Las cosas se valoran cuando se pierden
El ser humano no suele ser agradecido con la vida que lleva. Esto se echa de ver en que valora las cosas recién cuando las pierde, y entonces hace lo imposible por recuperarlas.Esta idea se ve reflejada en el lenguaje corriente. "Nunca sabes lo que tienes hasta que lo pierdes", o "Valora lo que tienes", son frases que evocan esta tendencia tan humana.Paralelamente, se suele desear lo que no se tiene ya que damos por descontado que lo que tenemos estará para siempre a nuestro lado, y por eso no le damos importancia.Esto ha hecho decir al escritor británico Daniel Defoe: "Todo nuestro descontento por aquello de lo que carecemos es producto de nuestra falta de gratitud por lo que tenemos".En efecto, el ser humano suele ser sensible ante las cosas que no tiene. Su valoración gira, de este modo, sobre las cualidades o patrimonios ajenos, y hay quienes ven aquí el origen de la envidia.El problema es que al estar concentrado en la privación, suele pasar por alto lo que ya se posee. Pero la percepción cambia radicalmente ante la pérdida de aquel bien del cual disfrutaba inconscientemente, cuya segura posesión lo hacía pasar inadvertido hasta ese momento.Nuestras posesiones, la salud, los amigos, así, aspectos de la vida que nos hacen felices, empiezan a valorarse cuando se pierden. Caemos en la cuenta entonces de que, al darlos por descontados, nunca se nos ocurrió preguntarnos sobre su inexistencia.Eso probablemente nos hubiera ayudado a precavernos por todos los medios contra su pérdida. ¿Por qué no esforzarnos cada tanto, entonces, por indagar qué pasaría si no tuviéramos aquellos bienes que poseemos?El método podría ayudarnos a ser menos quejosos y desagradecidos sobre nuestra propia suerte. Un cambio de actitud mental que permitiría comprender que hay más razones para sentirnos felices.El poeta Lucrecio (99 a.C.) era partidario de controlar la tendencia humana a querer siempre lo que nos falta, en lugar de apreciar lo que se tiene. En su opinión esta actitud hacía depender nuestra felicidad del cumplimiento irrestricto del deseo.Para él, ése era en realidad el camino hacia la desdicha: "Así en vano se afana el hombre siempre / y de continuo se atormenta en vano, / y en cuidados superfluos gasta el tiempo, / porque no pone límites al deseo, / y porque no conoce hasta qué punto / el placer verdadero va creciendo".Encontrar una pareja X, un gran trabajo, conseguir la mejor forma física, cerrar el negocio que nos garantizaría un buen pasar, un auto, lo último en tecnología. Esos pueden ser algunos de los anhelos de nuestra época.Pero mientras perseguimos estas cosas, con el estrés y la angustia que eso lleva aparejado, acaso perdemos de vista las otras cosas que poseemos o están a nuestro alcance y que valen mucho más (paisajes, amigos, experiencias, poder disfrutar de un hobbie, etc.).¿No será que la felicidad consiste, en realidad, en valorar lo que tenemos? ¿Y que es poco lo que necesitamos para ser dichosos? Esta conciencia nace cuando de repente perdemos aquello que dábamos por descontado, que creíamos tener para siempre.El escritor ruso León Tolstoi llegó a decir al respecto: "Mi felicidad consiste en que sé apreciar lo que tengo y no deseo con exceso lo que no tengo".La perspectiva de la muerte, por lo demás, es lo que nos hace valorar la vida que tenemos. Eso creía el explorador marítimo Jacques-Yves Cousteau, quien formuló la idea de que "si no muriéramos no apreciaríamos la vida como lo hacemos".
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