DÍA DEL RESPETO A LA DIVERSIDAD CULTURAL
La huella de las etnias originarias que poblaron nuestra región y el sur de Entre Ríos
Chanás, charrúas, yaros y guaraníes habitaron el territorio antes de la llegada de los españoles. La cultura de estos primitivos dueños de la tierra ha sido revaluada el último tiempo.
El 12 de octubre, fecha en la que tradicionalmente se conmemoró la llegada de los españoles a América, es desde hace dos décadas un día de reflexión acerca de la diversidad cultural y étnica.
Eso significa volver la mirada sobre aquellos pueblos que fueron desplazados o exterminados a causa de la conquista y cuyo recuerdo hace justicia a más de 500 años de ese episodio.
El conocimiento del hombre que habitó esta zona antes de la llegada de los españoles, hace a la identidad de Gualeguaychú. Eso lo comprendió el profesor Manuel Salvador Almeida (1915-2004), un pionero en la investigación antropológica regional, cuya obra contribuyó a correr el velo que mantenía en el olvido a los chanás, nativos que ocuparon gran parte de este espacio geográfico.
Persiste en el tiempo la imagen de este arqueólogo local como excavador, como hurgador metódico de los antiguos asentamientos aborígenes. Fue tras la pista material (como restos de cerámicas y otros objetos), en busca de poder documentar la existencia y el perfil cultural de “los vencidos”, como solía decir.
El Museo de Ciencias Naturales y Arqueología “Manuel Almeida” se nutre del fruto del trabajo personal de quien se lanzó, contracorriente, a desocultar el pasado indígena de Gualeguaychú y su zona.
Como sea, la representación de estos pueblos, como la de cualquier sociedad antigua, es siempre provisional y sujeta a revisión, conforme los nuevos hallazgos que se van produciendo.
Es importante tener en cuenta que la documentación disponible referida a los aborígenes fue escrita por los europeos, en particular por cronistas, misioneros y colonizadores.
Estos textos reflejan una perspectiva externa, a menudo incompleta o distorsionada, que no siempre asumía las cosmovisiones y formas de vida de los pueblos originarios.
Salta a la vista, por ejemplo, el choque cultural que representaron para ellos, como cristianos, algunas prácticas indígenas como la poligamia, la antropofagia o el infanticidio.
En la conocida película “La Misión” (The Mission), de 1986, que relata la vida en las misiones jesuíticas, se expone el siguiente diálogo entre españoles que da cuenta del infanticidio guaraní:
- Y ellos (los guaraníes) no son de naturaleza animal, son de naturaleza espiritual.
- ¿Espiritual?, matan a sus propias crías
- Eso es cierto… ¿puedo contestar a ello? A cada hombre y a cada mujer se les permite tener un hijo, si nace un tercero lo matan inmediatamente, pero esto no es un rito animal, es la necesidad de sobrevivir. Solo pueden correr llevando un niño cada uno. Y, ¿por qué corren?, para huir de nosotros. Huyen de la esclavitud”.
Ribereños plásticos
Los chanás fueron pescadores, recolectores nómades y hábiles canoeros. Su vida estaba íntimamente ligada al río, al monte y a las islas.
Elaboraron harina de pescado y se alimentaban también de vainas de algarroba, maíz, calabaza, poroto y miel. Excepcionalmente hacían agricultura menor.
Habitaban en casas comunales o individuales que presentaban una planta rectangular, paredes de juncos, techos a aguas, abiertas y sin cumbreras para permitir la salida del humo de los fogones encendidos dentro de las viviendas.
Practicaron la poligamia y en señal de duelo por un familiar se cortaban una falange de la mano. Creían en la otra vida y enterraban a sus muertos. Los exhumaban, pintaban con ocre los restos y hacían un entierro secundario cerca de las aldeas. Por influencia guaraní sepultaban a sus niños en urnas.
