existía la Avenida Costanera y aquello era todo un bajo. Su creador y director era una figura muy popular en nuestro medio: se ocupaba de hacer fletes en su carro y se lo conocía por su apodo de “Manuel de Mama”. Pese a su modesta profesión, era un hombre bastante preparado y tenía nociones de música que volcaba con entusiasmo en su murga “La Argentina”. Esta se componía de 50 a 60 integrantes, que eran seleccionados por sus aptitudes: unos servían para el baile de conjunto; otros más apropiados para el lucimiento individual, iban como escoberos, al frente de su escuadra.
Los “escoberos”, figuras muy populares de aquellos conjuntos, recibían su nombre por desfilar haciendo increíbles piruetas con escobas de paja de guinea y cabo redondo de madera algo mas corto que los actuales. Las adornaban con cintas de colores, entre los que predominaba el rojo y cascabeles de bronce, que con su sonido característico le daban un toque de estridencia a la alegría reinante.
En una de las más memorables presentaciones de “La Argentina”, los escoberos iban caracterizados de “negros candomberos” y seguidos de “negras” igualmente ataviadas con amplias polleras rojas y verdes, por las que asomaban primorosas enaguas blancas almidonadas y ajustaban en sus cabezas pañuelos de varios colores.
Todo el grupo bailaba imitando el candombe con flexiones, requiebres y virajes que efectuaban con gracia singular, mientras las escobas eran lanzadas de un lado a otro simultáneamente, para ser abarajadas por su "par". El color de las cintas, el movimiento de las escobas y el sonido de los cascabeles conformaban un espectáculo audiovisual muy atractivo.
Las otras escuadras
Venía a continuación una escuadra portadora de estandartes, carteles alusivos y banderas, elementos de considerable peso -aunque no tanto como el portaestandarte de “Los Bichos”- por los materiales empleados, entre los que sobresalían terciopelos de calidad, maderas, ornamentos dorados; todo ello con muy buena terminación. Los estandartes, dado su gran peso, eran llevados por jóvenes de robusta complexión. Varias casas comerciales del barrio y del centro ayudaban a confeccionar estos elementos: se destacaban la carpintería de don Pablo Duarte (a) “Taparica”, sita en Alem y Paraná; o la “Pinturería Argentina” de Don Francisco Legaria, de calle 25 entre Churruarín y Alberdi, cuyos oficiales Pereyra, Duarte y Mereiro colaboraban con la aplicación de la pintura.
Luego venía la orquesta, compuesta de quince personas que ejecutaban instrumentos tan variados como clarinetes, guitarras, violines, mandolinas, bandurrias, acordeones, tambores y tamboriles. Generalmente ellos mismos componían la música y letra de las piezas que interpretaban, aunque también intercalaban algo ajeno.
Diablos “custodios”
Este subtítulo parece contradictorio, pero sin embargo tiene su explicación: luego de hacer su paso otros integrantes en filas de cuatro, los que portaban carteles, insignias y alegorías; cerraban la marcha los característicos “diablos” con su ropaje rojo fuego, los cuernos, el tridente y la temible cola. ¿Por qué “temible”? Porque estaban perfectamente adheridas al traje y rellenas con resistentes tramos de soga -restos de cabo de amarre- y tenían por función la custodia de la murga. Si algún intruso avanzaba más de la cuenta, recibía un fuerte colazo de los diablos. Completaban el cuadro los demás participantes, que desfilaban con ropas domingueras: botines, sacos, chaleco, pantalón, camisa, corbata y galera. Todo exactamente copiado de la realidad. Marchaban al son de los tambores y tamboriles; cuando entraba la orquesta, el conjunto entero entonaba las letras. Cabe destacar que en aquella época no había amplificadores ni música grabada, por eso la gente escuchaba con gusto este coro y lo premiaba con serpentinas, flores y muchos aplausos.
Las letras incluían siempre un agradecimiento a las casas comerciales que colaboraban, como Ludovico De Marco, sastrería de la calle 25; “Emiliani y Ressónico”, sastrería y sombrerería; “Casa Núñez”, de 25 de Mayo y Churruarín, entre otras. A manera de muestreo, hemos rescatado la siguiente estrofa de “La Argentina”:
De De Marco, los botines,
de Emiliani, es este frac.
De Ressónico, el sombrero
y de Nuñez, lo demás.
Obsérvese con que ingenio el autor simplifica en el último verso de la cuarteta, la amplia variedad de elementos que seguramente aportaba el generoso Nuñez.
El domingo próximo seguiremos con otras murgas de la época.
Este contenido no está abierto a comentarios