IMAGEN Y ESTEREOTIPO DE LA MUJER
La necesidad del debate ético de las propagandas y contenidos mediales
El título en sí mismo ya aclara la pretensión de este escrito. Llevamos casi 40 años desde el inicio de la recuperación de la democracia y es notable, al menos para mí, la falta de diálogo institucional, político y social (en estas categorías incluyo lo educativo, económico y religioso).
Por Marcos Henchoz*
La ausencia de esos acuerdos tiene como resultado el deterioro en todos los niveles de la vida de nuestro país. Claramente, podemos sostener que nos mostramos incapaces de acordar políticas para mejor el sistema educativo, la producción económica, sostener valores que nos contengan con sentimiento nacional y lograr la tan ansiada pobreza cero; en un país que produce alimentos para todos, pero no los distribuye socialmente, sino que lo hace en términos económicos y financieros. Es decir, es preferible el negocio antes que asegurar los alimentos en la población.
De lo señalado en estas primeras líneas voy hacer hincapié en un aspecto cultural que desde hace mucho tiempo es solo un comercio basado en los intereses de las discográficas multinacionales. Me voy a detener, con las limitaciones del caso, en la relación música–mujeres–medios de comunicación.
La imagen y estereotipo de la mujer dado en diferentes géneros musicales es degradante. Dentro de las denominadas músicas urbanas tiene la particularidad de ser muy escuchada por adultos, jóvenes y niños. La idea de avanzar en algún tipo debate radica en el tipo de mensajes que produce a través de sus letras y videos. Si bien, entiendo que las letras de las composiciones musicales no inciden directamente en las conceptualizaciones que podemos tener en la vida; lo cierto es que las canciones suelen dejar huellas en las argumentaciones o formas de explicación de algunas cuestiones. Las radios; la TV abierta o por cable; las plataformas digitales y otros dispositivos actuales ponen al alcance de cualquier persona la producción artística promovida por las grandes compañías musicales dándose una situación de consumo musical. Estos géneros forman parte de la identidad juvenil de estos tiempos, ocupa un lugar importante en espacios de socialización de niños como suelen ser los cumpleaños.
Las corporaciones toman las líneas de editoriales y reproducen sus programas para rellenar sus grillas. Las excepciones suelen ser los medios locales que logran identidad con su audiencia y lectores tratando de resistir a “esas invasiones” y dar contenido y voces a los ciudadanos comunes.
En este sentido, la antropóloga Lila Abu Lughold, en su obra “Interpretando las culturas después de la televisión: su método” (2006) sostiene que tomar a la televisión en serio nos fuerza a pensar sobre la “cultura” no tanto como un sistema de significados o incluso como una forma de vida, sino como algo cuyos elementos son financiados, producidos, censurados y retransmitidos. Desde este punto de vista, la naturaleza hegemónica o ideológica y, por lo tanto, la relación con el poder de los textos culturales mediáticos al servicio de proyectos nacionales, de clase o comerciales, es innegable.
En principio se me presenta como contradictoria la cuestión del origen musical del reggaeton, hip hop, rap, trap y, en nuestro país, la cumbia villera. El hip hop se originó inicialmente como estilo musical en las fiestas callejeras en la ciudad de Nueva York, sobre todo en el barrio del Bronx ya que los clubes y discotecas no eran muy accesibles para el vecindario. El rap nació como una forma de luchar contra un sistema opresor, una manera de expresión sin utilizar la violencia física, pero no hay que olvidar que surgió en barrios marginales de Nueva York, gente sin recursos con vidas complicadas. El reggaetón lo hizo como expresión de los barrios bajos de Puerto Rico y Panamá; hasta que el verdadero furor surgió a partir del 2000. La cumbia villera lo hace a fines de los años 90, en el Gran Buenos Aires, como consecuencia de una fuerte crisis económica y social en la Argentina; este subgénero de la cumbia tuvo su origen en las llamadas villas miserias y se extendió por amplios sectores del continente con diferentes matices según las regiones.
No son los únicos géneros, pero si quizás los más divulgados por la comercialización de los mismos. La crítica habitual es que se convierten en productos de venta masiva, por lo tanto, efímero. Aunque si observamos cuando se da inicio a estos ritmos notamos que tienen medio siglo de existencia (salvo la cumbia villera y sus variables musicales). ¿Por qué perduran? Tal vez, porque los problemas de fondo siguen siendo los mismos y aparezcan variables dentro de los mismos géneros, lo que se denuncia es similar. Estas bandas y cantantes en sus letras abordan frecuentemente temáticas relacionadas al sexo, las drogas, el alcohol, el fútbol, la pobreza, la represión policial, y la delincuencia, es un vehículo de expresión de las clases marginales, de sectores empobrecidos con un fuerte rechazo al sistema dominante. Sus expresiones musicales se han convertido en productos comerciales y también como forma de vida y sustento económico para muchos de ellos.
Similar vivencia tuvo el tango como expresión de mestizaje entre afros, criollos e inmigrantes aportando elementos musicales y coreográficas hacia finales del siglo XIX. El tango tomó en sus versos la realidad social que padecían los más desprotegidos y excluidos del sistema; incluyendo temáticas como el alcohol, la prostitución, la delincuencia, la depresión y el desamor. A hoy día, el tango, declarado por la UNESCO como patrimonio inmaterial mundial, no refleja la realidad de sus orígenes y se convirtió más bien en un producto de “culto” y de exportación con base en sus acordes musicales y la danza.
En esta sociedad del espectáculo se produce cierto reduccionismo en cuanto a la importancia de la representación cultural. Muchas veces se nos presenta como desagradable y contradictorio si tomamos en cuenta el valor y cuidado hacia la mujer a través de campañas de concientización tendiente a modificar el paradigma machista. Ahora bien, ¿estos géneros son solo expresiones de la industria musical o son muestras reales de una cultura mucho más profunda de determinados grupos sociales?
Aunque bajo todas sus formas particulares, información o propaganda, publicidad o consumo directo de diversiones, el espectáculo constituye el modelo presente de la vida socialmente dominante y, si bien, los videoclips o escenas de los shows de las bandas musicales son expuestas como productos comerciales o artísticos, la realidad es que están dando mensajes de comportamientos, posturas y conceptos hacia como es entendida “la mujer”: un objeto.
Entiendo que, a pesar, de las campañas de concientización que se promueven desde hace muchos años y, quizás con más fortalezas desde el inicio de Ni una menos; la violencia no cesa y los medios de comunicación son corresponsables de esta situación porque continúan ejerciendo sus prácticas sexistas en donde las mujeres son devaluadas y atacadas en su dignidad al ser consideradas objetos predominante sexuales en detrimento de otras aptitudes o atributos.
Es hora de hacernos un replanteo en aspectos culturales que son vinculantes en el día a día y nos interpela hacia adelante como sociedad. En este debate, debemos participar todos, inclusive los medios de comunicación.
*Docente, historiador, escritor y Presidente de la Biblioteca Popular “Rodolfo García”