OPINIÓN
La columna de Luis Castillo: "Alto o disparo"
Que la violencia solo genera más violencia no creo que haya quien lo dude y, sin embargo, hay quienes aún creen que no hay nada más pacificador que un arma de fuego.
Un antiguo relato conocido como La piedra en el camino refiere: “El distraído tropezó con ella. El violento la utilizó como proyectil. El emprendedor, construyó con ella. El campesino, cansado, la utilizó de asiento. Para los niños, fue un juguete. David, mató a Goliat. Y Miguel Ángel le sacó la más bella escultura". La cuestión no es la piedra sino quién haga uso de ella. Y cómo. Con las armas pasa algo similar ―más allá de que cualquier elemento que pueda potencialmente causar daño o matar es un arma en sí misma―, el problema no es el arma sino quién la utiliza. Hace pocos días, a raíz de un lamentable episodio sucedido durante uno de los festejos por los resultados electorales en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires en donde un custodio que parece que no era custodio, pero actuaba como custodio, amenazó a alguien del público con extraer su arma que, según dijeron después, no era un arma de verdad sino apenas una pistola de aire comprimido. Algo así como justificar que alguien que hubiera amenazado con sacar un machete argumentara que este estaba desafilado. Pero, más allá de estos lamentables episodios de los que nadie se hace cargo, el candidato que festejaba su triunfo dio por finalizada la discusión replicando que no estaba mal que la gente pudiera andar armada en la calle. En la casa. En donde fuera. Ya que todos tenemos derecho a la defensa de nuestra vida. Como en los Estados Unidos de América, en donde es un derecho constitucional la portación de armas de fuego, dijo. David Hemenway, profesor de salud pública de la Universidad de Harvard y director de un Centro de Investigaciones en Control de Lesiones es terminante en su postura al respecto. "Tener un arma y usarla en defensa propia no parece reducir las posibilidades de ser herido, tal vez pueda reducir las de perder tus pertenencias, pero eso todavía no está claro", aseguró hace poco tiempo en una entrevista con BBC Brasil. Y continuó: "Las armas no parecen tener ningún beneficio a la hora de reducir crímenes (…) Lo que sabemos con certeza es que cuando se tiene un arma en casa, esta se usa más a menudo contra la propia familia y no contra un extraño que ha entrado”. Ahora bien, ¿quién es este que opina? En 2012, Hemenway fue reconocido por el gobierno estadounidense como uno de los 20 expertos en violencia más influyentes en los últimos 20 años y no solo eso, sino que sus afirmaciones no son una mera opinión personal, sino que se basan en más de 150 estudios que el Centro que dirige ha realizado desde 1990 sobre el efecto de las armas de fuego en la sociedad y la salud pública. Algunos de los datos que aportan estos trabajos tienen que ver con la relación entre las armas de fuego y los accidentes fatales, los suicidios, así como con la violencia intrafamiliar seguida de muerte de mujeres y niños. A ver si queda claro, no existe ninguna duda en cuanto a que la presencia de armas de fuego en el hogar aumenta el riesgo de muerte de sus propios integrantes. Por otra parte, la tasa de suicidios se triplica cuando existen armas de fuego en la casa. Sin embargo, es interesante remarcar que esto no tiene que ver con que hubiera más enfermedades mentales o motivaciones que puedan llevar al suicidio en los hogares en donde haya armas, sino que el hecho de tener acceso a estas es un factor facilitador a la hora de tomar una decisión drástica como la autoeliminación. Este último tópico fue clave en los análisis llevados a cabo en el Centro en Harvard ya mencionado mostrando y demostrando la correlación entre la disponibilidad de armas de fuego y las muertes no intencionales, los suicidios y los homicidios de mujeres y niños, concluyendo que se registran más muertes entre esos grupos poblacionales en los Estados con mayor accesibilidad a las armas; asimismo, otro trabajo que compara 25 países de ingresos altos dejó de manifiesto que donde hay más armas hay más femicidios, con Estados Unidos encabezando la lista. Hay quienes, sin embargo, sostienen lo contrario y confían en que una población civil armada no solamente disuadirá a los criminales, sino que, además, terminará con muchos de ellos que el sistema penal no logra reeducar ni reinsertar en la sociedad, hecho demostrado por el enorme índice de reincidencia. Sostienen esta teoría, además, por los importantes prontuarios de quienes son aprehendidos tras homicidios de impacto mediático que provocan una lógica y comprensible