La devaluación de los deberes
Vivimos en una época de fiebre reivindicativa en todos los planos. Los argentinos, sobre todo, somos propensos a proclamar derechos. Aunque esto a costa de oscurecer los deberes.El fenómeno no es nuevo. Lo que es inédito es su universalidad y la forma ideológica y sistemática bajo la cual se presenta. Nunca como ahora -se diría- el hombre está más quejoso.Reivindicar significa: reclamar lo que se considera como algo debido. No sólo en el plano económico y social sino en todos los niveles de la actividad humana, resplandece la palabra mágica "derecho".Derecho al trabajo, derecho a la salud, derecho al consumo, derecho a la cultura, derecho a un ambiente sano, derecho al amor, y así podríamos seguir en una lista ilimitada.Todos los insatisfechos tienen en la boca la palabra justicia. En principio parece claro que el derecho no crea necesariamente el hecho. Es llamativo, en este sentido, la fiebre constitucionalista de nuestros días.Hay un pensamiento jurídico mágico según el cual redactando derechos en un papel -o Carta Magna- automáticamente eso tendrá correlación en la existencia.Es como querer sustituir la realidad por los signos. Imaginemos una Constitución que declarase el derecho a la felicidad, ¿eso haría más felices a los ciudadanos que se rijan por ese orden jurídico?Por lo demás, no sólo no hay correspondencia automática entre la proclamación de los derechos y los hechos, sino que se suelen cosechar los resultados contrarios a los buscados.¡Piénsese, si no, si en la Argentina se cumplen los mentados "derechos sociales"!. Es interesante advertir que esta brecha entre los derechos y lo real y posible, no ha hecho más que avivar un sentimiento de frustración creciente en la población.Ahora bien, lo más crucial es esto: es una constante experimental que la noción de derecho ha desplazado o sepultado la de deber. Es decir, se ha perdido de vista que todo derecho impone deberes.Algunos han visto aquí, por ejemplo, el quiebre del civismo. Así, nos paramos frente al país en una actitud de reivindicación plena -le exigimos que nos haga justicia- pero no se nos ocurre preguntarnos si lo que hacemos por él es lo "debido".Es decir, nos ponemos de ciudadanos cuando exigimos derechos, pero dejamos de serlo cuando olvidamos nuestra parte del trato: el compromiso de cumplir con celo nuestros deberes cívicos (que van desde respetar las leyes de tránsito, pasando por pagar los impuestos, hasta participar en la cosa pública).Al calor de la hipertrofia de los derechos, parece haberse instalado una mentalidad, que atraviesa todos los órdenes de la vida, que podría traducirse en esta fórmula: dar el mínimo para recibir el máximo.Más allá del caso argentino -que tiene sus peculiaridades- el mal es epocal, a juzgar por los párrafos que el Papa Benedicto XVI le dedica en su última encíclica (Caritas in Veritate) al tema."En la actualidad, muchos pretenden pensar que no deben nada a nadie, si no a sí mismos. Piensan que sólo son titulares de derechos y con frecuencia les cuesta madurar en su responsabilidad", dice el pontífice.Y añade: "Es importante urgir una nueva reflexión sobre los deberes que los derechos presuponen, y sin los cuales éstos se convierten el algo arbitrario".En suma, la exacerbación de los derechos conduce al olvido de los deberes. Pero sin la asunción de estos últimos, la sociedad cae en la neurosis reivindicativa, que consiste en pedir todo sin dar nada a cambio.A la Argentina, en especial, habría que movilizarla alrededor de los deberes recíprocos más que en la mera reivindicación de derechos.
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