CIENCIA
Lecciones del pasado climático: Dióxido de carbono, el termostato de la Tierra
El clima de la Tierra ha oscilado drásticamente a lo largo de los últimos 500 millones de años, con temperaturas que han variado entre los 12 y los 36 grados Celsius. Estas fluctuaciones extremas están íntimamente ligadas a un solo factor: los niveles de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera. Así lo revela un estudio publicado en la revista Science, liderado por Jessica Tierney, paleoclimatóloga de la Universidad de Arizona.
“Cuando el CO2 es bajo, la temperatura es fría; cuando es alto, la temperatura es cálida”, explica Tierney, autora principal del estudio. Esta sencilla fórmula refleja cómo el dióxido de carbono ha sido el gran regulador del clima terrestre a lo largo de millones de años. Su estudio reconstruye el clima del planeta analizando datos extraídos de rocas y fósiles que actúan como una especie de “archivo” climático de la Tierra.
Uno de los hallazgos más llamativos es la existencia de períodos en los que el planeta se encontraba en un estado de “Tierra Invernadero”, cuando las temperaturas alcanzaron los 36 grados Celsius. Durante estos episodios, los niveles de dióxido de carbono eran muy elevados, creando un clima tropical que se extendía incluso hasta las latitudes más altas. Tierney destaca que estos eventos son una clara prueba de su impacto: “Los datos muestran que cada vez que los niveles suben, las temperaturas lo siguen”.
En el extremo opuesto, la Tierra también ha pasado por fases de frío extremo, como el período conocido como “Cryogenian”, hace unos 720 millones de años, cuando vastas extensiones del planeta quedaron cubiertas de hielo. En ese momento, las concentraciones de dióxido de carbono cayeron drásticamente, lo que llevó a un enfriamiento global. “Las glaciaciones más severas que conocemos coinciden con bajos niveles en la atmósfera”, comenta Tierney, resaltando la relación directa entre este gas y las temperaturas globales.
Para entender cómo funcionaba este mecanismo, el equipo de Tierney empleó modelos climáticos avanzados y análisis químicos de rocas y sedimentos que datan de cientos de millones de años. Así, pudieron confirmar que por cada duplicación de los niveles de CO2, la temperatura media global aumentaba entre 3 y 4 grados Celsius. “Es una relación matemática sencilla, pero las implicaciones son profundas”, señala la científica.
El estudio no solo arroja luz sobre el pasado, sino que también envía una advertencia sobre el futuro. Los niveles actuales, que ya han superado las 400 partes por millón (ppm), son comparables a los que la Tierra experimentó en períodos de calor extremo en el pasado. “Estamos en un camino peligroso. Si las emisiones continúan al ritmo actual, podríamos acercarnos a esos niveles que en el pasado provocaron calentamientos masivos”, advierte Tierney.
Este análisis también revela que los niveles de CO2, durante las fases de máximo calor en la historia de la Tierra, llegaron a superar las 1.000 o incluso las 2.000 ppm, una cantidad que, si bien aún parece lejana, podría no estar tan lejos si no se controlan las emisiones humanas. Para Tierney, esto plantea una incógnita: “El dióxido de carbono ha sido el factor más determinante del clima durante millones de años, y los niveles actuales ya son preocupantes”.
Lo que hace que este estudio sea particularmente revelador es cómo conecta el pasado climático con los desafíos actuales. Tierney y su equipo no solo reconstruyen la historia de la Tierra, sino que también proporcionan una advertencia sobre el camino que estamos tomando. “El pasado nos muestra que las temperaturas pueden cambiar rápidamente si los niveles de dióxido de carbono continúan aumentando”, dice Tierney, enfatizando la necesidad de reducir las emisiones actuales.
Este tipo de investigación es crucial para entender no solo el pasado, sino también para anticipar el futuro. Si bien la Tierra ha sobrevivido a cambios climáticos extremos antes, Tierney advierte que las condiciones actuales, impulsadas por la actividad humana, están acelerando esos cambios a un ritmo sin precedentes. “El pasado es una ventana al futuro. Y lo que vemos en esa ventana debería preocuparnos a todos”, concluyó.