NUEVAS MASCULINIDADES
La construcción del varón hegemónico: ¿Por qué no hablamos de sentimientos en los grupos de amigos?
Repensar el rol de los varones, de nuestras prácticas y de las violencias naturalizadas en y entre nosotros es urgente. La realidad nos lo impone como tal. El Instituto de Masculinidades y Cambio Social se presenta como una interesante propuesta para ello. Matías de Stéfano Babero y Fernando Ferraro, parte del mismo, abordaron el tema.
Por Luciano Peralta Así como, cuando de salud se trata, pensamos en la prevención como primera herramienta para evitar enfermedades evitables, creo que debemos empezar a pensar qué hábitos, que prácticas y qué valores tenemos que revisar para no seguir reproduciendo este sistema, en el que todos los días hay una asesinada por razones de violencia de género. Pero ¿por dónde se empieza? Hablando, coinciden quienes trabajan con varones que han ejercido violencia contra mujeres, y, también, con quienes no. “Es común el discurso que pone a la violencia en los otros, siempre fuera de uno. Otros que son monstruosos, que tienen conductas censurables. Se construye, así, un nosotros (los buenos) diferente a los otros (los malos), el problema se pone en otro lado, afuera. Creo que hay que hacer un esfuerzo y alejarnos de esa dicotomía. Alimentar esta lógica de que siempre hay dos lados, y uno está, siempre, en el buen lado, me parece un acto de mucha soberbia que reproduce las lógicas que abonan la violencia, y no las que las transforman”, expresó Matías de Stéfano Barbero, doctor en Antropología (UBA) y miembro del Instituto de Masculinidades y Cambio Social (MasCs). "Es común el discurso que pone a la violencia en los otros, siempre fuera de uno. Otros que son monstruosos, que tienen conductas censurables. Se construye, así, un nosotros (los buenos) diferente a los otros (los malos), el problema se pone en otro lado, afuera" Junto al actor y educador rosarino, Fernando Ferraro, que también es parte del MasCs, coordinaron, el lunes pasado, una charla enmarcada en el proyecto del área de Género y Diversidad local llamado “Desatando Nudos”, que cuenta con financiamiento del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación. Esta iniciativa contempla una instancia de formación para trabajadores y trabajadoras de distintas áreas del Municipio, para que luego sean replicadores en un trabajo comunitario que se llevará a cabo junto a varones de distintos barrios de la ciudad. Los referentes de las llamadas “nuevas masculinidades” dialogaron con ElDía, contaron cómo es el trabajo con varones que ejercieron violencia y ofrecieron un poco de luz sobre la necesidad de revisar prácticas dañinas muy naturalizadas y valores impuestos por un orden de cosas “que somete y deshumaniza”.
“Cuando estaba buscando tema para mi investigación doctoral, en 2015, gracias a una beca del Conicet, me acerqué a la manifestación del Ni una Menos, y me acuerdo que había una chica con un cartel que preguntaba cómo se hace un femicida. Me pareció una gran pregunta, porque movía el eje y direccionaba la mirada hacía los varones”, relató de Stéfano Barbero. Esa búsqueda lo llevó a la puerta de la Asociación Pablo Besson, donde lo recibieron con los brazos abiertos. “La Asociación Pablo Besson está acá, en la ciudad de Buenos Aires, cerquita del obelisco, y trabaja con varones que ejercieron violencia, con mujeres que sufrieron violencia, también; se atiende a niñes, a personas que sufrieron abuso sexual en la infancia. Todo lo que tenga que ver con violencias. La mayoría de ellos llega por orden judicial. Generalmente, cuando se suspende el juicio a prueba, una de las medidas es que asistan al grupo por un tiempo determinado. Y, después, hay una minoría de personas que van voluntariamente, que llaman a alguno de los números que tenemos disponibles y buscan ayuda”, contó. Y recordó un caso, de hace un par de años, cuando todavía coordinaba los grupos: “un joven había llegado porque durante una discusión había agarrado muy fuerte del brazo a su pareja, le dejó un moretón, se asustó, y a partir de ese susto y de lo que generó esa escena, decidió buscar ayuda”. “En términos generales, y esto pasa en todos estos tipos de grupos, hay un 80% que llegan por orden judicial y un 20% que lo hace voluntariamente. Igualmente, cada vez más llegan por sí