EDITORIAL
La higiene de una ciudad, ¿depende de sus vecinos?
Habrá que aceptar que la higiene no es el fuerte de Gualeguaychú, pese a que la ciudad tiene pretensiones turísticas. ¿Obedece a un déficit en el servicio municipal o los vecinos no son lo suficientemente limpios?
Hay cierto consenso respecto de que en Argentina hay ciudades más higiénicas que otras. En el extremo del ideal ha figurado siempre Mendoza, una capital de provincia con 700.000 habitantes que es elogiada por extranjeros y argentinos. Últimamente está ganando idéntica fama Tandil, ubicada en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, y cuya población asciende a 110.000 habitantes. Gualeguaychú no figura en ningún ranking de limpieza urbana y de hecho el tópico de la suciedad en algunos espacios públicos suele ser la queja entre vecinos. La pregunta es, ¿por qué Mendoza y Tandil son más limpias que Gualeguaychú? ¿La diferencia está en la gestión municipal del área? ¿O son acaso los mendocinos y los tandilenses más higiénicos que los gualeguaychuenses? En esta última hipótesis explicativa domina una cuestión idiosincrática, la cual alude al conjunto de rasgos y al carácter propio y distintivo que ostentan un individuo o una sociedad. Al respecto, cabría postular el axioma de que la ciudad más higiénica no es aquella que “mejor se limpia sino la que menos se ensucia”. En este caso, el peso de la responsabilidad sobre la limpieza descansa más en los vecinos que en los funcionarios del área de higiene urbana. Así como unas ciudades son más limpias que otras, lo mismo pasa con los países. Y al respecto es conocida la admiración que despierta Japón, cuya limpieza es proverbial. Una de las características que más llama la atención a los visitantes que llegan a ese país es el estado impoluto de las calles y de los lugares públicos. Notan, por ejemplo, la ausencia de papeleras y barrenderos. La respuesta que surge es que esto es obra de los propios residentes, que idiosincráticamente hacen un culto de la limpieza. También se destaca la limpieza extrema que reina en las escuelas. Resulta que los estudiantes al llega al colegio dejan sus zapatos en casilleros y se ponen zapatillas. Esta práctica, que también se realiza en las casas, se complementa con que los alumnos también colaboran en la limpieza de las aulas y los baños del colegio. El origen de la conciencia social nipona respecto de la higiene hay que buscarlo en la educación, la historia y la cultura del país. “Desde la escuela primaria hasta la secundaria, la limpieza es parte del horario diario de los estudiantes”, dijo Maiko Awane, subdirectora de la oficina del gobierno de la prefectura de Hiroshima en Tokio, en diálogo con BBC Mundo. La inclusión de este elemento en la currícula escolar ayuda a los niños a desarrollar orgullo de su entorno. En la vida diaria abundan los ejemplos de la actitud nipona hacia la higiene. Por ejemplo, alrededor de las 8:00 de la mañana, los empleados de oficinas y comercios limpian las callas alrededor de sus lugares de trabajo. La limpieza se encuentra en el corazón de la antigua religión del país, el sintoísmo, cuyo concepto clave es “kegare” (impureza o suciedad), lo opuesto a la deseada pureza. “Si un individuo se ve afectado por el ‘kegare’, puede dañar a la sociedad en su conjunto”, explicó Noriaki Ikeda, sacerdote en el Santuario Kanda de Hiroshima.”Por lo tanto, la limpieza te purifica y ayuda a evitar las calamidades”, agregó.
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