La manera argentina de nombrar lo falso
Pocas palabras salidas del lenguaje cotidiano de los argentinos tienen tanta fuerza expresiva como 'trucho', cuyo sentido está asociado a lo falso, a la imitación fraudulenta y a la mala calidad. Para los antiguos griegos las palabras no eran una invención caprichosa, una etiqueta intercambiables. Por el contrario, evocaban el sentido profundo de un ser, capturaban de algún modo su esencia.Detenerse en las palabras, por tanto, es detenerse en el significado de la realidad.La lingüista argentina Ivonne Bordelois, diplomada en La Sorbona y doctorada en Nueva York con Noam Chomsky, recomienda al respecto prestarle mucha atención al lenguaje cotidiano."Como decía Jorge Luis Borges, el lenguaje no lo hace el poder, no lo hace la Academia (Real Española), no lo hace la Iglesia, no lo hacen los escritores. Lo hacen los cazadores, los pescadores, los campesinos, los caballeros, es el lenguaje del alba, es el lenguaje de la noche, hay que acudir a las bases donde se forma la lengua", explicó.Entre las locuciones, giros o modo de hablar propio de los argentinos sobresale con fuerza el término trucho, con el cual se designa la sustitución o copia falsa de algo original.Como suele suceder con muchas voces populares, hay dificultades para establecer el origen de esta palabra, aunque se cree que su generalización en el uso corriente es reciente.Este argentinismo, según algunos expertos de la lengua, tiene una particularidad: mientras por un lado su significado es amplio, ya que remite a personas o a cosas, por otro lado define con precisión algo que resulta difícil expresar con otras voces.En realidad trucho es sinónimo de falsa copia, de imitación de mala calidad, de plagio, de cosa fraudulenta, de algo barato y ordinario, y connota una condición ilegal y clandestina.En Argentina se habla de políticos truchos, de billetes truchos, de educación trucha, de empresarios truchos, de economía trucha, de periodistas truchos, de remeras truchas, y la lista de expresiones de este tenor continúa hasta el infinito.Lo trucho puede ser entendido, además, como una degeneración o descenso de lo serio, de lo genuino, de lo sólido y de lo verdadero. ¿Es la Argentina, acaso, un país trucho?Algunos políticos, en sus campañas electorales, han llegado a predicar el ideal colectivo de llegar a ser un "país serio", lo que podría entenderse como el deseo de dejar de ser trucho.Hace poco Facundo Manes, neurólogo y neurocientífico argentino, en una entrevista periodística (aparecida en el Cronista Comercial), utilizó el concepto de 'truchedad' para diagnosticar el problema nacional."Entonces, muchas veces, el problema es la truchada y no la ideología. En la Argentina, a veces el problema no es ser neoliberal o de izquierda, sino ser trucho, porque fuimos truchos por derecha y por izquierda. Somos poco serios", dijo.El significado opuesto a 'trucho', es decir su antónimo, es 'auténtico', entendido como una calidad esencial y verdadera de algo. Cabría postular que todo lo que tiene autenticidad puede degenerar en 'truchedad', en una mala copia. Cuando lo trucho suplanta en gran escala lo serio y verdadero, en personas y cosas, nada es lo que aparenta ser, o todo se vuelve una imitación burlesca de la realidad, es decir una parodia.El uso corriente de la palabra trucho sugeriría que la sociedad argentina tiene desarrollado el instinto para percibir la jerarquía y variedad de lo falso y fraudulento.
ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
ACCEDÉ A ÉSTE Y A TODOS LOS CONTENIDOS EXCLUSIVOSSuscribite y empezá a disfrutar de todos los beneficios
Este contenido no está abierto a comentarios