solos. Es que cada vez hay más espacios, se van naturalizando y se van difundiendo”, explicó el antropólogo que participó de forma virtual de la instancia de formación llevada a cabo en el salón de convenciones de Gualeguaychú. Según el resultado de un trabajo conjunto entre el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación y el Instituto de Nuevas Masculinidades y Cambio Social, estos tipos de espacios, “en todo el país, no llegan a ser 60, y la mayoría está distribuida en el área metropolitana de Buenos Aires”. “Al varón que llega al grupo al principio siempre le cuesta, hasta que se da cuenta que ese no es un espacio para juzgar, que es para expresarse, un espacio de escucha, que apuntala, que hace tomar consciencia. También sirve para hacerse cargo de quien es cada uno, de lo que le pasa y de lo que ha hecho”, explicó de Stéfano Barbero. Pero la violencia no es patrimonio de esos “otros monstruosos”, está enquistada, naturalizada en las prácticas que reproducimos desde chicos. Y, en este sentido, el grupo de amigos varones cumple un rol importantísimo en esa construcción. “Tenemos la tendencia a simplificar las cosas, a querer resolverlas fácilmente. Y cuando uno se encuentra con problemas complejos, eso no se puede. A mí me interesa abordar el tema desde un enfoque más comunitario, porque la violencia tiene que ver con una persona, pero también con su pareja, con su familia, con sus grupos de pares, con la comunidad. Tiene que ver con un montón de cosas, entonces me parece bien pensar en estos grupos de varones que ejercen violencias y de mujeres que las sufren, pero hay que pensar un poco más en profundidad, en políticas más integrales y trasversales en las que se involucre a la comunidad”, manifestó. “En general, los varones somos más abiertos para expresar lo que sentimos cuando nos juntamos con un amigo, pero pasa que, en general, los varones no nos juntamos de a uno a charlar, no es lo frecuente. La socialización masculina suele ser grupal, en contextos que tiene que ver con salir a tomar algo, en intereses comunes que tiene que ver con el deporte, con la música, el trabajo. Y en esos contextos mostrase vulnerable, mostrar las contradicciones, los miedos, las vergüenzas, es utilizado para ser humillado, para ser objeto de burla”, aseguró el becario del Conicet. Y aportó un ejemplo con el cual, estoy seguro, más de un lector se va a sentir identificado: “Me acuerdo que en uno de los talleres, con un sindicato, salían cosas tan ridículas como que usar un tipo de jabón en un vestuario era femenino, de puto, de maricón. O cosas como sacarle la grasa al asado. Situaciones que exponen a la burla, al insulto, a la ridiculización”. "En uno de los talleres, con un sindicato, salían cosas tan ridículas como que usar un tipo de jabón en un vestuario era femenino, de puto, de maricón" “Entonces, muchas veces los varones no sabemos qué implica poder contar lo que nos pasa, hablar de nuestras emociones y poder compartir con el otro. En los grupos pasa lo mismo, hasta que los varones se dan cuenta que ese espacio no es un espacio en el que esté habilitada la burla o la humillación. Uno, una vez, se puso a llorar, se quebró mientras contaba una experiencia, y los compañeros lo fueron a contener, lo abrazaron, le tocaron la rodilla, el hombro, como para mostrar una señal de apoyo. En otros contextos, primero capaz ni llegás al llanto, y si lo hacés, el llanto es tomado como una señal de debilidad. Y las relaciones entre varones son, también, relaciones de poder. Entonces, el miedo a mostrar la hilacha y que eso genere burla o insulto hace que las cosas que nos pasan no las charlemos. Esa es una de las primeras barreras de los varones, entre los que ejercieron violencias y entre los que no. Es algo que mamamos desde la infancia, algo muy difícil de dar vuelta, pero es parte de este largo trabajo”. Quienes somos varones y crecimos bajo los mandatos que hoy empezamos a cuestionar sabemos que la tarea no es sencilla y que, en muchos casos, opera la autocensura para no “cagar el momento”, como explicó de Stéfano Barbero. “Por un lado está esto de qué va a decir el resto, y por otro esto de ‘tampoco da cagar el momento, porque la estamos pasando bien y no me voy a poner yo a contar mis problemas, si todo el mundo tiene problemas’. Está esto de la autocensura, que