EXPERIMENTOS SOCIALES UTÓPICOS
La irrupción de los inmigrantes con ideales socialistas y anarquistas
Cuando Entre Ríos se abrió a la inmigración, en la segunda mitad del siglo XIX, muchos de sus miembros, procedentes de distintas etnias, instalaron aquí comunidades anticapitalistas.
El objetivo final de todos los socialismos es la producción de un “hombre nuevo”, la idea romántica del pensamiento utópico que desde tiempos remotos ha pretendido extirpar el egoísmo, a través de un cambio en las estructuras sociales.
Grupos de extranjeros que encarnaron este ideal, llegados a la provincia durante la inmigración, realizaron experimentos sociales radicales novedosos para la época.
Aquí hay que incluir a los inmigrantes suizos, saboyanos y alemanes que crearon un falansterio en Colón; a los “gauchos judíos” que fundaron colonias agrícolas similares a los kibutz en el centro de la provincia; y a los catalanes anarquistas que en la costa del Paraná crearon la llamada “escuela racionalista”.
Aunque Gualeguaychú no fue un foco principal de colonias utópicas a gran escala, hubo no obstantes iniciativas locales que reflejaron estos ideales, especialmente durante la segunda mitad del siglo XIX y principios del siglo XX.
Las sociedades de socorros mutuos, por ejemplo, desempeñaron un papel importante en la organización de la vida social de los inmigrantes. Estas asociaciones, que combinaban principios mutualistas y cooperativistas, proporcionaban asistencia médica, funeraria y social a sus miembros.
Aunque no eran experimentos utópicos en el sentido estricto, estas asociaciones reflejaban los ideales de solidaridad y cooperación comunitaria que estaban en el corazón de muchas ideologías utópicas.
Por otra parte, algunos inmigrantes europeos formaron círculos de estudio donde discutían y promovían ideas socialistas y anarquistas. Estos grupos no sólo se enfocaban en la teoría política, sino que también intentaban poner en práctica estas ideas a nivel local, organizando actividades comunitarias y educativas.
Otros abrazaron la actividad gremial enarbolando la bandera de la lucha social contra el sistema. Fueron protagonista de acciones directas contra la “patronal” en un contexto de crisis del modelo agroexportador.
Al respecto, una página negra de la historia de Gualeguaychú se escribió el 1º de mayo de 1921 cuando grupos conservadores, nucleados en la Liga Patriótica, atacaron una manifestación de obreros reunidos en la plaza San Martín -por entonces llamada Independencia- matando a cinco personas e hiriendo a más de treinta.
Fueron estos los primeros mártires de la causa proletaria en la ciudad y la provincia, tras un episodio violento en las calles. Los caídos integraban las filas anarquistas y socialistas de la Federación Obrera Departamental, que era la fuerza sindical local que los agrupaba.
Para entender el origen de estos movimientos conviene aclarar que durante el siglo XIX el lugar de donde venían estos extranjeros, Europa, experimentó una serie de crisis económicas, revoluciones y conflictos sociales que llevaron a muchas personas a buscar nuevas formas de organización social.
La Revolución Industrial estaba generando profundas desigualdades, lo que impulsó el surgimiento de diversas corrientes de pensamiento utópico, socialista y anarquista.
Los inmigrantes que llegaban a Latinoamérica, incluidos aquellos que se asentaron en la provincia, llevaban consigo esas ideas como una respuesta a las dificultades que enfrentaban en sus países de origen.
El falansterio entrerriano
Hace más de 100 años tuvo lugar en el Departamento Colón una de las historias más fascinantes de Entre Ríos: el Falansterio de Durandó; una pequeña comunidad con reglas estrictas que funcionó por casi tres décadas.
El experimento se inspiró en Charles Fourier (1772-1837), uno de los mentores del socialismo francés junto a Saint Simón, aunque enemigo de la industria “las manufacturas progresan a causa del empobrecimiento del obrero”– y despreciador del comercio y de los comerciantes.
Para la realización del “hombre nuevo” Fourier inventó el falansterio, una organización basada en el principio de atracción susceptible de cambiar la naturaleza de las relaciones humanas y del hombre.
Imbuido de esas ideas, el suizo Jean Joseph Durandó y su familia se radicaron en un campo de Colonia Hughes, Departamento Colón, en 1888, dando vida a un establecimiento en el que llegaron a convivir cientos de personas de una manera muy particular.
Fue una pequeña comunidad que prácticamente se autoabasteció. Funcionó en un campo de 200 hectáreas con sembradíos, frutales, una gran huerta, invernáculo de vidrio para cultivos especiales, herrería, carpintería, zapatería, sastrería, escuela de primeras letras, artes y oficios.