Los chanás conformaron un pueblo pacífico que no opuso mayor resistencia a los españoles. Sus armas más comunes eran el arco, la flecha y la maza. Cada tribu era dirigida por un cacique.
Estos nativos de la zona de Gualeguaychú se distinguían por su cerámica incisa. Dibujaban guardas geométricas a sus recipientes, urnas y otros objetos. Se inspiraban en motivos de la fauna regional: cabezas y colas de loro, lechuzas, batracios, patos, felinos, ofidios, búhos y algunos mamíferos, como el carpincho.
Por estas labores, los arqueólogos los han identificados como “ribereños plásticos”.
Era un pueblo ágrafo cuyo idioma no obstante ha sido rescatado últimamente gracias a un descendiente, Blas Jaime. El libro “La lengua chaná, patrimonio cultural de Entre Ríos”, escrita por Blas y el lingüista Viegas Barros, relata que la vida junto al río en la época de los chanás no estaba exenta de peligros.
La amenaza latente del ataque de otros pueblos cercanos, como los charrúas, provocó que los chanás desarrollaran estrategias de defensa particulares, entre las cuales sobresalía el silencio.
Esto era necesario para poder sobrevivir, para escuchar si venían a atacarlos. Por eso se impedía el llanto del niño y la risa. También se les cortaban las cuerdas vocales a los perros. La música estaba prohibida.
Como muchos indígenas americanos, los chanás eran panteístas, creencia que identifica al universo con lo divino y donde el hombre es parte de la naturaleza.
Entre los textos chanás traducidos en el libro figura la “Oración a la Madre Tierra antes de cortar un árbol”, que sirve como ejemplo de la forma que tenía esta cultura de concebir la naturaleza.
La oración versa: “Madre Tierra / con mucho respeto te pido / que no castigues a tu hijo / que necesita matar el árbol / para hacer una canoa con su fuerte tronco / y con sus ramas cocinar nuestra comida”.
Los bravos charrúas
Este grupo se estableció en una amplia región que abarca el sur del Brasil, el territorio que actualmente ocupa la República Oriental del Uruguay y la ribera entrerriana del río Uruguay.
No constituían un grupo homogéneo, sino que estaban organizados en distintas parcialidades: los minuanes, los guenoas, los martindanes y los bohanes.
Cuando los españoles introdujeron el ganado vacuno, los charrúas se desplazaron hacia el interior de la actual Entre Ríos para cazar ese animal salvaje y cimarrón.
Eran una sociedad nómada o semi-nómada organizada en pequeñas bandas o grupos familiares. No tenían una estructura jerárquica rígida, aunque sí se reconocía el liderazgo de los caciques en momentos de guerra o necesidad.
Los charrúas eran conocidos por su destreza guerrera y por su resistencia frente a las colonizaciones española y portuguesa. Practicaban rituales de guerra, como el uso de pintura corporal y plumas. El contacto con los europeos los llevó a adoptar el caballo, lo que incrementó su capacidad de desplazamiento.
Los charrúas plantearon sus diferencias con los españoles en términos de guerra. Se cree que ningún pueblo sudamericano sostuvo una pelea tan larga por su libertad e independencia como ellos.
La lucha contra el “invasor blanco” se prolongó por 180 años, hasta el exterminio de la nación charrúa.
Los más evolucionados
Si bien su presencia era más fuerte en las áreas del noreste argentino, los guaraníes poblaron zonas del sur de Entre Ríos, en islas del río Uruguay.
En la zona de Gualeguaychú, sus restos se encuentran en gran cantidad en las inmediaciones del Arroyo Bellaco.
No obstante, su limitada ocupación en estas tierras, ejercieron una notable influencia cultural sobre el resto de los pueblos de la región.
Eran más evolucionados, conocían la agricultura (cultivo del maíz), domesticaban algunas gallináceas y palmípedos e imponían el idioma.
La guaranización fue tan intensa que los primeros conquistadores creyeron que la etnia dominaba el espacio.
