ENTRE RÍOS
La creciente del río Paraná ayudó a regenerar su ecosistema
La llegada del agua en gran cantidad al sistema de humedales trajo beneficios inmediatos para el ecosistema del río Paraná.
Después de una bajante extraordinaria que duró casi cuatro años y que ya figura como la más larga desde que existen registros, el río Paraná recuperó la memoria durante los últimos meses para instalarse en una situación de creciente a lo largo de los miles de kilómetros que componen su extensísima cuenca.
Tal como sostiene Damián Lescano, naturalista, biotecnólogo y técnico en el Acuario del río Paraná de la ciudad de Rosario, la llegada del agua en gran cantidad al sistema de humedales trae dos beneficios inmediatos para la salud ambiental: el cese de actividades humanas como los incendios y una importante merma de cría de ganado en zona de islas. “Ya no se puede quemar más porque todo está lleno de agua y la carga de ganado se redujo casi a cero, aunque quedan algunas vacas en tierras altas. Solo eso le quita una presión enorme al sistema respecto de sus usos humanos”, detalló.
Además, el agua regenera la vida de todo tipo, tanto del mundo vegetal como la fauna nativa, que vuelve a verse en abundancia y diversidad como no se veía desde hacía años. Un capítulo aparte merecen las poblaciones de peces, muy castigadas por los largos años de sequía. “Llama la atención que en cualquier parte de la costa de Rosario, a simple vista pueden observarse un montón de peces, ya sea en la Rambla, en la Fluvial o en los clubes se ven cardúmenes de mojarritas o sabalitos. Me interesa charquear y, entre los camalotes, se ven juveniles de todas las especies de peces, que están teniendo una reproducción masiva en este momento”, continuó Lescano.
Invisibles a la vista por la opacidad de las aguas marrones del Paraná, las poblaciones de peces que pueblan este gran río son las grandes beneficiadas por la creciente, ya que su ciclo reproductivo no es igual al de otros animales y buena parte de su éxito depende de las condiciones hídricas del ambiente.
“Los peces funcionan de forma particular porque, aunque cumplen un ciclo anual, las poblaciones se recuperan con un reclutamiento en un año bueno, con creciente en verano”, dijo el especialista.
Y agregó: “Hacen falta determinadas condiciones para que esa reproducción sea masiva y esa masividad prospere y haya un aumento de biomasa, de cantidad y tamaños de individuos mucho mayor que cualquier otro año. Por eso los años de creciente en verano son claves para la recuperación de las especies, desde las grandes más comerciales como el sábalo, el dorado o el surubí, a las más pequeñas como morenas o mojarritas”.
El alto nivel del Paraná permite entonces que, durante estos meses, haya abundancia de crías de peces, algo que no ocurría desde 2016, cuando se dio la última gran crecida veraniega. “El stock pesquero de hoy sigue siendo el de ese año, pero esta temporada se va a crear una nueva generación de peces que en unos años serán adultos y ayudarán a reponer lo perdido”, indicó el biotecnólogo.
Una explosión de vida
Las crecientes, así como las bajantes, son parte del ciclo natural de los grandes ríos de llanura como el Paraná. Y si bien generan inconvenientes para los usos humanos del ecosistema (como la necesidad de evacuar el ganado de las islas), quien tiene tradición de vivir y producir en la zona “conoce esos ciclos y se adapta”, según Lescano. “El agua, los nutrientes, la materia orgánica, son una explosión de vida; se regeneran todos los ambientes, crece la vegetación de forma más exuberante y aumenta la productividad del humedal en su totalidad”, enumeró.
Otra expresión del dinamismo del sistema cuando vuelve el agua son los camalotes, que a veces son percibidos como un problema o “suciedad”. Contra esto, Lascano argumentó que todas las plantas flotantes “son una matriz que sirve para que se desarrolle la vida del ecosistema, ya que las crías de los peces y de otros animales pueden alimentarse, prosperar y encontrar refugio en esa vegetación”.
Se trata, en definitiva, de cambiar la mirada y aceptar a los seres vivos del ambiente como lo que son: parte del mismo entramado que el ser humano. “Necesitamos aprender a convivir con estos seres con quienes compartimos el espacio. Cuando aparecen los camalotales, aparecen las víboras; aunque solo tengamos en esta zona una sola que es potencialmente peligrosa –la yarará grande– ante la duda se las mata a todas. Hay que tener menos miedo y conocer más nuestro entorno”, explicó el naturalista.
(Fuente: La Nación)