GUALEGUAYCHUENSE POR ELECCIÓN, DOCENTE Y MAMÁ
Las “batallas diarias” de la mujer que recibió la médula de su madre: “Rendirme nunca fue un plan”
Marianela Flor tiene 37 años y, aunque nació en la provincia de Buenos Aires, hace bastante que adoptó a Gualeguaychú como su lugar en el mundo. El año pasado fue diagnosticada con leucemia. Debió someterse a cuatro bloques de quimioterapia, hasta que recibió la médula ósea de su madre. “Fue volver a nacer”, dice, esperanzada.
Por Luciano Peralta
En 2008 conoció la ciudad, durante un viaje que hizo fuera de la temporada de verano. Venía de la localidad de Moreno, en el oeste de la provincia de Buenos Aires, pero cuando llegó al sur entrerriano supo que iba a volver. Así lo hizo durante varios años, hasta que, en 2014, junto a su compañero, desembarcaron en Gualeguaychú para hacer de esta su ciudad.
“Vinimos con una mano atrás y una adelante”, cuenta Marianela Flor, del otro lado del teléfono. Ahora, está en la Ciudad de Buenos Aires, en un hotel que se encuentra a cinco cuadras de la Clínica Favaloro, donde se llevó a cabo el trasplante que le permitió seguir con vida. Y si eso es significativo por sí sólo, más lo es cuando se tiene en consideración que la donante fue su madre.
A los 43 días de “haber vuelto a nacer”, la profesora de Economía y Gestión, estudiante de Hotelería y madre de una niña de cinco, entre otras tantas cosas, claro, dialogó con Ahora ElDía sobre la leucemia, el trasplante y sus “pequeñas batallitas” en el camino de la recuperación.
“Quince días antes de que me detectaran la enfermedad empecé a notar moretones en mis piernas. Yo ando mucho en bicicleta y, en un principio, creí que habían sido golpes, de torpe, pero no me cerraba del todo por lo oscuro de los moretones y los lugares donde estaban. En ese momento empecé a darme cuenta que había algo que no estaba bien”, recuerda.
“A la semana me empezó a costar caminar -continúa-, no podía hacer cinco cuadras, que es lo que separa el jardín de mi nena de mi casa, porque me agotaba mucho. A los días aparecieron los dolores de cabeza, los mareos y la presión alta. Ahí sí me asusté, fui a mi doctora, me hice análisis a la mañana y al mediodía me llamó para que deje todo y vaya a internarme al hospital, porque no podía andar en la calle con la cantidad de plaquetas que tenía. Para que te des una idea: ahora, que estoy mas o menos bien, tengo 90 mil plaquetas y en ese momento habré tenido 7 mil”.
“Fui a Concepción del Uruguay para hacerme una punción y me detectaron la leucemia. De ahí me mandaron a Paraná y los hematólogos hicieron otro estudio y me especificaron que tengo leucemia mieloide aguda. El miércoles siguiente empezamos con los bloques de quimioterapia en la Clínica Modelo de Paraná”, cuenta Marianela, desde el hotel en el que continúa su recuperación tras recibir el alta ambulatoria.
Su tratamiento de quimioterapia duró desde mediados de octubre del 2021 hasta marzo de este año, mes en el que estuvo cerca de 40 días internada sin ver a su familia. En el medio tuvo covid y neumonía. Para luego, regresar a Gualeguaychú, hasta el momento del trasplante de médula. “Estar sola tanto tiempo, sin ver a la familia, fue muy triste, pero sabía que era la única forma de ponerme bien”, reconoce.
Al estudio de histocompatibilidad, antes del trasplante, se lo hicieron a su madre, a su padre y a sus hermanos. “Papá fue descartado porque la edad, él es grande, y mi hermana tiene otro tipo de sangre. Por lo que se decidieron por mi mamá, con quien tenemos la misma sangre. Fue algo hermoso y a la vez shockeante, porque me iba a dar la vida por segunda vez”.
“Después del trasplante permanecí aislada en una habitación bastante grande, donde tenía una cama, un sillón, una mesa. Podía caminar ahí adentro, leer, tejer y estudiar. Ahora, ya hace un par de semanas que estoy con el alta ambulatoria. Me queda la mitad del tiempo para cumplir los cien días del trasplante, tiempo en que la médula se va a terminar de acomodar y va a ir generando reacciones en mi cuerpo. La médula nueva reacciona ante el cuerpo desconocido y genera, por ejemplo, el salpullido que me salió en el cuello ahora”, explica, con ritmo docente.
Los cuidados a los que se debe someter Marianela son extremos. Su sistema inmunológico aun no está preparado para retomar su vida normal, porque cualquier virus o bacteria puede afectarla gravemente. De hecho, debe completar nuevamente todo el calendario de vacunación. “A partir de los seis meses de trasplante tengo que ponerme las vacunas como si fuera un bebé”, cuenta. Se la escucha bien, animada y, consultada por si alguna vez, en todos estos meses, pensó en bajar lo brazos, dijo, con determinación: “no, eso no está dentro de las posibilidades”.
“Estuve muy cansada, de tanto pinchazo, de tanta medicación, tuve mis malos días, pero nunca bajé los brazos, nunca. Tengo muchas cosas por las que volver a estar bien. El post operatorio viene siendo bueno, pero es una batalla cada día. Hoy celebro no tener fiebre, poder haber comido o no vomitar, así cada día. Fueron y siguen siendo batallitas diarias”, metaforiza. Y, antes del cierre, entre risas, exhibe sus prioridades: “en mi cabeza están, primero, los cien días; después, los seis meses y después tomar mate”.