OPINIÓN
La construcción mediática del conflicto por las papeleras, nuestra torre de Babel
Desde una orilla veían un 6, desde la otra, un 9. Durante años se habló de lo mismo pero con palabras antagónicas. Hablábamos el mismo idioma pero no lográbamos entendernos, al punto de distanciarnos y lastimarnos. ¿Con qué armas? Las más poderosas: las palabras.
Por Sabina Melchiori
Las palabras pesan. El lenguaje no es inocente. Hace dos décadas, cuando las redes sociales aún no eran parte de nuestra vida cotidiana, para escuchar la opinión de un referente sobre algún tema de interés público no había más opción que recurrir a los medios de comunicación. El discurso mediático tenía más poder que hoy. Los medios periodísticos eran la única herramienta que teníamos los ciudadanos para saber qué había pasado, cómo, cuándo y por qué.
Como parte de las llamadas rutinas productivas, los medios de información periodística no sólo recolectan y seleccionan de la realidad lo que darán a conocer, también resuelven el modo en que lo harán. Es decir, establecen el qué y el cómo, lo cual no es un hecho menor. Se trata, nada más y nada menos, que de escoger las palabras para describir el escenario social y su contexto, es la manera en la que los medios construyen (o reconstruyen para sus audiencias) la realidad. Lo dijo Roland Barthes: “…el lenguaje nunca es inocente: las palabras tienen una memoria segunda que se prolonga misteriosamente en medio de las significaciones nuevas”.
Pensemos. La carga semántica que tiene “activista”, no es la misma que tiene “vecino”. Optar por una u otra, al momento de elaborar el discurso informativo, condiciona la representación que de dicho sujeto vaya a realizar el público receptor y va estableciendo así su visión de los hechos.
La variedad de productos y formatos periodísticos se debe a la diversidad de públicos. Entre todos los medios que tenemos a disposición, elegimos a través de cuáles informarnos, elegimos confiar más en unos que en otros, y a partir de entonces constituimos una opinión del mundo y tomamos decisiones.
La versión del diferendo por las papeleras que recibieron los habitantes de una y otra costa del río Uruguay, fue diametralmente distinta.
Quienes en Gualeguaychú elaboraron las noticias relativas al conflicto entre Uruguay y Argentina por la instalación de fábricas de pasta de celulosa en el río Uruguay, evitaron el uso de las palabras “piqueteros”, y “activistas”, para referirse a los integrantes de la Asamblea Ciudadana Ambiental, o a quienes en su apoyo participaron de las acciones en contra de las pasteras, aun cuando estas acciones implicaban interrumpir el tránsito de una ruta.
En Uruguay, en cambio, fueron precisamente esas las denominaciones que más se utilizaron en los relatos periodísticos. Mientras en Gualeguaychú se enaltecía las acciones de la Asamblea Ciudadana Ambiental con titulares épicos como “De pie, de frente, convencidos, en paz” y los cronistas describían movilizaciones de las que participaban “hombres, mujeres y niños portando las banderas características de la lucha”; en Fray Bentos se titulaba: “Uruguay define qué hacer con los activistas violentos”. Lo que a un lado del río fue el “piquete de Arroyo Verde”, del otro fue una “resistencia civil pacífica”. Así lo entendieron tanto los comunicadores, como la generalidad de los vecinos.
A la par de la fábrica, fueron construyéndose dos realidades paralelas. Como aquellos antiguos obreros de Babel, no parecíamos estar hablando de lo mismo. Según el relato del capítulo 11 del Génesis, la dificultad para comprenderse frustró la construcción de una inmensa torre mediante la cual los hombres pretendían llegar al cielo; en este caso, resintió la relación entre los vecinos de una y otra orilla y fue llevando lejos aquel objetivo primigenio de oponerse juntos a la instalación de fábricas de pasta de celulosa; devino la desunión y un conflicto social que lastimó. Y mucho.