tiene que ver con no darle valor a eso que me pasa, guardarlo, hablarlo con una amiga en el mejor de los casos o, ni siquiera eso, anularlo”. Entonces, “no somos capaces de construir un conflicto, y lo digo en términos positivos porque construir un conflicto es lo contrario a la violencia”. "Reconocer el ejercicio propio de la violencia es un lugar indeseado. Por eso me parece importante dejar de lado la matriz punitivista" “La violencia aparece cuando no somos capaces de construir un conflicto, de sentarnos con la otra persona, de expresar lo que nos pasa, de escuchar lo que a ella le pasa. Cuando no se tienen herramientas, o cuando la otra persona no es considerada una par, algunos de esos elementos van derivando en el ejercicio de la violencia”, aseguró el antropólogo que a mitad de año publicará el libro “Masculinidades (im)posibles”, producto de su investigación sobre varones que ejercieron violencias. (más sobre el autor: aquí) Por último, de Stéfano Barbero insistió en “no caer en esto de los buenos y los malos, entre los feministas deconstruidos y los machistas, porque reconocerse no es sencillo”. “Reconocer el ejercicio propio de la violencia es un lugar indeseado. Por eso me parece importante dejar de lado la matriz punitivista, que señala y que castiga, salvo los casos que sí deben ser sancionados. Quiero decir: no debemos construir un discurso de transformación sobre el miedo”, concluyó. Atravesar el dolor, una clave Fernando Ferraro tiene larga experiencia como actor, profesor de teatro, educador popular y tallerista en áreas de género, masculinidades y violencias, entre otros caminos recorridos. “El teatro me permitió encontrarme con experiencias que tenía silenciadas en mi vida. Me habilitó un espacio de expresión, comprensión y de diálogo con otros”, aseguró en charla con ElDía. Y, enseguida, instó, como lo hace en los talleres del MasCs, a “poder conectar con el dolor”. “Un modo que veo, tanto en mi experiencia personal como en algunos procesos colectivos, tiene que ver con poder conectar con el dolor. Porque la masculinidad, como mandato, como guion, apunta a desconectarnos a los varones del corazón. Entonces, cuando uno puede advertir lo inhumano que es la masculinidad imposible, que el mandato que es violento, humillante para cualquier persona que lo padezca, ese dolor puede ser la llave de empatía, de crecimiento y de compromiso”, expresó. "La masculinidad, como mandato, como guion, apunta a desconectarnos a los varones del corazón" “Hablar desde la propia experiencia, conectados desde el corazón, desde lo que sentimos, incluyendo experiencias de dolor, es humanizar el encuentro. No es posible, no es humano, no ser frágil. Si reconocemos que existe una respuesta violenta ante ese decir lo que siento y decidimos atravesar ese dolor, nos vamos a dar cuenta que es un lugar de total crecimiento. Y cuando puedo registrar que ese dolor tiene que ver con la frustración de no poder ser ese varón imposible que plantea la masculinidad, ahí decimos ‘yo ya no quiero esto’”, indicó Ferraro. “El dolor tiene que ver con hacerse consciente de haber reproducido prácticas violentas, de ser cómplice, de tener miedo a perder el grupo de amigos si exteriorizo ciertos sentimientos. Si no conectamos con ese dolor y con el dolor que genera la violencia de género, no veo posibilidad de cambio. Para eso es fundamental no racionalizar, la deconstrucción nos tiene que atravesar, por eso creo que no hay deconstrucción si no hay dolor. Y no hay transformación social si no hay revisión personal profunda y comprometida”, aseguró el docente, que además es integrante del Grupo de Teatro de lxs Oprimidxs de Rosario. En esta misma línea, aclaró que, si bien “no hay recetas”, una manera de empezar a desandar el camino de los mandatos construidos “tiene que ver con poner en juego el sentir, un sentir que tiene que ver con los cuidados, tan relacionados con las mujeres. Si ponemos en práctica el afecto, si nos cuidamos más, se nos van a empezar a desnaturalizar prácticas que, justamente, están tan naturalizadas porque no las sentimos”. Te puede interesar: El caso Tobías Villarruel, una interpelación a los varones: ¿Compartís mujeres desnudas en tus grupos de WhatsApp? ESTE CONTENIDO COMPLETO ES SOLO PARA SUSCRIPTORES
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