UN POEMA, UN TALLER, UNA TRANSFORMACIÓN
La palabra como herramienta de sanación: El relato de tres “mujeres comunes” de Gualeguaychú que escribieron un libro
Así se definen Mariela, María y Margarita. Son parte de una organización social y gracias a un taller de escritura y el trabajo que vienen realizando respecto a la cuestión de género pudieron canalizar procesos internos muy profundos. “Yo logré separarme después de 26 años”, reconoce una de ellas.
Por Luciano Peralta
Son las dos de la tarde, María y Mariela están sentadas en un banco de la plaza Urquiza. Por suerte, están al sol. Llego y me presento. Me siento en uno de los cuatro asientos de concreto. Mientras esperamos a Margarita, hablamos de la nota que voy a escribir para el diario y de sus experiencias con “Nos tenemos, nos escribimos”, el poemario del que son parte junto a cinco mujeres más, madres, militantes, trabajadoras.
El libro, que financió la Municipalidad y publicó la editorial Rodolfo García, es el resultado de un taller, generado por el área de Género y Diversidad en el marco del Día de la Mujer y dictado por la escritora Pamela De Batista. Esta experiencia, insospechada para la mayoría de ellas, las llevó a firmar ejemplares en el festival literario “Fragua” y a ser parte de la Feria Internacional del Libro. Pero lo rico, lo potente, fue el proceso.
Pasaron algo más de veinte minutos, Margarita no llega. “Está demorada porque pasó por casa a buscar unos libros”, me explica María, con voz de tango, de humo. Ella, al igual que sus dos compañeras es parte del Movimiento Territorial de Liberación (MTL), organización social con desarrollo en algunos barrios de la ciudad.
“Nosotras somos mujeres comunes, amas de casa que cocinan, planchan, lavan, más allá de nuestros trabajos. Nunca pensamos en estar, de repente, escribiendo un poema. Al principio nos costó mucho, pero al segundo encuentro ya nos sirvió como terapia, deseábamos que llegue el día para reunirnos”, dice María, ya con Margarita, su hermana menor, sentada al lado.
“De las palabras sueltas pasamos a hilvanarlas y a mirarnos a nosotras mismas. Empezás a darte cuenta que existen otras cosas más allá de las tareas del hogar, del laburo mismo; encontramos cosas en común en lo que sentíamos, eso nos fue enganchando”, cuenta, ahora, Margarita, quien se sumó al MTL durante los años más complicados de la pandemia, acompañando la merienda en el Barrio 21 de Septiembre, en la zona del Cementerio Norte.
“Siempre fui más de lo territorial, de estar con los chicos del barrio, pero cuando María me invitó a sumarme a la parte de Género me gustó, también. Me di cuenta que me podía involucrar y ayudar más de lo que pensaba. Nosotras venimos del ‘no te metas’, del ‘quedate en el molde’, respecto a situaciones de violencia. Y, de repente, salíamos, llueva o haya sol, a acompañar a una chica a hacer una denuncia a fiscalía, por ejemplo. Esas cosas reconfortan mucho”, asegura la joven madre.
“Yo escribí siempre, pero lo hacía para mí, no le mostraba a nadie más que a mis hijos”, cuenta, por su parte, Mariela. Y a la pregunta sobre qué escribe, responde: “de lo que siento en el momento, y usualmente siento desamor”, reconoce, entre risas vergonzosas.
Su historia es particularmente significativa. Tiempo después de haberse integrado al área de Género del MTL logró romper con los lazos violentos de toda una vida. “Yo terminé separándome después de 26 años. Era una tortura vivir con él, iba al merendero para no estar en casa”, recuerda. Y sigue: “Había muchas cosas que para mí eran normales, pero me fui dando cuenta que era violencia naturalizada, hasta que no aguanté más”.
Su historia es la de millones de mujeres. Y ellas lo saben, y lo saben ahora, después de haberse organizado, después de haberlo puesto en palabras en ese grupo de pertenencia. “Como el caso de Mariela, hay muchas mujeres que conviven con la violencia; muchas hemos tenido algún inconveniente con nuestros hijos u otro tipo de problemas, vamos buscándole la vuelta para ayudarnos entre todas. Y vamos generando herramientas para que las cosas no sean tan difíciles como a veces son”, acompaña Margarita.
Mirarnos
Volvemos al taller literario. Las tres remarcan la dificultad que les significó una de las dinámicas propuestas por Pamela De Batista: mirarse hacia adentro (¿a quién no?). “No era mirar sin estábamos bien peinadas o pintadas. Era algo más. Para mí fue la tarea más difícil y triste, me entristeció mucho, pero también siento que me sirvió. Cuando me miré vi que todavía había muchas cosas del pasado que no había sanado. Fue una experiencia fuerte y linda a la vez”, describe María.
“A partir de esa actividad empezamos a ver ciertas cosas desde otro lugar y a replantearnos otro montón de cosas. Empezamos a aceptarnos un poco más, a saber que no estamos solas, a entender que siempre se puede hacer algo por más fea que sea la realidad. Cuando arranqué el taller venía de un problema personas bastante complicado, muy doloroso, y me volqué para ese lado. Hoy, trato de buscar un lugar de sanación y escribir desde otro lado”, cuenta Margarita. Y, sin pausa, profundiza: “Como mamá, siempre tratás de abocarte a la casa, a los chicos, para que nos les falte nada, y te vas olvidando de vos. No te permitís estar mal porque tenés que estar bien para ellos o no podés flaquear porque tenés que salir a laburar para darles de comer; o el nene del barrio que está pasando necesidades o la vecina que fue golpeada. Entonces, vos creés que, en comparación con esas realidades, lo tuyo es una pavada y te vas postergando. A partir del taller yo pude habilitarme estar mal, sentirme mal, ¿por qué no? Ahí, recién, empecé a encontrarme conmigo misma”.
El sol de otoño está inmejorable, pero los tiempos apremian. Antes de despedirnos me piden expresamente que agradezca muy especialmente a Valeria Eliana Acosta, a cargo del arte de tapa y de las ilustraciones del libro, y que nombre a las otras mujeres que fueron parte del taller: Ramona (MTR), Mónica, Celeste (CUBA-MTR), Luciana y Fiama (Estrellita Roja-MTL).
“¡No nos olvidemos de la Feria del Libro!”, dice una de ellas y cuentan que, invitadas por la editorial Rodolfo García, expusieron en el predio de Buenos Aires. “Contamos nuestra experiencia con la escritura, con palabras simples, como mujeres de barrio que somos. Yo tengo 48 años y recién estoy por terminar el secundario, o sea que para mí todo esto es algo impensado, nuevo, nuevo”, reconoce María, al tiempo que espera que “esto contagie a muchas otras mujeres que se sienten solas o que creen que no se puede, nosotras demostramos y nos demostramos que podemos”.