UNA MIRADA FEDERAL AL DESARROLLO ARGENTINO
La necesidad de apostar por el desarrollo de las ciudades del interior del país
La crisis sistémica que atraviesa el Estado argentino plantea la necesidad de barajar y dar de nuevo. Argentina sufre macrocefalia urbana, siendo Buenos Aires el lugar donde se concentra la mayor parte de la población, a contrapelo de un interior deshabitado. El caso paradigmático que se vive en Gualeguaychú.
La temática no está en la agenda de la elite dirigente, cuyas facciones siguen disputándose los despojos de un país extraviado. La Argentina necesita una empresa que la movilice y les dé una razón a los más jóvenes para que no emigren.
Un proyecto acorde con esta digna ambición es acabar con la macrocefalia urbana, concentrada preferentemente en Buenos Aires, acometiendo un repoblamiento del interior del país, dándole vida productiva a las localidades distribuidas a lo largo y ancho del territorio argentino.
Éste es el sueño del país federal, que hasta acá parece un mito romántico del siglo XIX, una aventura imposible, pero que bien mirado es una necesidad que emerge de su geografía y de la anómala distribución poblacional.
El historiador Jorge Ossona, un experto en el Gran Buenos Aires, sostiene que el conurbano bonaerense “simboliza el gran fracaso nacional, es como un cementerio de países que ya no existen”, producto de “un país que no sabe qué hacer consigo mismo y cómo trazar un sendero de desarrollo”.
Es un gran conglomerado caótico inventado y fomentado por una dirigencia ajena al interés general, que practica allí, a gran escala, un uso venal de los pobres.
Según Ossona, allí “se concentra el 40% de la pobreza administrada por un Estado bifronte con una cara legal, convencional, regida por el Estado de Derecho, y otra venal, nocturna, donde la ilegalidad constituye sus propios códigos”.
Una situación en la que el Estado es cómplice por una doble vía: “Primero porque evidentemente le da popularidad y le da votos -apunta el historiador-. Además, porque en la ilegalidad se hacen negocios suculentos cuya parte del león se la llevan burócratas al borde o al margen de la ley y que incluye a policías, jueces, fiscales, intendentes y distintos sectores de las burocracias municipales y de la provincial”.
Este engendro demográfico y territorial es querido por el poder político. Un dato puede esclarecer el punto: ese territorio empezó a cotizar políticamente, a partir de la reforma constitucional de 1994, cuando se consagró que la elección presidencial se hace de manera directa.
El peso del conurbano, por tanto, se convierte en algo sustancial. No hay la más mínima posibilidad de ser presidente si no se hace una buena elección en ese territorio.
Por lo tanto, las promesas se concentran en este lugar. Aquí va dirigido todo el aparato clientelístico del Estado. Porque es en este territorio donde se juega el poder.
Cabría postular que la generación de riqueza que se obtiene con la explotación de los recursos naturales y humanos del interior, es acaparada en su mayoría por el Estado nacional, que la distribuye luego en función de cálculos políticos.
Lo que resulta paradójico es que mientras el interior del país está despoblado, siendo Argentina el 8º país en extensión territorial del planeta, con una densidad poblacional bajísima, millones de argentinos no pueden hacerse su casa por no tener acceso a un terreno.
El problema de fondo
Según datos del censo nacional de 2022, en Argentina viven poco más de 46 millones de personas a lo largo de los 2,8 millones de kilómetros cuadrados del territorio continental.
La distribución es por demás asimétrica: entre la Ciudad de Buenos Aires (CABA) y el Gran Buenos Aires (conurbano bonaerense) residen unos 14 millones de habitantes: casi un 30% de la población total en poco más de 13.000 kilómetros cuadrados.
Un informe del Ministerio del Interior de la Nación publicado en 2020 señala que casi el 70% de la población reside en los 31 aglomerados urbanos más grandes del país.
El estudio indica que en el país hay “una distribución espacial desequilibrada: el 37% de la población urbana se encuentra localizada en el Aglomerado Gran Buenos Aires (AGBA). Su peso supera en casi 10 veces a la aglomeración que le sigue en magnitud de población. El 73% de la población de la provincia de Buenos Aires vive en los partidos del Conurbano, que representan el 4% de la superficie provincial”.
En sintonía con este diagnóstico, el portal oficial Datos Argentina, afirma que el 50% de los argentinos vive a menos de 400 km del llamado Kilómetro Cero, que es un monolito que está frente al Congreso, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA).
“Si hacemos un círculo con un radio de 400 km con centro en el Km 0, encontraríamos al 50% de los argentinos dentro de ese círculo”, señala el portal, en cuyos mapas digitales sobresale que la mitad de la población se encuentra asentada básicamente en CABA y el Conurbano Bonaerense.
Apostar por las ciudades del interior
El urbanista e investigador Federico Poore adhiere al diagnóstico de que la Argentina sufre macrocefalia urbana, siendo Buenos Aires el lugar donde se concentra la mayor parte de la población, a contrapelo de un interior deshabitado.
“Siendo Argentina un país con tanta extensión, uno tiende a pensar que podrían existir muchas otras ciudades intermedias que hicieran las veces de núcleos de ciertas actividades, para desconcentrar la densidad poblacional”, refiere.
En su opinión, la pregunta no es cómo hacer que Buenos Aires albergue a más gente, sino “cómo hacemos para desarrollar otras ciudades para que tengan más ventajas incluso para sus residentes actuales".
Se sabe que muchas ciudades del interior, por ejemplo en Entre Ríos, han venido perdiendo habitantes en las últimas décadas. Pero otras, y acaso sea un ejemplo Gualeguaychú, se resisten a achicarse.
Con sus más y con sus menos, Gualeguaychú ha tenido como obsesión un desarrollo endógeno y ha buscado, pese a contextos nacionales adversos, incentivar sus potencialidades para evitar que sus jóvenes emigren.
Las ciudades del interior esgrimen disímiles políticas para atraer residentes. Pero parece claro que una estrategia que apueste por las ciudades de menor tamaño requiere un requisito elemental: la preexistencia de un sector económico capaz de crear empleo genuino (sin recurrir al empleo estatal ni a los planes sociales).
La vitalización de los pueblos del interior de la Argentina –que equivale básicamente a una verdadera “conquista del desierto” – requiere la creación de empresas que arraiguen en el territorio.
Pero, como aclara Poore, “no puede implantarse automáticamente una empresa simplemente porque haya voluntad política, sino que también son necesarias políticas públicas y económicas que acompañen ese proceso. Lo fundamental es generar las estructuras necesarias para que las personas puedan operar en un nivel razonable y obtener una cierta calidad de vida”.
Según el experto, dos son las herramientas más utilizadas en la misión de poblar el interior del país: el desarrollo de empresas de programación y de la economía del conocimiento, por un lado, y la industria del turismo, por el otro.
Entre las ventajas de la primera alternativa, figura la deslocalización de las principales firmas –posibilitado por el trabajo a distancia–, lo que constituye un activo central para los “nómadas digitales” que brindan sus servicios remotamente.
Según el investigador, “las empresas deslocalizadas ven un atractivo en los costos de las ciudades intermedias. No solamente por la carga impositiva, sino también por el valor del suelo y del costo de vida en general”.