El experimento comenzó a decaer en 1902 por situaciones internas conflictivas, choques con la Iglesia Católica y el Poder Judicial -algunas causas iniciadas por personas que abandonaron el lugar-, y porque la gente comenzó a anhelar otras condiciones de vida. En 1916, con la muerte de su gestor, la caída se precipitó.
Un dato saliente de esta experiencia utópica es que Jean Joseph Durandó, el líder de la comunidad, tenía reputación de curandero y espiritista. Cuando decidió partir hacia América, según él mismo relata, lo hizo con la pretensión de fundar una comunidad basada en la agricultura y ser reconocido como “enviado de Dios”.
Una vez instalado plenamente en la colonia entrerriana, campesinos y gauchos de diversos lugares acudían a él buscando sus poderes esotéricos. En los registros del lugar se consignan curaciones de todo tipo: eczemas, quemaduras, problemas de la piel, los que curaba aplicando ungüentos vegetales.
“Durandó también consultaba de forma escrita a Dios para los temas más variados y aseguraba que sus decisiones en la Colonia eran por inspiración divina”, según refiere Mariano Villalba, investigador de la Universidad de Buenos Aires, quien ahondó en la dimensión esotérica de Durandó.
Se cuenta que cuando el líder del falansterio murió a los 74 años de edad, lo pasearon por tres noches en su campo esperando que reviviera y al tercer día llegaron las autoridades y se llevaron el cuerpo.
Colectivismo judío
A todo esto, las colonias agrícolas que fundaron los inmigrantes judíos a finales del siglo XIX en el centro de Entre Ríos, también replicaron un formato de vida comunal muy similar a los kibutz de Israel.
El escritor Alberto Gerchunoff describe en su novela “Los gauchos judíos” la visión de la utopía agraria de los colonos judíos en los campos argentinos, devenidos en tierra de promisión para esta etnia.
Estas colonias, impulsadas por la Jewish Colonization Association (JCA), bajo el liderazgo del barón Maurice de Hirsch, buscaban ofrecer una solución a las dificultades de los judíos europeos perseguidos, especialmente en Rusia y el Imperio Austrohúngaro, mediante la creación de comunidades agrícolas autosuficientes en Argentina.
Al igual que las granjas en Israel, estas colonias estaban organizadas en torno a principios colectivistas. Aunque no siempre seguían el modelo estricto de los kibutz israelíes (donde la propiedad era completamente comunitaria y no existía propiedad privada), sí se fomentaba la cooperación, la ayuda mutua y un sentido de comunidad entre los colonos.
Las colonias judías en Entre Ríos se emplazaron en el centro-este provincial, en los departamentos Villaguay y Uruguay. Destacan, así, las colonias Clara, Villa Domínguez, San Antonio y Lucienville.
Las colonias no solo eran espacios de producción agrícola, sino también centros de educación y preservación cultural. Se establecieron escuelas y centros comunitarios, donde se enseñaba el hebreo y se promovía la cultura judía, al tiempo que se adaptaban a las nuevas realidades del campo argentino.
Las escuelas anarquistas
También grupos de inmigrantes anarquistas dejaron en Entre Ríos su impronta utópica a través de la creación de las “escuelas racionalistas”, como las que dos maestros catalanes fundaron en el departamento La Paz y que se instalaron luego en Paraná y Diamante.
A fines del siglo XIX, la industrializada Barcelona era un hervidero de luchas sociales y de ahí surgieron las ideas de estos extranjeros que llegaron a la provincia en 1898, cuya idea pedagógica buscó superar el método normalista de enseñanza, emparentado con el positivismo.
El anarquismo es una doctrina filosófico-política muy antigua que en principio se declara hostil a cualquier forma de autoridad y poder. La mayoría de los anarquistas sostienen la necesidad de suprimir la propiedad privada, vista como causa de desigualdad entre los hombres.
Las escuelas anarquistas formaban parte de un proyecto más amplio dentro del movimiento anarquista, que buscaba transformar la sociedad desde la base, a través de la educación y la organización comunitaria.
Estos centros se basaban en principios de educación libre, en contraposición a los sistemas educativos estatales o religiosos, que los anarquistas veían como opresivos y adoctrinadores
En el caso de Entre Ríos, estas escuelas aparecían como antagónicas en el plano de las ideas con los principios normalistas fuertemente arraigados en la provincia, sobre todo en Paraná, cuna del positivismo educativo vernáculo.