Esta hegemonía cultural se refleja en la abundancia de palabras guaraníes en la toponimia de Entre Ríos, como así también en la identificación de la flora y la fauna de la región.
Ayuí, Chajarí, Gualeguay, Gualeguaychú, Guayquiraró, Ibicuy, Itapé, Itú, Mandisoví, Mocoretá, Ñancay, Paracao, Paraná, Pehuajo, Pindapoy, Tiguá, Uruguay, Villaguay, Yugarí, Yeruá, Yuquerí, son algunos nombres guaraníes de ciudades, pueblos, río, arroyos o parajes entrerrianos.
En la fauna regional también se encuentran vocablos guaraníes: aguará (zorro), caburé, capibara (carpincho), carayá, guasuvirá (guasuncho o viracho), iguana, pecarí (jabalí), quiyá (nutria), tapití (liebre), tatú, yacaré, yaguareté y yarará, entre otros.
El idioma llega hasta los peces: pacú, mandubé, patí, piraña, surubí, tararira; y los insectos: arará, camuatí, isoca, tucura, mangangá.
En cuanto a la flora abundan los vocablos guaraníes: achira, aguaribay, aguapey (camalote), guayacán, irupé, jacarandá, mandioca, ñandubay, ombú, sarandí, tacuara, timbó, viraró, yatay, entre otros.
Según Josefa Luisa Buffa, autora de “Toponimia aborigen de Entre Ríos”, los guaraníes fueron “vehículo de cultura y de unidad espiritual”.
Eran buenos canoeros y permanentemente buscaban nuevos territorios. También se desplazaban motivados por la “tierra sin mal”, que equivalía a una suerte de paraíso terrenal.
El rasgo común de la familia guaraní era la poligamia. Un hombre podía tener más de una esposa, pero no se permitía la unión entre miembros de la misma tribu.
Los guaraníes vivían en casas comunales, llamadas “malocas”. Eran grandes edificios construidos con palos, paja y barro. En cada maloca vivían varias familias.
Entre sus costumbres sobresalía el beber mate haciendo una infusión en una vasija en la que colocaban yerba y poca agua. Iban pasándolo en una rueda de la que cada uno tomaba un sorbo quedando en la boca con algo de yerba que seguían masticando hasta extraerle todo el sabor.
Los yaros
Esta parcialidad indígena se ubicó en la margen derecha del río Uruguay desde el norte hacia el sur, llegando hasta la zona en la que hoy está Gualeguaychú.
Emplearon como arma una suerte de honda con la que arrojaban guijarros puntiagudos, y el arco y la flecha. Cuando adoptaron el caballo usaron la lanza y las boleadoras.
Los yaros involucraron en una misma persona el poder del cacique y el hechicero. Creían que todos los malestares y enfermedades provenían de un espíritu maléfico llamado “gualicho”.
Hay relatos de misioneros que hablan de que los yaros eran humildes, no tumultuosos, que respetaban en silencio las palabras de los conversores, pero que al fin rehusaban la conversión a la fe cristiana.
Vivían en toldos, especie de choza de techo de cuero y vegetales sostenidos por estacas clavadas en el suelo.
Conflicto interno
Los distintos grupos aborígenes compartieron el mismo espacio geográfico antes de la llegada de los españoles, pero sus relaciones no fueron siempre pacíficas.
Las luchas por el control de territorios, recursos naturales como la caza y la pesca, y las diferencias en sus modos de vida provocaron enfrentamientos entre estos pueblos.
Cuando llegaron los españoles, estas rivalidades fueron aprovechadas por los colonizadores, quienes a menudo incitaron a unos grupos contra otros para consolidar su poder en la región.
El hecho de que hayan desarrollado armas y de que fueran en un punto guerreros atestigua que tenían la necesidad de defenderse tanto de enemigos externos como de otros grupos indígenas con los que competían por recursos y territorio.
Las armas eran no solo herramientas de defensa, sino también símbolos de poder y estatus dentro de sus sociedades nativas.