indignación popular. El caso paradigmático de sociedades que apuestan a la solución a través de las armas podría ser Brasil, en donde el año pasado se registraron 63.000 homicidios, y eso llevó a su presidente, Jair Bolsonaro, a bregar por la flexibilizacióndel Estatuto de Desarme, para facilitar que la población pueda comprar armas de fuego para defenderse. Dicha flexibilización se sustenta en cinco proyectos en los que se destaca la reducción de la edad mínima de posesión de los 25 a 21 años, el fin de la exigencia de declarar efectiva la necesidad del arma, se permitiría la posesión aun para quien esté siendo investigado por la policía o involucrado en un proceso criminal, siempre que no haya sido condenado por un crimen doloso, y la portación de armas, actualmente limitada a profesionales de la seguridad pública, se permitiría a mayores de 25 años con solo cumplir unos requisitos mínimos. Los resultados saltan a la vista, al comparar el primer semestre de 2020 con el mismo período del año anterior, se observa un aumento del 205% en el total de permisos emitidos: de 24.236 a 73.996. Según un estudio realizado por el Monitor de la Violencia, un proyecto del Foro Brasileño de Seguridad, se ha producido un aumento del 7% en los homicidios en Brasil en los primeros cinco meses del año 2021; entre enero y mayo de este año, las muertes violentas aumentaron de 18.120 a 19.382. Eso tiene que ver, entre otros factores y según este informe, con que “Entre el 30% y el 40% de las armas incautadas por la policía fueron compradas originalmente por personas sin conexión con el crimen, que luego las vendieron o se las robaron”, aseguraron. Lo que está claro, sin embargo, es que no existe una relación directa entre el número de armas en circulación y la criminalidad, sino que existen otros factores tales como la pobreza, la marginalidad, la educación y el desempleo, que explicarían el incremento de una situación de violencia social en donde, ahí sí, la presencia de armas favorecería el uso de las mismas. Por poner un ejemplo banal, imagínese que se permitiera ingresar a las canchas de futbol con armas de fuego, o a un baile de fin de semana, a una fiesta electrónica, situaciones todas estas de aglomeración, consumo de alcohol, etc. en donde, casi naturalmente, la violencia se expresa muchas veces como verdaderas batallas campales. O una simple discusión de tránsito entre dos personas que portan en su cintura o en la guantera del auto una pistola, ¿cómo podría terminar esa discusión? Se argumenta, asimismo, que la gente necesita armarse porque no confía en el Estado que debería protegerla; ahora bien, ¿ese mismo Estado ineficiente y poco confiable sería el encargado de seleccionar a quién permitir andar armado y a quién no? Parecería poco serio, ¿verdad? Salvo que, como argumentara un legislador mexicano, solo se permitiera andar armada a “la gente de bien”. Se menciona también el poder disuasivo de un arma en la casa. Si el delincuente sabe que hay armas en la casa lo pensará dos veces antes de entrar, dicen; sin embargo, no es descabellado objetar que, por el contrario, el delincuente podría actuar de un modo más agresivo sabiendo que su vida puede estar en riesgo. Es más, hasta podría ser utilizado―en este mundo del revés― como un argumento a esgrimir por el malviviente en cuanto a que actuó en defensa propia al defenderse de la “agresividad” de los dueños de casa. Las armas no sólo no impiden el crimen, sino que lo vuelven más letal. Escribe Marcela Figueroa: “En Estados Unidos, el país con más armas del planeta, dos tercios de los homicidios son por arma de fuego. Además, diversos estudios han demostrado cómo en ese país, en los Estados con mayor tasa de armas, hay mayores tasas de homicidios y en específico de homicidios por arma de fuego. No sólo eso, en los lugares con mayor tasa de armas, hay más suicidios por arma de fuego y más muertes accidentales.” Me gusta referir una anécdota atribuida a San Agustín en donde se le pide reflexionar acerca de la frase: “La ocasión hace al ladrón”; el de Hipona, dicen que respondió: “la ocasión hace al robo, el ladrón ya estaba presente o no”. En definitiva, no va a haber más violencia porque haya más armas ni va a disminuir el crimen porque se eliminen estas; el camino correcto, se me ocurre, es reducir las condiciones desfavorables que son en sí mismas el germen de la violencia y que se combaten con educación, con trabajo, con la certeza, en definitiva, de que soñar con una vida y un futuro mejor, vale la pena. *lLuis Castillo es rscritor, médico y Concejal por Gualeguaychú Entre Todos
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