CONMEMORACIÓN DEL NACIMIENTO DE LA PATRIA
La evolución de los festejos del 25 de Mayo a lo largo de la historia
Gualeguaychú celebró siempre con fervor las llamadas “fiestas mayas”, en homenaje al nacimiento de la Patria. Se sumó así al proceso general, de carácter simbólico, de instauración de rituales cívicos que exaltaban la nueva religión secular del Estado-Nación.
Aunque en estas latitudes los sucesos de Mayo de 1810 tuvieron un impacto tardío, Gualeguaychú conmemoró luego el episodio con gran fervor cívico.
Los entrerrianos en general, según cuentan los historiadores, ignoraron durante un tiempo lo que estaba ocurriendo en la capital del virreinato. Faltos de comunicación, no podían saber sobre la caída del virrey Cisneros y la conformación del gobierno patrio.
El primer cabildo entrerriano que votó el reconocimiento de la Junta fue el de Arroyo de la China (Concepción del Uruguay), el 8 de junio de 1810, y el 22 del mismo mes lo hizo el de Gualeguaychú.
Desde entonces, empezó a tomar estado público la noticia de la revolución, a la cual muchos criollos de esta zona se sumaron luego con entusiasmo, contribuyendo decisivamente a su triunfo.
Posteriormente, el acontecimiento que marcó el inicio del proceso de emancipación nacional se incorporó con fuerza en la conciencia cívica de la comunidad local.
Esto a tono con lo que había dispuesto la Asamblea del Año XIII, también conocida como Asamblea General Constituyente y Soberana del Año 1813, que instituyó el 25 de mayo como fiesta cívica.
“Es un deber de los hombres libres inmortalizar el día de nacimiento de la patria y recordar al pueblo venidero el feliz momento…”. Por ello, por Ley se “declara al día 25 de mayo, día de fiesta cívica, en cuya memoria deberán celebrarse anualmente en toda la comprensión del Río de la Plata, cierta clase de fiestas que deberán llamarse Fiestas Mayas”.
En Gualeguaychú estas celebraciones cívicas hacían salir al vecindario de sus casas para reunirse en espacios públicos (iglesia y plaza).
Las fiestas patrias sobresalían en un marco pueblerino y en un contexto sociocultural donde no había otros estímulos que absorbieran el interés de las personas.
Durante la época de la Confederación Argentina, a mediados del siglo XIX, las autoridades civiles, militares y eclesiásticas organizaban con pompa en Gualeguaychú este tipo de convocatorias, orientadas primariamente a exaltar los valores patrióticos.
“Las fiestas comenzaban al alba, con el saludo de cañonazos lanzados de alguna goleta empavesada anclada en el puerto”, refiere la historiadora local Leticia Mascheroni.
En la oportunidad se hacía presente la Guardia Cívica en la plaza central, la cual “lucía vistosos arcos adornados con flores artificiales, los edificios y las casas aparecían embanderados e iluminados desde la noche anterior, con colgaduras en blanco y punzó”.
A las diez de la mañana, se llevaba a cabo el Te Deum en la iglesia con cánticos que acompañaba la Banda Militar. Luego las autoridades con su comitiva se trasladaban a la Comandancia a degustar un refresco.
“En muchas oportunidades fue aprovechada esta ocasión para entregar premios a los mejores alumnos que concurrían a la escuela pública”, señala Mascheroni, quien relata que estos actos eran seguidos por un público entusiasta.
“Luego de la siesta obligada, se reunían nuevamente en la plaza para participar o presenciar los numerosos juegos preparados para la ocasión, en especial el de la sortija y el del palo enjabonado”, explica.
En vísperas del 25 de mayo de 1946, se ofreció una función especial en el recinto del nuevo Teatro. Y para la noche del día siguiente se convocó al baile de gala en el patio del mismo.
Comenta la historiadora: “Las escuelas de primeras letras se congregaban al amanecer, en la plaza Independencia, bajo la dirección de Misia Teresa Villanueva de Jurado y de Don Olegario Errazquín. Allí confundidos padres y alumnos, rendían a la patria el homenaje más sencillo y más sincero: aclamarla con las viriles estrofas de su Himno, que es la voz de sus glorias, en aquellas mañanitas heladas, robadas al sueño y el calorcito del hogar, sólo para evocarla con unción religiosa”.
