OPINIÓN
La Iglesia y su diálogo con la cultura
El Imperio Romano de Occidente cayó por Odoacro, rey de los Hérulos, quien derroca al último emperador de Roma, Rómulo Augústulo, el 4 de septiembre de 476 DC. Este hecho marca el fin del Imperio Romano: desaparece el imperio occidental mientras que el imperio oriental bizantino sobrevive hasta la caída de Constantinopla, en 1453 DC.
Guillermo Marcó
Sacerdote y director del Servicio de Pastoral Universitaria
Por las invasiones de los Bárbaros el mundo había caído en la oscuridad. En este mundo caótico y dividido, surge lentamente un nuevo orden. Ya no hay más ejército imperial, cuando todos huyen, solo quedan en Roma los Papas. ¿Qué hacer frente a la avalancha de las diversas tribus bárbaras que se lanzaban sobre un imperio moribundo? En el 452 DC, Atila, el rey de los hunos al que muchos llamaban «el azote de Dios» considerándolo el instrumento de castigo del Señor sobre una sociedad corrompida, irrumpió en Italia. Lejos de ser un monarca bárbaro más o menos romanizado, como había sucedido con las distintas tribus germánicas que desde el siglo IV DC habían ido ocupando el territorio del imperio, Atila odiaba la cultura romana. También carecía de escrúpulos. De hecho, para disfrutar solo del poder que tenía, no dudó en asesinar a su hermano Bleda, cuando vio que empezaba a hacerle sombra.
Previsiblemente, Roma quedaría reducida a cenizas con su llegada, ya que el imperio no podía oponer a Atila una fuerza eficiente. El Papa León I decidió salir a su encuentro en Mantua a la cabeza de una procesión llena de cruces que cantaba en latín. Nunca se ha sabido cuál fue el contenido exacto de la entrevista celebrada entre León I y el rey de los hunos, pero lo cierto es que éste optó por retirarse en lugar de continuar su tan soñada destrucción de Roma. Menos conocida, pero seguramente no menos relevante, fue la manera en que León I se enfrentó con otra invasión en el 455 DC. Esta vez, fue el ejército vándalo el que amenazó Roma. León I no pudo impedir que los bárbaros entraran en la ciudad, pero sí consiguió –y fue un logro extraordinario– que no la arrasaran. La Iglesia comenzó con mucha valentía y numerosos mártires la evangelización del mundo pagano. Esa conversión de los paganos al cristianismo más los restos de la cultura clásica, formaron las raíces de Europa.
No es mi intención hacer un tratado de historia, pero en cada época la Iglesia interactuó con la cultura de su tiempo. Muchas veces se habla de “Evangelizar la cultura”. Para eso es preciso discernir cuidadosamente qué elementos son rescatables y cuáles deben ser dejados de lado. También es cierto que ese discernimiento lo hacemos personas de carne y hueso que somos susceptibles de caer en el error. El período medieval aportó grandes santos, tratados de teología, el desarrollo del sistema universitario y la construcción de enormes catedrales.
El Renacimiento, redescubrió la antigüedad clásica, estudió sus ruinas y redescubrió sus reglas constructivas. El estilo lo habían inventado los griegos, la grandiosidad y los métodos constructivos, lo aportaron los Romanos. Si alguno tiene la oportunidad de entrar al Panteón de Roma, cuesta entender que semejante espacio abierto haya sido construido en el año 126 DC. Fue el Renacimiento que, maravillado por la antigüedad clásica, llamó al periodo anterior de la historia “Edad media”.
El período medieval lejos de ser oscuro, engendró los más increíbles ejemplos de catedrales, edificios anónimos que se construían para la Gloria de Dios, eran obras colectivas donde cada artesano ponía lo mejor de su arte para edificar este espacio sagrado. Elevado del suelo para diferenciarlo del espacio común. Allí transcurrían los momentos importantes de la vida, el nacimiento a la fe en el bautismo, la celebración eucarística, los matrimonios y las ordenaciones sacerdotales y los funerales. El espacio sagrado es lugar para el silencio, la celebración litúrgica, el olor a incienso y el canto.
Lo profano ocurre afuera: la fiesta, la feria, la comida y la bebida es en la Plaza o lugares destinados para ese fin. En nuestros lugares pobres del interior la capilla se usa para sala de catequesis o para una comida comunitaria. En los lugares donde se dispone de otros espacios para estos fines, quizás no sea conveniente fomentar la desacralización de los espacios. La pregunta por la evangelización y el diálogo con la cultura de estos tiempos, nos han llevado a procesos Sinodales, donde todos deben ser escuchados.
La Jerarquía de la Iglesia, el Papa y los Obispos, debería estar atentos a que en los tiempos que corren y en nuestras propias comunidades es dificultoso también evangelizar, hablar de Dios y de su Iglesia. Nos hace un flaco favor cuando en vez de fomentar la unidad y el sentido de lo sagrado, desacralizan los lugares y se sacan fotos con personajes políticos que gozan de la simpatía de algunos y el odio de otros. Es bueno recibir y evangelizar al mundo de la política como lo hizo el Papa León con Atila para evitar la destrucción de Roma. Fotografiarse por afinidad política, o dejarse colonizar, dista de ser de ayuda para la totalidad de los fieles que estan llamados a pastorear.