LOS 175 AÑOS DEL COLEGIO NACIONAL DE CONCEPCIÓN DEL URUGUAY
La institución entrerriana donde se formaron Andrade y Fray Mocho
Creado por Urquiza, el Colegio del Uruguay fue el primero en el país de carácter laico y gratuito. Compartieron sus aulas hombre de la elite liberal que dieron forma al nuevo Estado argentino. Allí estudiaron personalidades de Gualeguaychú, como Olegario Víctor Andrade y Fray Mocho.
Este colegio de nivel medio es uno de los más antiguos del país y ha tenido un rol destacado en la educación argentina. Siendo gobernador Justo José de Urquiza lo fundó para promover la educación y el desarrollo intelectual en la región, así como para formar a las futuras élites políticas, sociales y militares de Argentina.
Creado el 28 de julio de 1849, este año celebra sus 175º aniversario, y es el corazón de Concepción del Uruguay, ciudad orgullosa de contar con un colegio histórico al que Urquiza consideraba “su heredero”.
El caudillo entrerriano buscaba que el colegio sirviera como un centro de difusión de ideas progresistas y republicanas, en línea con su visión política.
El Colegio Nacional de Concepción del Uruguay ha sido una institución educativa de renombre en Argentina y ha formado a muchas figuras destacadas en la historia del país.
Efectivamente fue un semillero de líderes políticos, militares e intelectuales que jugaron papeles cruciales en la consolidación del Estado argentino.
Entre sus exalumnos más célebres se encuentran tres mandatarios argentinos: Julio Argentino Roca, militar y político; dos veces presidente de Argentina (1880-1886 y 1898-1904); Victorino de la Plaza: abogado y político, presidente entre 1914-1916; Arturo Frondizi, abogado, periodista y político, quien presidió el país entre 1958-1962.
Varios gobernadores, ministros, escritores y hombres de ciencia pasaron por las aulas del Colegio del Uruguay. Dos celebres gualeguaychuenses se educaron allí: el poeta y político Olegario Víctor Andrade y el escritor y periodista Fray Mocho (seudónimo de José S. Álvarez).
También asistieron a esta institución otros vecinos destacados, como es el caso de Mario César Gras (1894-1949), quien fue fiscal, docente en el Colegio Luis Clavarino y también reconocido escritor e historiador.
Con una formación humanista, el Colegio del Uruguay alcanzó la Edad de Oro bajo el rectorado del republicano francés Alberto Larroque, entre 1854 y 1863 (nombre que lleva una localidad del departamento Gualeguaychú).
Hacia 1854 el plan de estudios estaba compuesto por materias como: latinidad, matemáticas, teneduría de libros, idiomas francés e inglés, jurisprudencia y música. Más tarde se incorporaron las orientaciones en comercio, letras y armas.
Los historiadores coinciden en destacar que al fundar este colegio Urquiza buscaba modernizar la provincia de Entre Ríos y, por extensión, Argentina, a través de la educación.
El colegio es tenido como el primer instituto secundario laico del país, si bien Urquiza fijó el objetivo de “formar hombres de bien que respetaran la religión”.
“El Colegio nunca fue elitista, siempre fue de inclusión, donde la generación de becas y oportunidades comenzaron a gestarse allá por la mitad del siglo XIX”, recordó el rector de la institución, Ramón Cieri, en el acto de celebración por el 175º aniversario.
A poco de haberse fundado en 1949, la institución entrerriana recibió a cientos de alumnos provenientes de todos los rincones del país y del exterior. Se los albergaba en el propio establecimiento, donde recibían alojamiento, comida, ropa y libros.
Roquismo a pleno y conexión entrerriana
“Del Colegio del Uruguay surgió la célebre Generación del 80, que nos guste o no, significó una bisagra en la historia nacional. Julio Argentino Roca se rodeó de ministros, funcionarios y legisladores, todos ellos compañeros del instituto uruguayense”, ha escrito el profesor Celomar Argachá.
A propósito, es interesante explorar la fuerte conexión ideológica e histórica entre la Entre Ríos de Urquiza y la figura de Roca, considerado como artífice relevante en la conformación del Estado argentino.
En principio Roca fue pupilo en el Colegio de Concepción del Uruguay (con dos de sus hermanos, Celedonio y Marcos). Fue becado a pedido del presidente Urquiza y se incorporó además al curso de instrucción militar.
Su primer combate fue justamente en defensa de la Confederación contra el Estado de Buenos Aires, el 23 de octubre de 1859, en la batalla de Cepeda. Ya era teniente cuando participó, bajo las órdenes de Urquiza, en la batalla de Pavón.