El ideólogo de la nueva devoción
Fue el filósofo ginebrino Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), el ideólogo de la Revolución en Occidente, quien defendió la creación de una “religión civil” para afianzar los vínculos morales necesarios para la unidad política del estado moderno.
Fue él quien también habló de la necesidad de “fiestas públicas” que pudieran suscitar las emociones y las pasiones necesarias para garantizar la cohesión espiritual y moral de una comunidad.
El proceso revolucionario rioplatense se inspiró en este exponente del Iluminismo francés, autor del célebre “Contrato Social”, donde postuló que el soberano es la colectividad o el pueblo.
Esta idea estuvo detrás de la Revolución Francesa de 1789, en la cual una asamblea popular finalizó con siglos de monarquía absoluta. La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, cuyos principios eran “liberté, egalité, fraternité” (“libertad, igualdad, fraternidad”) y tuvieron una repercusión global.
En sus escritos, Rousseau propuso una religión civil en la que se promovía el amor del ciudadano por sus deberes políticos. Los dogmas de este credo sólo interesarían al Estado en cuanto estuvieran relacionados con la moral y los deberes a los que aquél estaba obligado con los demás.
“Tan pronto como los hombres viven en sociedad necesitan una religión que les mantenga en ella. Jamás subsistió ni subsistirá un pueblo sin religión”, declara el ginebrino al explicar que la religiosidad, más allá de los cultos particulares, es un instinto primario.
“¿Qué se trata pues de encontrar? Una fórmula que posea todas las ventajas de la religión del ciudadano antiguo, sin atentar a la libertad interior del hombre ni a la verdad, sin imponer su contenido propiamente dogmático, de donde nace la intolerancia. Una fórmula que fortifique el lazo social y la obediencia al soberano, profundizando en el ciudadano sus sentimientos de sociabilidad, de fervor hacia la sociedad justa surgida del contrato”, escribe en su famosa obra “El Contrato Social”.
De la religión cívica al sentimiento patriótico
Durante mucho tiempo, Occidente fue una sociedad con una identidad moral y religiosa basada en la tradición cristiana. Pero eso cambió con el Renacimiento, movimiento cultural europeo (siglos XV y XVI) que desató una ola creciente de secularización.
La secularización, en sentido genérico, es el paso de algo o alguien de una esfera religiosa a una civil o no teológica. Supone la pérdida de influencia política de la religión, en beneficio de una estructura secular, laica o mundanal.
Los historiadores sostienen que, en el siglo XVIII, el de la Ilustración, la sociedad europea rompió definitivamente con el ideario medieval, al proponer la razón humana como medida de todas las cosas.
Se redefinió así el progreso moral del individuo y la sociedad. La sociología y la ciencia política empezaron a insistir en la necesidad de virtudes cívicas, a partir de que la vida social se independizó del tutelaje eclesiástico.
En este cambio de época fue clave la Revolución Francesa de 1789, después de la cual se habla del “ciudadano”, superándose definitivamente la idea del “súbdito” que era propia del Antiguo Régimen.
Desde entonces la mística republicana sustituyó a la fe cristiana. El “civismo” se convirtió así en ideal ético de las repúblicas democráticas. La llamada modernidad exaltó el modelo ético del “buen ciudadano”.
Al comienzo una gran virtud cívica fue el “patriotismo”, que coincidió con la formación de los Estados nacionales. Liberar la patria o defenderla de los enemigos en el campo de batalla simbolizó el máximo ideal ético.
Así empezó el moderno sentimiento de identidad nacional, para lo que se necesitaron símbolos y rituales que pudieran representar los valores de la religión civil que se anunciaba a través de la sacralización de la patria.
Los sistemas educativos, monopolizados por el Estado, impusieron a su vez una narrativa nacionalista en la que se “canonizaron” los próceres, devenidos en modelos de ejemplaridad cívica, imitando así el santoral católico.