Por otra parte, los gabinetes de Roca (en sus dos presidencias) se nutrieron de sus ex condiscípulos del Colegio del Uruguay. Por ejemplo, el salteño Victorino de la Plaza fue además su Ministro de Relaciones Exteriores; Eduardo Wilde fue su Ministro de Instrucción Pública durante casi todo su primer periodo; Isaac Chavarría fue Ministro del Interior; en tanto que Wenceslao Pacheco fue ministro de Hacienda.
Hubo otros hombres surgidos del Colegio del Uruguay que acompañaron a Roca en las altas funciones de gobierno. Hay un caso especial que, si bien no fue su compañero, fue en cambio su profesor, Benjamín Victorica, allegado a Urquiza, quien fue Ministro de Guerra en la primera presidencia.
Cabe agregar que alrededor de la figura de Roca se fueron nucleando intelectuales y políticos de diferentes orígenes: los hombres del Paraná, es decir, los que se habían alineado con la Confederación Argentina cuando Buenos Aires se separó del resto del país, y la que será llamada Generación del 80.
Olegario Víctor Andrade, Carlos Pellegrini, Dardo Rocha, José Hernández -el autor del Martín Fierro-, y su hermano Rafael, Carlos Guido y Spano, Lucio Mansilla, entre otros. Todos ellos fueron “roquistas”.
Durante su primer mandato, Roca impulsó la Ley Nº1.420 de Educación Laica, Gratuita y Obligatoria, de todos los niños de 6 a 14 años, por la que instauró un régimen de vanguardia, modelo para toda América Latina.
De vuelta en la presidencia 12 años después, buscó modernizar la enseñanza para darle fines más prácticos y productivos, estableciendo una mayor vinculación entre la educación y el trabajo.
Para esa tarea puso al gualeguaychuense Osvaldo Magnasco al frente del ministerio de Justicia e Instrucción Pública. Magnasco tenía entonces 34 años y era el más joven del gabinete.
Andrade y Fray Mocho
Con respecto a Olegario Víctor Andrade y Fray Mocho, cabe agregar que ninguno de los dos terminó sus estudios formales en el Colegio del Uruguay.
Andrade, luego de dejar el colegio, se trasladó a Buenos Aires en 1864, donde se dedicó a la poesía y al periodismo, alcanzando renombre en el ámbito literario y político.
También Fray Mocho se trasladó a Buenos Aires, donde comenzó su carrera como periodista y escritor, alcanzando fama con sus obras costumbristas y como director de la revista Caras y Caretas.
Tras quedarse huérfano a los 8 años, Andrade fue un protegido de Urquiza. Mostró talento prematuramente en la literatura, lo que llamó la atención del caudillo, quien lo apoyó en su educación y carrera.
Este apoyo incluyó la oportunidad de estudiar en el Colegio del Uruguay y más tarde desempeñar cargos públicos y periodísticos que lo ayudaron a consolidarse como una figura prominente en la literatura y la política argentina.
En cuanto a Fray Mocho, aunque no terminó sus estudios, dejó una impresión duradera en el Colegio del Uruguay por su carácter travieso y su sentido del humor.
El escritor plasmó en relatos distintas anécdotas de la vida en el Colegio, por ejemplo, el que tituló “El clac de Sarmiento”, donde se menciona la extrañeza que causó entre los estudiantes el sombrero del entonces presidente, quien había hecho una visita especial a la institución.
El clac es un tipo de sombrero de copa con un sistema de muelles que permite plegarlo y desplegarlo.
Según Fray Mocho, como el sol estaba muy fuerte el presidente tocó el resorte que abría el mismo y tal acto produjo una carcajada generalizada. Así lo relató Fray Mocho:
“Aquello era tremendo: el rector estaba pálido. Sarmiento, indignado, nos dirigió una alocución en que nos dijo que éramos unos bárbaros, dignos hijos de una provincia que degollaba a sus gobernantes y donde los hombres buscaban la razón en el filo de sus dagas; ¡que más que estudiantes parecíamos indios!
Alguien ensayó una silba: fue la señal
El Presidente y su comitiva traspusieron la pesada puerta en medio de una rechifla sin igual, que horas más tarde —durante la manifestación que el gobernador Echagüe y su ministro Febre le habían cuidadosamente preparado— se repitió, habiéndonos mezclado nosotros a la manifestación.
¡El rector por poco no lloraba!
Pasaron los días, y algunos diarios de Buenos Aires fueron al colegio. ¡Era de ver cómo nos pintaba, cómo nos ponía! Nos calificaba de ‘horda salvaje que obedecía al látigo del caudillo Jordán’, y de ‘lobeznos que se alimentan con sangre’. ¡Y esto era lo de menos!
Se atribuía un móvil político, a lo que era sólo producto de un clac presidencial; ¡lo cierto es que este hecho nos enseñó a saber, por experiencia, cómo se escribe la historia!”.